EL CONFUCIANISMO EN LA CULTURA DEL DAO

Introducción

La cultura del Dao, 道, Tao o Do (en japonés) es la que se extiende por unos países que comparten unos códigos culturales similares (China, Corea, Japón, Vietnam…), aunque en cada uno de ellos se ha interpretado desde su propia idiosincrasia histórica y cultural. El daoísmo implica a distintas escuelas: taoísmo –daojiao 道教-, culturas tradicionales chinas, el sintoísmo (en el caso exclusivamente japonés, aunque relacionado con una serie de cultos animistas de carácter más general y enraizados en lo más profundo de la condición humana), el confucianismo, el budismo, especialmente en sus interpretaciones chinas y japonesas -el ch’an (禪宗 Chan Zong) y el zen-. Tales corrientes tiñen la visión del mundo en estas culturas: arte, filosofía, religión, vida ética, moral, política, reglas de comportamiento.

El Dao es uno de los conceptos de mayor relevancia y más complejos de la cultura china. En un primer estrato implica la relación mágica y religiosa entre el cielo y la tierra; lo divino y lo sagrado, con lo humano y terrenal. Pasará a estar relacionado con el taoísmo, para el cual el Dao es un principio abstracto y filosófico que mantiene una esencia cosmogónica tradicional. Desde lo metafísico puede interpretarse como una fuerza universal que pretende ordenar el caos para transformarlo en cosmos. Dao, en el taoísmo, es un principio de armonía. Para Laozí (老子), es un elemento trascendente que contiene la alternancia de los valores Yin-Yang (陰 陽), como una dinámica que genera vida; tiene un valor ontológico que permite la comprensión del mundo en sus fenómenos particulares. El Dao es, también una práctica de autodesarrollo del individuo hacia un estado mental de encarnación hipostasiada de lo abstracto en la realidad; en este sentido se aproxima al concepto de Ch’i (氣), como energía y vida universal.

El Dao es un concepto transversal en la cultura china. En la mitología encuentra un referente en Huangdi (黃帝), el Emperador Amarillo. Para Laozí es la entidad primordial, abstracta y eterna, anterior a todo; equivalente al soplo vital o energía creadora, con un valor cosmogónico. Esta reflejado en Shangdi (上帝), el dios ancestro primordial de la época Shang. De igual modo, se presenta en el confucianismo. Aquí, como en el taoísmo, es un valor, una fuerza o energía totalizadora absoluta que ordena la realidad caótica aparente del fenómeno y que alimenta una materia que, sin tal tipo de energía, sería inerme.

Confucio

Confucius es el término latino con el que los primeros misioneros cristianos de la edad moderna se refieren en sus escritos a Kong Fu Zi (孔夫子). Estos textos a los que nos referimos pretenden ser una explicación erudita de la cultura china, alejada de la fantasía con la que Marco Polo y otros autores medievales describen las tierras de extremo oriente.

Kong Fu Zi o K’ung Fu Tzu, puede traducirse como Maestro K’ung. Su nombre era Kong Qiu, Kong Zhongni o K’ung Ch’iu. Nacido a mediados del siglo VI a.C. en la provincia de Shantung, en la época, la actual Shandong, era Lu, una provincia costera cercana por linaje a la casa real de los Zhou, dinastía por la que Confucio sentiría un especial apego. Su vida se extiende entre 551 y 479 a.C. Tradicionalmente, su cumpleaños se conmemora el día veintisiete del octavo mes lunar. Alcanzó, pues, la edad de setenta y dos años, causa por la cual suele ser representado en imágenes como un venerable anciano -tengamos en cuenta, al respecto, la esperanza de vida en ese tiempo-. Su origen es modesto, aunque su padre perteneció a la baja aristocracia guerrera. Era descendiente de la casa de Song, herederos del último príncipe de Shang. Los antepasados directos de Confucio habían huido durante los conflictos internos y se refugiaron en el estado de Lu. Su padre, Ju Shu He, sirvió al señor de Lu. Es en el Lunyu (論語), traducidas como Analectas, compilación realizada por discípulos confucianistas a lo largo del tiempo, donde se le presenta como de condición humilde, aunque de ascendencia aristocrática. Confucio es uno de los representantes de la categoría social de los shi (士), intermedia entre la nobleza guerrera y el pueblo campesino o artesano. Este grupo acabaría siendo el germen desde el que se desarrollaría la clase de los letrados funcionarios de la China imperial. Confucio (en español, desde el latín) alcanzó el cargo de funcionario a los cincuenta años, pero abandonó su destino en un año. Recorrió varias regiones y doce años después decidió regresar a su tierra natal para ejercer un cargo funcionarial de nivel básico; a la vez, se dedicó a enseñar a un restringido grupo de discípulos con la idea de transformarlos en jen o ren (仁), seres humanos perfectos. El concepto ren se aproxima al de caballero en un sentido no militar sino social (equiparable al inglés gentleman o al francés gentilhomme); un hombre que se guía por la corrección formal en todas las circunstancias de la vida; mediante el control absoluto de su comportamiento según un férreo desarrollo del ritual.

La biografía de Confucio ha pasado por numerosas vicisitudes a lo largo de la historia; en algunos momentos es visto desde tal engrandecimiento que se sitúa en el campo de lo sagrado; en otros, objeto de desprecio y de ataques furibundos, acusado de ser el culpable de la claudicación de China ante el avance imperialista occidental y japonés del siglo XIX y primer tercio del siglo XX; aunque en él también se ha visto al impulsor de un sistema político que es el responsable del sorprendente avance económico de algunos países como Japón.

No es mucho lo que con certeza absoluta puede asegurarse desde el documento acerca de Confucio. Su biografía está teñida de mito y leyenda que fueron configurándose a lo largo de los siglos y a esto no es ajena la voluntad de convertir su doctrina en una religión de Estado para legitimar desde lo filosófico el absolutismo del imperio. Dos fuentes son relativamente fidedignas a la hora de conocer desde el documento antiguo la biografía de Confucio. En primer lugar, el Lunyu o Analectas, conversaciones con sus discípulos que fueron recogidas por estos (en tal circunstancia se acerca a otros ejemplos como el de Sócrates, conocido desde Platón y Jenofonte; o Jesucristo, desde los evangelistas). La otra es un capítulo de los Registros o Memorias históricas, de Szuma Chien o Sima Qian (司马迁), uno de los más importantes cronistas chinos, escrito hace dos mil años. Casi todas las biografías de Confucio se fundamentan en ambas fuentes.

A Confucio se le atribuyen ciertos textos que también pueden ser utilizados a la hora de conocerle. Anotó los principales libros clásicos de China, los Documentos, las Odas, los Ritos, los Cambios, el de la Música y los Anales de las primaveras y los otoños. Todo ello supuso un aporte esencial a la cultura china. Feng Youlan atribuye a Confucio el carácter más tradicional y conservador de estos libros.

Normalmente se menciona la ascendencia aristocrática de Confucio por parte paterna. No conoció a su padre y su niñez-adolescencia fue de pobreza, estado de sencillez en el que se mantendría prácticamente toda su vida. El padre era ya anciano cuando engendró a su hijo en una mujer más joven y de extracción humilde. Tal y como se retrata tradicionalmente a Confucio, fue una persona sin ambición de riquezas, aunque sí aspiró a alcanzar cierta posición política, como consejero, para tener la posibilidad de aplicar sus teorías, cosa que nunca logró. Los puestos que ocupó en el funcionariado fueron menores. Recorrió distintas zonas de China y acabó regresando a su tierra natal. En las Analectas, y en voz del propio Confucio, su biografía se presenta en estas palabras: “A los quince años, me aplicaba al estudio de la sabiduría. A los treinta marchaba con firmeza. A los cuarenta, no tenía más dudas. A los cincuenta conocía el destino que me había dado el cielo. A los sesenta, tenía el oído abierto. A los setenta podía dejarme llevar por los deseos de mi corazón, sin traspasar los límites” (Analectas II, 4). Aunque hay dudas sobre este fragmento, no olvidemos que está recogido por sus discípulos. ¿Realmente está definiendo lo que fue su semblanza, o más bien, se muestra en estas palabras un ideal de vida, ejemplo de la existencia de un hombre justo, según el canon confuciano?

Confucio es considerado el primer maestro chino que realiza su labor educativa en un ámbito ajeno a las escuelas oficiales, cosa que le permitió acceder con sus enseñanzas a grupos ajenos a la aristocracia, aunque también hubo nobles entre sus discípulos. Este afán didáctico de Confucio está especialmente reseñado en la biografía escrita por Jean Lévi, para quien la vida del maestro K’ung es un ejemplo de resignación según el ideal de retiro del mundo.

Los dos maestros, desde el interés erudito, reconocidos de Confucio fueron Zi Chan y Yanzi, ambos históricos, con gran influencia política en el periodo de las Primaveras y los Otoños. Zi Chan fue ministro de estado de Zheng, cargo desde el que llevó a cabo ciertas reformas políticas que, según la historiografía antigua, dieron paso a la prosperidad y la estabilidad de su nación. También destacó como diplomático y como estratega. Respecto a Yanzi o Yan Ying (siglo VI a.C.) hay que destacar que fue un alto ministro de la corte de Qi, además de en cuestiones de estado manifestó cierta preocupación por la reforma de las ceremonias religiosas que en su momento tenían un contenido supersticioso, encaminadas a invocar la buena suerte y a evitar el desastre. También Confucio se planteó una reforma del ritual, especialmente con las ceremonias que suponían sacrificios a los muertos, en este sentido defendió la eliminación de los sacrificios humanos.

Etapas del confucianismo

La escuela que tiene su origen en el pensamiento del maestro K’ung recibe el nombre de rujia (儒家), ruxue (儒学), rujiao (儒教)o Escuela de los eruditos. Esta doctrina es una de las que más ha influido en la historia china. Se fundamenta en los libros clásicos de los que se tratará posteriormente. El nombre con el que es conocida en occidente es confucianismo, debido a Matteo Ricci (Macerata, Estados Pontificios 1552-1610 Pekín), sacerdote de la Compañía de Jesús que permaneció en China como misionero durante casi treinta años. Más allá de una doctrina cercana a lo religioso y, especialmente, ética y moral, el confucianismo ha marcado el desarrollo del estado moderno chino y ha llegado a extenderse más allá de las fronteras del imperio, hasta occidente, aunque perdiendo en su discurrir buena parte de su esencia para transformarse en una corriente de pensamiento académico muy minoritario. Tal desarrollo ha supuesto un diferente entendimiento respecto a lo que significa el confucianismo para oriente y occidente. Su pervivencia en el tiempo y más allá de la frontera original ha supuesto que el neoconfucianismo, noción que será explicada posteriormente, haya tenido que enfrentarse a un diálogo enriquecedor tanto con la modernidad como con ámbitos culturales geográficos que le fueron ajenos en sus inicios.

Según Tu Weiming (filósofo de la segunda mitad del siglo XX, de nacionalidad china, que ha ejercido su carrera en Estados Unidos), el confucionismo se desarrolla en tres etapas básicamente. La primera de ellas comienza con Confucio, Mencio y Xunzi hasta Dong Zhonshu. Es el periodo de ascensión de este pensamiento hasta llegar a ser la ideología dominante en el Imperio chino desde el periodo de las Primaveras y los Otoños (771 a 476 a.C.). Esta era toma su nombre de los Anales de primavera y otoño, una crónica que describe la historia del estado de Lu, atribuido tradicionalmente a Confucio, llega hasta la dinastía Han, la segunda en el imperio chino, entre el 206 a.C. hasta el 220 d.C., este periodo es considerado como la edad dorada en la historia de China por su importantísimo legado cultural. La segunda etapa del confucianismo supone un renacimiento de esta filosofía durante la dinastía Song, gobernante en China entre 960 y 1279. Fue durante este periodo cuando se desarrolló con mayor énfasis el sistema de exámenes imperial que permitía acceder al funcionariado chino, con la intención principal de seleccionar a los hombres más capaces para gobernar, siempre desde la dirección del soberano. Esta segunda etapa supone la expansión del confucianismo por Asia oriental y llega hasta el siglo XX. La tercera, comienza con la revisión crítica que se desarrolla a partir del movimiento del cuatro de mayo de 1919, que supuso la consolidación de las ideas reformistas del Kuomintang de Sun Yatsen y del movimiento comunista chino liderado en un primer momento por Chen Duxiu y Li Dazhao. Durante este periodo, el confucianismo llega a occidente como sistema de conocimiento, más allá de un estudio meramente histórico de la cultura china. Durante esta tercera etapa se plantean ciertas cuestiones que van a marcar el desarrollo del confucianismo contemporáneo como la reflexión acerca de cómo adaptar el confucianismo a los asuntos modernos, a la industrialización, la globalización o el desarrollo del mundo informatizado. Los tres momentos que Tu Weiming diferencia para el confucianismo nos muestran cómo esta corriente fue un pensamiento en continua formación y cambios de adaptación no ajenos a su relación con otras doctrinas como el taoísmo o el budismo.

Yao Xinzhong (nacido en 1957) fue decano de la Escuela de Filosofía de la Universidad Renmin en Beijing, responsable de la Enciclopedia del confucianismo. Para él hay una primera fase del confucianismo que es la de formación, la etapa de pensadores como Confucio, Mencio y Xunzi, correspondiente a los clásicos de las Primaveras y los Otoños y la era de los Estados Combatientes. La segunda etapa es el confucianismo de adaptación, periodo durante el cual esta escuela se enriquece con las influencias del legalismo, las del ying y el yang y los cinco elementos, el moísmo y el proto-taoísmo de Hunglao y Laozhuang (según los textos de Laozi y Zhuangzi). Expliquemos brevemente en qué consiste cada una de ellas.

Huanglao fue la corriente de pensamiento china más influyente de la dinastía Han, de principios del siglo II a.C. Tuvo sus orígenes en un pensamiento político y filosófico que buscaba fortalecer el orden feudal. Su nombre se debe al nombre de Huangdi, el Emperador Amarillo, mítico soberano civilizador de China, y de Laozi, a quien se atribuye el Dao De Jing. Básicamente desarrolla un conjunto de principios y técnicas de buen gobierno desde una cosmogonía en la que el Dao ocupa un lugar primordial; así, quien posee el poder debe ser capaz de coordinar el gobierno político y social con el orden cósmico. El linaje de transmisión de huanglao, tal y como aparece reflejado en el Shiji (Memorias históricas, 109-91 a.C.) está relacionado con el estado de Qi. Feng Youlan en su Historia de la filosofía china afirma que el huanglao nace desde un círculo de intelectuales, la academia Jixia, acogidos al mecenazgo del príncipe Qi Xuan (siglo IV a.C.). Cuando el séptimo emperador de la dinastía Han, Han Wudi (157-87 a.C.) eligió el confucianismo como ideología política oficial, el huanglao fue abandonado como sistema para el gobierno.

El legalismo o legismo chino fue una escuela de pensamiento que se centraba en la filosofía política, la organización burocrática del estado, la confección de leyes; todo ello desde una organización tecnocrática que pretendía alejarse lo más posible de una mirada idealizada hacia el hecho social; su objetivo era organizar el poder desde lo pragmático y lo autocrático para alcanzar el orden social que implica seguridad, mantenimiento de unas formas políticas fosilizadas y estabilidad desde el punto de vista de la clase terrateniente. Esta corriente influyó en el régimen establecido por la Revolución cultural de Mao Tse Tung. Entre los principales representantes de esta escuela hay que destacar al funcionario y filósofo político Shen Buhai (c. 400-337 a.C.) y a Shang Yan (390-338 a.C.). Este último fue el reformador más importante del Estado Qin, que acabó conquistando toda China en el siglo III a.C. La teoría política de los legistas era opuesta al confucianismo. Su visión del gobierno del estado se basaba en la legislación, no en el rito, en la jurisprudencia y no en la metafísica del cielo, lo humano y la cohesión social; es decir, el legalista busca fortalecer el poder del monarca, negando cualquier pensamiento que lo socave. Tres son los principios sobre los que se asienta el pensamiento legista: fâ, shù y shi. El sistema legal (fâ) ideal debe regirse desde unas leyes sumamente severas que premien a los que contribuyen a mantener el estado de las cosas y castigue a aquellos que infringen la ley. La estratagema política (shù) defiende que el gobernador debe conocer perfectamente los medios que le permitan cumplir eficazmente con sus deberes para mantener su poder contra aquellos que se le opongan. La autoridad (shi) es la legitimidad, la energía, el carisma que permite el férreo control de los ministros por parte del soberano.

La escuela del Yin-Yang y de los cinco elementos, o escuela de los naturalistas, se basaba en la síntesis de los conceptos Yin-Yang y los cinco elementos. Como fundador de este pensamiento se considera a Zou Yan. Esta teoría explica el universo desde las fuerzas básicas de la naturaleza que son el yin (oscuro, femenino, frío, negativo) y el yang (luminoso, masculino, cálido, positivo) y los cinco elementos o fases de la materia (agua, madera, fuego, tierra y metal). La escuela del Yin-Yang y los cinco elementos influye tanto en el pensamiento filosófico como en las creencias populares. En un principio se desarrolló en los estados combatientes Yan y Qin. Los fundamentos de este pensamiento fueron adaptados por el taoísmo en sus dimensiones alquímica, mágica y médica.

El moísmo, o escuela de Mo, encuentra su origen a finales del siglo V a.C. en Mozi y sus discípulos. Sus principios básicos son la defensa de una sociedad igualitaria ideal, el utilitarismo, entendido como búsqueda activa de la felicidad, y el amor como fundamento de humanidad. Esta corriente fue uno de los principales rivales del confucionismo y del taoísmo durante los periodos de Primaveras y Otoños y de los Reinos Combatientes (770-221 a.C.). Cuando prácticamente desapareció durante la era Qin, parte del pensamiento de Mozi fue asimilado por el legalismo, el confucianismo y el taoísmo, aunque en un principio había estado enfrentado a todos ellos; en concreto, ante el legalismo, el moísmo critica la sumisión absoluta al poder establecido, pues para Mo-Tzu, todos los seres humanos son iguales bajo el cielo. Las relaciones que se establecen entre los seres humanos deberían guiarse por el ideal del amor universal. El utilitarismo de Mozi, preocupado por la búsqueda activa de la felicidad, se completa con la defensa del conocimiento que puede alcanzar cada individuo desde su propia percepción basada en lo sensorial, más que en la imaginación o en la lógica que no dejan de ser abstracciones.

En la segunda fase del confucianismo según Yao Xinzhong, durante la dinastía Han, se habilita un sistema universal que se extiende por todos los ámbitos culturales. Se produce la norma respecto a las interpretaciones de los clásicos del gûwén jing (los Cinco clásicos de la antigüedad) y del xinwen (los cuatro libros clásicos) hasta alcanzar una fosilización escolástica del pensamiento que queda en prácticamente una filología vacua de interpretación de textos que no permiten el desarrollo de una filosofía libre y fluida. Durante el periodo Weijin (comprendido entre la fundación de Wei en 220 a.C. y la conquista de los Wu por la dinastía Jin en 280 d.C., aunque también pueden situarse sus inicios en torno a 184 a.C., fecha en la que se data la rebelión campesina de los turbantes amarillos), se produce una interpretación confuciana de la escuela laozhuang a la vez que esta se nutre del confucianismo, dando origen a la escuela xuanxue (escuela del aprendizaje místico u ocultista), en la que se unen elementos taoístas y confucianos con la finalidad de explicar la función del Tao, que permanece impenetrable, pues no puede ser expresado por las palabras. Uno de los conceptos centrales del xuanxue es Wû, nada o no ser, el vacío como única posibilidad de manifestar la grandeza o lo absoluto de lo inefable por su eternidad y trascendencia.

La tercera fase del confucianismo se desarrolla entre las épocas Song a Ming, es calificada por Yao Xinzhong como confucianismo en transformación. En este periodo, los seguidores de esta doctrina tienen que afrontar los retos que suponen el taoísmo y el budismo, del cual adaptará algunos principios. Es en este momento cuando se configura la forma del aprendizaje confuciano que se fundamenta en Daoxue y en Lixue.

Lixue, Enseñanza de los fundamentos, es uno de los textos principales en el desarrollo del neoconfucianismo, contiene las enseñanzas de los filósofos más importantes del periodo Song (960-1279), como Zhou Dunyi (1017-1073), Zhang Zai (1020-1077), los hermanos Cheng, Hao (1031-1085) y Yi (1033-1107) y Zhu Xi (1130-1200). La escuela Lixue del principio universal es considerada como la contraparte de la Xinxue, o escuela de la mente humana, cuyos principales representantes fueron Lu Jiuyuan (1139-1192) y Wang Shouren (1472-1529). El Lixue surgió desde las enseñanzas del periodo Song del Norte (960-1126) y alcanzó su plenitud hacia 1200; prevaleció durante esta era y la Ming (1368-1644). El comienzo de la escuela del principio universal está relacionado con el desafío que supuso para la mentalidad china la llegada a su cultura del budismo, cuya cosmología enriqueció tanto al taoísmo como al confucianismo. El principio universal, Li, también puede ser nombrado como Dao, motivo por el cual la escuela Lixue también recibe el nombre de daoxue (o enseñanza del camino), aquí Dao no tiene nada que ver con el taoísmo más allá de la adaptación del concepto camino (dao) como elemento básico de su cosmología. Camino, Dao, fue adoptado por los confucianos y transformado en un modelo que permite explicar la sociedad a partir de la existencia de unos principios generales que son inherentes, no solo a los humanos sino también al resto de los seres vivos, de los objetos, del mundo físico y del trascendental. Así, el confucianismo abandonó su preocupación central por el mundo de la sociedad y la política para proponerse encontrar una explicación del cosmos y de todos sus mecanismos.

La cuarta fase, según Yao Xinzhong es la del confucianismo en variación. Esta comprende el proceso de expansión hacia otras regiones del Asia oriental, a Japón, Corea y Vietnam, donde son asumidos los modelos estatales del confucianismo y el legalismo chino. Esto sucede durante la era Han (206 a.C.-220 d.C.). Paulatinamente fueron apareciendo eruditos confucianos en estos países, en los que se adaptaron las bases chinas según las necesidades sociales, políticas, geográficas, económicas y culturales de cada zona. La quinta fase es la del confucianismo de renovación, por el contacto de China con las corrientes filosóficas europeas de la modernidad y con el cristianismo. Aquí se enmarca el primer desarrollo del neoconfucianismo moderno.

En China, el confucianismo se conoce como la escuela de rujia, ruxue o rujiao. El término ru es anterior a Confucio y se refiere al colectivo de los ru, que se integraba en el de los shi. Esos ru, anteriores a Confucio, eran danzantes y músicos que participaban en rituales religiosos (shang); los maestros en rituales y ceremonias expertos en ritos religiosos (zhou) y los profesores integrados en la educación oficial que estaban obligados a dominar las seis artes liberales (historia, poesía, música, astrología, tiro con arco y matemáticas) y, a la vez, estaban muy relacionados con los rituales, pues enseñaban a los danzantes y a los músicos antes mencionados a la vez que oficiaban como sacerdotes profesionales. Cuando, en el periodo Primaveras y Otoños se produce una decadencia en las prácticas cultuales, muchos de estos ru abandonan su profesión como oficiales y se secularizan, a partir de este momento pasan a ser eruditos con conocimientos de las artes liberales y de los rituales antiguos, cosa que les permite encargarse de la educación tanto pública como privada. Confucio fue un maestro encuadrado en esta tradición, aunque su pensamiento llegó más allá del mero ejercicio de la enseñanza y marca un punto de inflexión que supone una renovación en una escuela que, una vez establecida desde sus discípulos, ha pervivido hasta la actualidad.

A partir de K’ung Fu Tzu, la rujia se establece como una escuela regida desde unos principios cercanos a lo familiar. Los discípulos de Confucio, responsables de la expansión de esta doctrina, continuaron con el estudio de los clásicos y de los rituales antiguos. En la era de los Estados Combatientes había ocho escuelas principales de ru y todas ellas se definían como los auténticos seguidores del maestro y, por lo tanto, mantenedores de un importante legado doctrinal.

¿Hasta qué punto el confucianismo, rujia, puede ser definido como un culto de carácter religioso? Jiao, en rujiao, no implica exactamente una religión, aunque ciertos acontecimientos más políticos que de fe nos sitúan en un panorama de creencias más que en el desarrollo de una corriente filosófica, así los ataques mutuos y conflictos con otras escuelas durante la era de los Estados Combatientes. Durante la dinastía Han, triunfa el confucianismo ecléctico de Dong Zhongshu (siglo II a.C.) a quien tradicionalmente se le atribuye la síntesis de las teorías naturalistas del yin-yang y de los cinco elementos con el pensamiento contenido en los Anales de primavera y otoño, atribuido a Confucio y perteneciente a la lista de los Cinco clásicos; de esta obra, Dong Zhongshu fue autor de un comentario (el Gongyang Chunqiu). Este pensador presenta un sistema del universo, del cual la sociedad humana forma parte indiscutible, como un conjunto cuyos elementos están ligados; donde el soberano tiene un protagonismo especial es en el mantenimiento del orden. Esta totalidad que es el universo, está unida a través del qi, compuesto de yin y yang, que evolucionan cíclicamente a lo largo del tiempo, tal y como atestiguan las alternancias que se producen en la naturaleza (día y noche y otros fenómenos como las fases lunares o los ciclos estacionales). En ese mismo panorama de cambio natural hay que situar las sucesiones dinásticas, que implican violencia, aunque para Dong Zhongshu perfectamente podrían sucederse desde el voluntario abandono del poder por parte de aquel que ha culminado su tiempo y ha perdido el beneficio del cielo; de este modo sería posible evitar el levantamiento del pueblo, que es justo cuando se trata de respetar los ciclos de la historia.

En la valoración acerca de si el confucianismo es una religión hay que recordar que el maestro K’ung es considerado como persona de culto en los ritos oficiales, cosa que supone una cierta ambigüedad respecto a la cuestión que ahora nos ocupa, dado que uno de los rasgos que caracterizan al confucianismo es el respeto cultual a los antepasados.

Otra posible definición del confucianismo se relaciona con el término ruxue, forma de aprendizaje; así cabría considerarlo más como una teoría ética, moral y política planteada desde un interés didáctico. El confucianismo se basa en buena parte en un compromiso con el estudio de unos textos clásicos que se han visto renovados continuamente en la historia china, gracias a la cual la tradición ha sido aprendida a lo largo del tiempo, más allá del anquilosamiento de unas formas, cosa que en caso de las creencias tanto religiosas como filosóficas suponen una segura desaparición práctica (así ocurre con el legalismo cuando acaba siendo subsumido por el confucianismo).

Las tres características básicas que sitúan el ruxue como elemento definitorio del confucianismo son la erudición, considerada desde un punto de vista moral como el equivalente a una vida virtuosa; la dedicación al estudio de los clásicos para que sigan vivos y puedan ser difundidos; y la aplicación práctica desde el conocimiento de la ética a la política, entendida como procedimiento de transformación del mundo.

El confucianismo se basa en un corpus que fue variando a lo largo del tiempo. Las Analectas no estuvieron contempladas en un principio entre este conjunto de clásicos. Una primera diferenciación entre los textos de la tradición confuciana tiene que ver con los Jing (经), libros anteriores a Confucio y editados por él a lo largo de su carrera como erudito; y los Shu (书), que son posteriores al maestro K’ung. Con anterioridad a la dinastía Han hay que mencionar los seis clásicos: Yijing (Libro de las mutaciones), Shujing (Libro de la historia), Shijing (Libro de la poesía) Lijing (Registro del rito), Chunqiu (Anales de primavera y otoño) y Juejing, (Libro de la música). El emperador Wudi (141-87 a.C.), de la dinastía Han, en buena parte el responsable directo de la centralización del imperio chino desde las bases teóricas del confucianismo, organiza el corpus de clásicos, que pasa a estar formado por el Libro de las odas (Shiji), Libro de los ritos, Libro de los documentos, Libro de los cambios y Anales de las primaveras y los otoños. Durante la dinastía Tang (618-690; 705-907), el corpus es de los doce clásicos, pues a los anteriores se les añadieron los Ritos de Zhou Li, el Clásico de la piedad filial y las Analectas. Con la dinastía Song (960-1279) se completa el corpus de clásicos, aunque el interés se centra en cuatro de ellos, las Analectas, dos capítulos concretos del Libro de los ritos, La gran enseñanza y La doctrina del justo medio, estas dos últimas de Mencio.

El confucianismo

Los tres pilares de la doctrina de Confucio son la educación, la benevolencia y el ritual. Respecto a la educación hay que decir que Confucio asentaba su filosofía en el principio del ser humano; su pensamiento es un humanismo que considera que el hombre en su primer estado es incompleto, que se desarrolla mediante el aprendizaje, cuestión que atañe a toda la humanidad, aunque no está centrado en lo intelectual exclusivamente. para Confucio, y queda claro en el fragmento de las Analectas que ha sido mencionado con anterioridad, la vida es un camino de aprendizaje; todo lo que el individuo encuentra en su camino es un signo que le permite mejorar su conocimiento, así pues, el aprendizaje no es mera erudición y memorización libresca, sino vida y recorrido del propio camino que es la existencia. Aprender no significa necesariamente cuestionar el orden social, sino alcanzar, también, una dimensión ética que ayude al buen orden del mundo.

Por el proceso de aprendizaje se hace posible distinguir dos tipos de seres humanos: junzi (君子) y xiaoren (小人). Junzi puede traducirse como “hijo del señor”, equivalente a caballero, capaz de vivir en la humildad, de controlar sus palabras, leal, obediente, disciplinado por sí mismo, en definitiva, alguien que se ha sometido a un proceso de automejoramiento. Aunque para el confucianismo el humano ideal es el sheng, el sabio, esta categoría es tan difícil de obtener que lo real es el junzi, y es este el que puede realizar las funciones de gobierno. El contrapunto del junzi es xiaoren, “persona pequeña”, despreocupada por la virtud, simplemente busca la ganancia inmediata, guiado por el egocentrismo e incapaz de reflexionar acerca de las consecuencias de sus actos, todo ello hace que un gobierno dirigido por personas de este cariz sea una auténtica desgracia para el pueblo.

El segundo pilar del confucianismo como ya se ha mencionado es Ren, humanidad, benevolencia, amor al prójimo. Parte del principio de que el ser humano se completa en su relación con los demás desde una existencia dotada de sentido moral, ajena al resto de los animales. Ren no es un ideal fosilizado, sino una meta que el confuciano ha de mantener en el horizonte de su desarrollo personal. Ren implica empatía hacia los otros, fundamentada en el extremo rigor en el análisis de la conducta moral de uno mismo. La benevolencia reconoce una jerarquía, pero implica que el amor tiene tanto un sentido ascendente (súbdito-monarca-cielo) como descendente (cielo-monarca-súbdito). En ren está incluido el principio del zhongyong (中庸), la doctrina del medio, que supone, ante todo, moderación. en la cultura clásica latina se encuentra un axioma similar: la aurea mediocritas. La moderación obliga una previa armonía, desde la cual es posible alcanzar una sociedad cercana a lo ideal. En esta doctrina, la sinceridad es un valor indiscutible, es la naturaleza real del cielo, desde el cual se transmite a todos los seres, inmaculados en su origen. Desde el Zhongyong, una de las obras fundamentales del confucianismo, se insta al hombre a alejarse de lo impulsivo, del exceso, del deseo caprichoso, del cinismo. Desde estas últimas aseveraciones se ve la dificultad que el confucianismo puro encontraría en la sociedad contemporánea neoliberal y tecnócrata preocupada exclusivamente por el beneficio a corto plazo, por el deseo caprichoso como valor supremo.

El tercer fundamento es el ritual, entendido como uno de los rasgos que definen al ser humano en oposición a la naturaleza, Li (禮), rito, en su etimología, tal y como lo explica Confucio en sus comentarios a las obras clásicas, alude a la vasija sacrificial en la que se servía una sopa de cereales como ofrenda. A diferencia de lo que sucedía con un ritual fosilizado y vacío de sentido, para Confucio, en el rito, lo más importante es la actitud interior del participante, no el aura religiosa o sagrada que se le da desde la superstición vana. El rito no debe responder, por lo tanto, a una mera reglamentación protocolaria y formalista, sino al valor que le da la sinceridad; por esta misma razón es criticable la suntuosidad que simplemente busca el hacerse notar. Hay que tomar en cuenta que el ser humano, como homo religiosus, orienta su vida desde el ritual, que va más allá del instinto, hacia lo trascendente -esta es la diferencia que se establece entre ciertos comportamientos pautados del resto de los animales y el ceremonial humano. El li, ritual, en definitiva, alcanza su sentido pleno en conexión con yi (義), el sentido de lo justo como correcto.

En su búsqueda del ritual realmente válido, Confucio se propuso rectificar los nombres, zhengming, para lograr un equilibrio perdido entre significantes y significado, pues la sinceridad del ritual implica que exista una concordancia entre ambos, una adecuación entre los nombres, sus significados originales y la sustancia. Este proyecto alcanzó a convertirse en un diccionario, cercano a lo enciclopédico, shiming (explicando términos) con Kong Xi, en el periodo Han oriental, entre 425 y 220 a.C. También Xunzi se preocupa sobre la cuestión de la rectificación de los nombres. Nombrar es cortar, dividir la realidad en parcelas o conjuntos desde un principio de opuestos que son identidad y diferenciación; para ello es necesario el reconocimiento de las cualidades naturales de lo nombrado. Aunque el lenguaje sea una convención, sin fundamento en el conocimiento científico, ni tenga base ética ni epistemológica, pues es arbitrario, es preferible al desorden que genera su ausencia

En relación con todo lo dicho anteriormente, es necesario recordar un concepto, de, con el significado original de rectitud de corazón, base que sustenta el carisma de liderazgo que no necesita imponerse al otro, pues simplemente contribuye a marcar el camino correcto. Esta ruta ideal del gobierno no es la implantación del poder sin más, sino la consecución de la armonía que, también desde el ritual, regula la sociedad en esa relación con los cielos en un sentido doble, como se ha leído antes. El soberano, desde un punto elevado en la pirámide jerárquica es el encargado de armonizar las relaciones humanas y aquí coincide en su protagonismo, aunque en una escala distinta, con el príncipe y el ministro, todos ellos guiándose desde los principios transmitidos por el sabio.

Los continuadores de Confucio. Meng Zi (Mencio)

Mencio representa la rama idealista del confucianismo en su dimensión ético religiosa. Su influencia se hace evidente después de la dinastía Han y, sobre todo, a partir de Song. El contexto político que le tocó vivir a Meng Zi fue mucho más complicado que los tiempos de Confucio, a modo de ejemplo se podría mencionar el problema de situar a los shi en un punto de la escala jerárquica, entre la libertad y la servidumbre. Por otra parte, durante la era de los Estados Combatientes, se desarrollan las cien escuelas de las cuales el confucianismo es una más.

Mencio (孟子) fue discípulo de Zisi (子思) (485-420 a.C.), nieto de Confucio, y de Zengzi (曾子) (505-436 a.C.), del cual heredará la dimensión idealista de su doctrina. El nombre real de Zengzi era Zeng Shen; fue uno de los más importantes discípulos de Confucio. Su pensamiento estaba centrado en la piedad filial, xiao. Aunque numerosos estados le ofrecieron puestos de responsabilidad en sus respectivas cortes, Zeng Shen declinó todo honor y se dedicó a la enseñanza. A él se le atribuye el clásico Daxue (El gran aprendizaje) y otro libro titulado con su propio nombre. Para él, la piedad filial es la más importante de todas las virtudes morales, pues las incluye a todas en sí misma. Kong Ji, o Zisi, nieto de Confucio fue uno de los primeros pensadores reconocidos de la doctrina ruxue. Su contribución más importante fue el libro Zhongyong, La doctrina del medio. Fue muy bien considerado por los duques Miu de Lu y Hui de Fei, porque se encargó de formarles en los rituales, aunque nunca ocupó un puesto oficial. Al parecer, fue instruido por Zeng Shen (Zengzi).

Mencio era natural del estado de Lu y, al igual que Confucio, perdió tempranamente a su padre, así que fue criado por su madre. Viajó por varios estados ofreciendo sus conocimientos como consejero, aunque no tuvo ningún éxito. Se vio obligado a arrostrar a lo largo de su vida un doble frente dialéctico, por un lado, ante los príncipes y por otro, para rebatir a las diferentes escuelas. Quizá sea este el motivo por el que su obra parte de la polémica encaminada a la persuasión desde la contraposición de los valores del taoísmo, el legalismo y las escuelas cosmológicas y lógicas. Quizá, también, en esa continua controversia se encuentre el desarrollo de su retórica como arte de persuasión, que implica una mayor elaboración de sus escritos, alejados del laconismo que define las sentencias de Confucio y Lao Zi.

Según Mencio, la única vía para alcanzar un gobierno eficaz es el ren, opuesto a la pragmática por la fuerza del legalismo y a la inacción del taoísmo. Ren implica gobernar desde la benevolencia, único método que contribuye a la estabilidad y la cohesión entre las gentes que, de este modo, son atraídas hacia el gobernante de manera natural, dadas las virtudes que en este se manifiestan. La benevolencia, como principio, en Mencio irá mucho más allá que la de Confucio, pues se muestra como un pacifista a ultranza contra las matanzas que eran frecuentes en su época, inmersa en un enfrentamiento continuo entre señores de la guerra. Para Mencio, la legitimidad del gobernante no está ni en el uso de la fuerza, ni en la política, sino en la ética y en la moral. Esta idea del gobierno desde la ética será fundamental para entender la concepción política de las dinastías imperiales posteriores. El ren no cuestiona la jerarquía social, ni los privilegios basados en una escala dominada por la aristocracia; en realidad, el ren hace valer esta jerarquía, pues defiende la especialización de los distintos estratos, ahora bien, si el mandato del cielo no se cumple como corresponde por parte de los encargados del gobierno, se abre un posible cauce que puede desembocar en la rebelión justa.

Mencio afirma que el ser humano tiende al bien por naturaleza. Su filosofía se sitúa entre el utilitarismo de Mozi y el idealismo extremo de Zhuangzi. Lo que distingue al ser humano del animal es su naturaleza moral, la dignidad que se expresa desde el concepto de xing (性) o naturaleza humana, y su mente, xin; ahora bien, la moral no es un principio exclusivamente mental, también es material, pues desde su fluidez, el qi se pone en contacto con el cuerpo. De manera que en el desarrollo del pensamiento de Mencio, hasta este momento nos hemos encontrado con tres pilares doctrinales: xing (como naturaleza y dignidad humana), xin (心) (mente) y qi (esa energía que desde lo material actúa como una red que lo rodea y se introduce en todo).

La bondad, según el pensamiento de Mencio, es lo que nos hace humanos y es innata para todos, de manera que tanto la sabiduría como la santidad son alcanzables por cualquier hombre; de hecho, su destino es armonizarse con el cielo a través del xing, su digna naturaleza, que también es la actualización de la bondad celestial, la cual reside en todo ser humano. El mal es la ausencia del bien, debido a que no se ha desarrollado en plenitud la auténtica naturaleza.

En su doctrina del zhongyong, Mencio defiende que hay una parte celeste en el interior de cada ser humano, posiblemente aquí se hace evidente la influencia de Zhuangzi. La existencia, según el zhongyong, debe regirse por la justa medida y el equilibrio, por la armonía que es la expresión del Dao. El principio zong, centralidad, hace referencia a aquello que mantiene al ser humano en una línea ascendente hacia el encuentro con su naturaleza celestial y con el bien. Tal tendencia no implica reprimir las emociones negativas, sino armonizarlas con el Dao, mediante una especie de soplo vital que puede manifestarse en la música. Siguiendo este camino de virtud, el hombre verdadero, zhen ren (真人), será aquel que está en plena armonía con el cielo después de haber realizado su ser celestial y completado su humanidad. Al fin y al cabo, el cielo no es una realidad que esté más allá del ser humano, sino que se encuentra en su propia interioridad. Y este es un ejercicio que trasciende a la individualidad, pues cuando un ser humano realiza su parte celeste, arrastra a la de los demás.

Los continuadores de Confucio. Xun Kuan o Xunzi

Xun Kuang (荀况), Xunzi (荀子) o Xun Qing, el maestro Xun, vivió entre 313 y 238 a.C. Fue un erudito natural de Zhao. Fue miembro de la academia de Jixia, en el estado de Qi, el foco principal de actividad cultural en el periodo final de la era de los estados combatientes. Cuando el estado de Qi fue conquistado por los ejércitos de Yan, la academia de Jixia desapareció y sus miembros se refugiaron donde les fue posible; Xunzi acudió al estado de Chu, al sur. El año 279 a.C. regresó a Qi, donde alcanzó gran categoría como maestro. Cuando murió el rey Xiang (reinado entre 238-265 a.C.), Xunzi abandonó Qi para ir a servir al rey Zhoxiang de Qin; allí permaneció hasta alrededor del 247 a.C., posteriormente fue a Zhao donde, ante el rey Xiaocheng (reinado entre 266-245 a.C.) afirmó que la victoria y la derrota no son cuestión de armas y estrategias, sino de la relación que se establece entre el gobernante y su pueblo. Un rey que no esté seguro del apoyo de su pueblo perderá cualquier guerra. Además, afirmó que el cometido de la guerra no era conquistar, sino defender al propio pueblo contra la tiranía del invasor. Con posterioridad, Xunzi se instaló en Chu, donde ejerció como magistrado y maestro. Acabó sus días como magistrado en el reino de Chu, después de visitar el estado de Qin, de hecho, fue testigo del fin oficial de la dinastía Zhou. Xun Zi manifiesta su admiración crítica hacia el legalismo y los Qin, aunque les reprocha, no tanto el uso de la fuerza como el instrumentarla como recurso exclusivo. 

Representa una segunda oleada del pensamiento chino, junto a Laozi, durante el periodo de los Reinos Combatientes. En el extremo opuesto a Mencio, Xunzi encarna la rama realista del confucionismo y puede ser considerado como el precursor de esta escuela durante el primer Han. Mientras que Mencio bebe de la fuente del Zhuangzi, Xunzi se nutre del pensamiento legalista, del cosmológico y de Mozi, de manera que su filosofía supone una gran síntesis de las ideas de las cien escuelas desde los axiomas del confucianismo. Hasta tal punto es así que discípulos de Xunzi fueron dos de los máximos representantes del legalismo, Han Feizi (韓非子) (280-233 a.C.) y Li Si (李斯) (280-208 a.C.).

Es el responsable del primer tratado teórico estructurado en la cultura china en torno a preguntas y respuestas, aunque desde la redacción de un discurso perfectamente elaborado, construido y ordenado. La doctrina de Xunzi está influida por el pensamiento cosmológico; en ella se produce una disociación entre el ámbito ético humano y los procesos celestiales; para él, el desorden humano no tiene que ver con los procesos cósmicos, es obra del propio hombre; de hecho, no tiene ningún sentido intentar entender el orden del cielo, por eso, niega la teoría de las resonancias del I Jing (Yijing, I Ching) y afirma que el ser humano debe ocuparse solo del ámbito en el cual puede ejercer influencia, es decir, en aquello que le rodea, mediante li, la interacción entre ser humano y naturaleza que implica un comportamiento social adecuado, y el ritual. Dado que la naturaleza humana es mala, la única vía para llegar a la armonía social y a la sabiduría es el rito y el orden. El ser humano es un conjunto de pulsiones biológicas ajenas a la ética, sin embargo, es capaz de superar tal tendencia que le ciega y le conduce hacia la amoralidad; y es aquí donde encuentra la posibilidad de salvación en la cultura y la ética. Es cierto, según Xunzi, que lo innato del ser humano es la predisposición hacia el odio, la envidia, la lujuria, pero es gracias a la inteligencia como puede alejarse de esa animalidad. Mediante tal recurso, la bondad es suplantada en la doctrina por el orden, guiado desde zhi, la inteligencia como sentido común. Zhi es el instrumento que permite ordenar las pulsiones biológicas anárquicas y satisfacer los deseos de una manera ordenada, pues estos son moralmente admisibles, siempre y cuando estén en el rango de lo posible y sean ritualizados, cosa que los sitúa con pleno derecho en un orden social, el cual es todo lo contrario al instinto. La capacidad de actuar (wei 偽), en oposición a no-acción (無為wu wei), relacionado con la cultura y el aprendizaje, es lo que nos identifica como humanos; y es desde esa acción cultural (文wen) desde la que se origina el antiguo ritual, valorado como ordenación del caos o de la animalidad que también define al ser humano en su naturaleza primaria. Es aquí, en esta dependencia de los ritos, como orden, donde se sitúa el pensamiento de Xunzi; pues parte del aserto de la maldad innata en el hombre, expresada, sobre todo, en el deseo insaciable que es el origen de todos los conflictos, controlable desde el ritual.

El confucianismo ecléctico. Dinastía Han

En la historia china, la dinastía Han ocupa el periodo que se extiende entre el 206 a.C. y el 220 d.C. Cronológicamente, esta era puede dividirse en tres fases. Han occidental o antiguo Han (206 a.C.-8 d.C.), Dinastía Xin de Wang Mang (8-22 d.C.) y Han oriental (25-220). Fue la primera dinastía de larga duración al frente del imperio. Fundada por Liu Bang, o emperador Gaozu, a partir de una rebelión contra los Qin (221-206 a.C.) que también puso fin a la inestabilidad del periodo de los Reinos Combatientes (siglo VI-221 a.C.). Liu Bang y sus sucesores fueron capaces de organizar un gobierno estable mediante un sistema administrativo heredado de los Qin y enriquecido con los planteamientos del confucianismo. Bajo el gobierno del emperador Wu (141-87 a.C.) se fundó Taixue, la universidad nacional, que se basaba en una formación en los clásicos confucianos, en ese momento relacionados con otras corrientes, como el legalismo, la escuela del Yin-Yang y la Huanglao.

El confucianismo de la dinastía Han, como acabamos de señalar se basa en el eclecticismo y, a la vez, en la reinterpretación y búsqueda de las fuentes clásicas de Zhou (siglo XI-221 a.C.). La cultura Zhou es un aglomerado de diferentes pueblos que habitaban en el río Wi, al sur de Shaanxi; desde allí se expandieron hasta la llanura del río Amarillo. Adoptaron la cultura de Shang (siglos XVII-XI a.C.), manteniendo algunos de sus rasgos peculiares. El concepto básico de Zhou es Tianming, el mandato del cielo; con su más elevada divinidad que es Shangdi, a la cual era posible acceder mediante los sacrificios, a la vez que intervenía en las decisiones políticas. En algún momento, en el culto de los zhou se produce una amalgama con los rituales destinados a los antepasados. Mientras que, para los shang, sus predecesores, tanto los espíritus de los antepasados como el dios supremo eran divinos y, por lo tanto, los gobernantes shang eran meros funcionarios al servicio del cielo; los zhou eliminaron el aura de numinosidad que deificaba a los antepasados y desmitificaron el papel del cielo, haciendo recaer en el gobernante la acción desde la interpretación de la voluntad divina que les conducía por medio de la virtud. Entre los ministros de los primeros zhou, el más importante fue el Duque de Zhou, durante el reinado de Cheng (1116-1079 a.C.). Fue el Duque de Zhou el que organizó desde el principio de virtud, el gobierno del reino; el concepto de virtud implica el respeto a la voluntad del cielo, la obligación de proteger al pueblo, el recuerdo de los antepasados como modelo de virtud en el gobierno, el aprendizaje y el autocontrol. Durante el periodo Zhou, uno de los instrumentos doctrinales más importantes fue li, traducido como ritual. No es meramente un conjunto de ceremonias sociales, políticas y religiosas, es una actitud que conecta, mediante el principio de orden, el mundo espiritual con el terrenal.

Además de la reinterpretación de las fuentes clásicas del reino de Zhou, durante el periodo Han se estudian las innovaciones doctrinales que se produjeron a lo largo del periodo de los Reinos Combatientes. Todo ello origina el surgimiento de las Cien Escuelas (Sima Tan) y la elaboración de una visión del mundo desde una coherencia ecléctica, síntesis del pensamiento precedente y base de la nueva, y antigua a la vez, identidad asumida por el mundo chino de la cultura Han.

El confucianismo del periodo Han occidental se caracteriza por la preeminencia de pensadores como Lu Jia (陸賈) (muerto en 170 a.C.), del cual se menciona una frase significativa de los cambios políticos que van a producirse en esta época: “el imperio no se gobierna a caballo”. Los confucianos ortodoxos son alejados de los centros de poder, mientras que el confucianismo se va impregnando del pensamiento de la corriente Huanglao, con la importancia que esta otorga a los cultos, y el legalismo.

Entre los pensadores del periodo Han occidental destaca Jia Yi (賈誼) (200-169 a.C.) que es el primer filósofo confuciano que adopta ideas legalistas de una manera evidente y reconocida. Jia Yi analiza las causas de la caída de la dinastía Qin (過秦論guo Qin lun) y encuentra que estas son morales, tanto por el olvido de la ética confuciana como por la mala aplicación de las teorías legalistas sobre el estado. Va a ser el primer confuciano que defiende el modelo territorial centralizado, diseñado desde el legalismo en oposición al sistema repartido en feudos. Este modelo es el único que puede evitar una futura fragmentación que suponga la desaparición de la unidad Han. En un primer momento, las medidas sugeridas por Jia Yi fueron rechazadas, aunque acabaron siendo adoptadas en reinados posteriores.

Otra corriente que marca el pensamiento de la era Han occidental es la escuela del Yin-Yang y de los cinco elementos. En un principio ambas estaban separadas. Uno de los representantes más importantes de la teoría de los cinco elementos fue Zuo Yan (鄒衍) (340-260 a.C.), desarrolló su pensamiento durante el periodo de los Reinos Combatientes. Su filosofía explica la influencia de las fuerzas naturales, expresadas con el Yin-Yang y con los cinco agentes o elementos, en la vida del individuo y del Estado. Supone un cambio constante y espontáneo en las fuerzas cósmicas que marcan también el ascenso y la decadencia de las dinastías. Zuo Tan compiló el texto Yueling, posteriormente integrado en el Liji. En él se describe la relación entre las estaciones, los meses, la astronomía, los colores, la música y otros muchos aspectos de la vida humana, pues todo el cosmos está integrado en un sistema de correlaciones.

Aunque las teorías del Yin-Yang se remontan a sendos capítulos del Libro de los ritos (Liji 禮記) y del Zhouyi (周易), son términos transversales en todos los pensadores zhou del este. Esta escuela estaba configurada por astrólogos, adivinos, magos y taumaturgos. La corriente del pensamiento Yin-Yang construye una visión del mundo basada en la regularidad, el equilibrio y la armonía del cosmos, según la sucesión de los cinco elementos correlativos y las alternancias de Yin-Yang. Tal teoría cosmológica, al concebir al ser humano como totalmente inmerso en el cosmos, cierra la brecha entre la naturaleza y la humanidad, transformando el cosmos en una organización que corresponde con lo moral y lo ético, pues los tres suponen una armonía.

Durante el reinado de Wudi (武帝) (157-87 a.C.) se desarrolla la retórica confuciana como praxis político legalista. Wudi es el primer emperador que abiertamente se servirá del confucianismo como doctrina legitimadora del estado; para conseguirlo, utiliza a los letrados de talento en la burocracia y los elige mediante la institucionalización de los exámenes de ingreso que apoyan a los confucianos contra los seguidores de la doctrina Huanglao, a los que defendía la consorte imperial. Se crea una academia imperial confuciana en la que se establecen como únicos textos válidos para el currículo los Cinco clásicos, de manera que quedan prohibidas las obras legalistas. A la vez, se instauran los cultos imperiales hacia Confucio y el confucianismo pasa a ser la escuela principal. En este ambiente cultural se sigue el culto a Taiyi (太一), el Uno supremo, y el Dayitong        (大一統), la Gran Unificación, como elementos de legitimación de la dinastía Han, agente de la gran unificación territorial que deja sin mérito toda labor de Qin. Taiyi era adorado por las elites sociales durante el periodo de los Reinos Combatientes; fue el primer dios descrito en las Nueve canciones, los himnos chamánicos recogidos en Chuci (Canciones de Chu). Durante la dinastía Qin y la Han se hizo evidente la distinción entre Taiyi, como divinidad suprema, identificada con el Norte celestial y con el Yi, el Uno, que engendra, en primer lugar, la divinidad y luego los seres. El Yi más abstracto es una interiorización del dios supremo desde la influencia del discurso confuciano. Durante la dinastía Han, Taiyi se convirtió en parte del culto imperial y, a la vez, fue un concepto central de Huanglao que influyó en el laoísmo temprano, de hecho, Taiyi fue identificado con Dao. Sima Tan y Sima Qian fueron críticos con Wudi, pues consideraban que su confucianismo era meramente una postura que le permitía camuflar su política legalista autoritaria. Sima Tan (190-110 a.C.) fue un importante historiador del periodo Han antiguo, primer responsable del Shiji, la fuente historiográfica más antigua china, completada por su hijo Sima Qian (h. 145-86 a.C.).

El primer responsable de la redefinición ideológica y la justificación del poder imperial es Dong Zhongshu (董仲舒) (195-115 a.C.). Su pensamiento parte de la teoría cosmológica que supone que el universo es un conjunto orgánico regido por el cielo, garante de la legitimidad dinástica. Dong Zhongshu se aleja de la teoría de Jia Yi, continuador de la proposición del mandato del cielo de Mencio, pues considera que el emperador no responde ante el pueblo, sino ante el cielo; es decir respeta el esquema de las diferentes sumisiones que están implícitas en la etimología del ideograma Wang (王) según el cual, el pueblo se somete al emperador y el emperador al cielo. Los límites del poder son los límites del Dao del cielo, que impide la autocracia. Este orden social jerarquizado se integra en el orden natural del funcionamiento del universo, así el orden legal es también un orden cósmico. Aquí se incluye la subordinación de las cinco relaciones: padre-hijo, soberano-ministro, esposo-esposa, hermano mayor-hermano menor y amigo-amigo. La familia se convierte en el modelo de cohesión social según la misma naturaleza del cosmos. Desde un punto de vista social y cósmico, la vertebración se produce desde la lealtad del ministro al emperador (忠zhong) y la piedad filial (孝xiao). La interacción hombre-cielo sirve para establecer un mecanismo de crítica y control al emperador, tomando en cuenta que son los confucianos los que controlan en la corte la interpretación de los presagios que marcan el buen y el mal gobierno.

En defensa del estado Han, los representantes del confucianismo atacan la política legalista de Wudi, conectada con los intereses del confucianismo ortodoxo, defensor de las grandes familias contra la intervención del estado. Se incluye en este ataque la demonización del primer emperador, considerado como un déspota sin escrúpulos y arbitrario; por tal razón, se le comienza a atribuir crímenes tanto reales como inventados a la dinastía Qin, entre ellos una supuesta matanza de confucianos en Qin; estos infundios lograrán que el estado Qin se convierta en un acérrimo anticonfuciano, cosa que no era así en un tiempo anterior, aunque se orientase desde los principios del legalismo.

En el periodo Han se produce una búsqueda y reinterpretación de los clásicos, como un episodio más de la batalla ideológica. El origen de esta preocupación se inserta en el episodio de la quema de libros realizada por Li Si (muerto en 208 a.C.). Este fue un alto ministro de la corte del rey de Qin. Fue discípulo del erudito confuciano Xunzi. Entre sus actos como político se encuentra una orden por la cual debían ser prohibidos todos aquellos libros que no fuesen útiles para la prosperidad del imperio. A raíz de este edicto, los confucianos le acusaron de haber quemado los libros de su doctrina y haber enterrado vivos a los eruditos. Entre los responsables de esa restauración de los antiguos textos se encuentran Chao Cuo (晁錯) (200-154 a.C.) y Wen Di (文帝) (180-157 a.C.) Chao Cuo fue un importante ministro del periodo Han, chambelán para ceremoniales, discípulo de Zhang Hui y buen conocedor de los escritos del legalismo. Wen Di fue uno de los primeros gobernantes de la dinastía Han. Confucio es considerado como la figura central en la legitimación de los libros que se intentan restaurar, por ello los exegetas intentan atribuirle el mayor número posible de obras, no tanto como autor, sino como compilador. En este proceso, Los anales de las Primaveras y los Otoños, Lüshi Chunqiu (呂氏春秋), pasan a ser el texto fundamental. En la nueva exégesis de textos se produce una fusión del confucianismo con el legalismo, no en vano uno de los principales representantes políticos de esta empresa es Chao Cuo. También se señala una tradición esotérica proto-taoísta especialmente en los Chenwei (讖緯), Palabras ocultas, y en los Fangshi (方士), atribuidos a Confucio, insertos en Los Anales de las Primaveras y los Otoños. Este proceso exegético, en algún momento, se desarrolló ante el mismo emperador en forma de debates en los cuales los confucianos denigraban a las otras escuelas.

En un punto medio en tales debates se encuentra Yang Xiong (揚雄) (53 a.C.-18 d.C.), el cual no cae en las legitimaciones promovidas desde el poder, ni en la exégesis oficial; se basa en las Analectas y en el Zhou Yi. Desde la investigación hermenéutica, redactará dos obras fundamentales en forma de diálogo, Fayan (法言), Palabras ejemplares y Taixuanjing (太玄經), El libro del misterio supremo. en la primera se centra en el ideal de sabiduría para el hombre; en la segunda presenta su tesis acerca del funcionamiento del Cielo y la Tierra, con la cual intentó hacer corresponder los esquemas cosmológicos con el establecimiento de calendarios y con las corrientes astronómicas. El Taixuanjing pretende imitar al Zhouyi; aunque su lenguaje es abstruso tuvo gran difusión. Diseñó un libro de adivinación en torno a un sistema ternario, no binario como el Zhouyi, añadiendo un trazo de tres segmentos discontinuos con ochenta y una combinaciones posibles. A diferencia de lo que se presenta en la cosmología de Dong Zhongshu, Yang Xiong no introduce elementos teleológicos ni jerárquicos (no valora mejor el Yang que el Yin, por ejemplo), sino que la sucesión cosmológica es una alternancia de partes iguales. Sustituyó el término yi (易) por el de xuan (玄) y este es el elemento cosmológico principal, al fin y al cabo, es otro nombre del Taiyi (太一), equivalente a yuanqi (元氣), desde el que se presentan los cinco elementos. Yang Xiong es heredero de las tendencias naturalistas de la academia Jixia y opuesto tanto a Dong Zhongshu como a la escuela posterior Xuanxue.

Otro de los pensadores confucianos importantes de este periodo es Wang Chong (王充)(27-100 d.C.). Su temperamento crítico le mantuvo alejado de la corte y de los círculos de poder. Pese a ello no duda en elogiar la paz que consiguieron los Han con la expansión hacia el oeste. Wang Chong critica la noción de resonancia entre los procesos humanos y los cósmicos celestiales. Se sitúa en la línea de Xunzi. El proceso cósmico no tiene una intención teleológica, sino que se guía por el sí mismo, ziran (自然). Las diferentes evoluciones del qi del universo son indiferentes de la ética humana; tales procesos evolutivos del qi rigen el destino de los seres humanos. En tal aseveración se observa una visión tremendamente determinista. Wang Chong se presentó como partidario de la educación como método para mejorar a los seres humanos, aunque, desde una postura realista, matiza que hay algunos de los que nada puede conseguir un proceso de enseñanza.

En el periodo Han occidental, posterior, el progresivo desencanto de los confucianos se hace evidente; tienden a retirarse y a fundar escuelas privadas. En esta época se produce un conflicto entre los letrados puros y el gobierno de los eunucos que concluirá en la masacre de estos. Durante la era Han occidental se recuperan los asuntos de carácter legalista acerca de la capacidad de gestión de los candidatos a la burocracia y de la importancia de las leyes en contra de la confianza confuciana en la moral; a la vez aumenta el interés por los textos de la tradición Laozhuang.

Confucianismo en la dinastía Tang

Cuando se fundó el imperio Tang (618-907), existía la necesidad de una burocracia oficial efectiva que pudiese administrar el vasto territorio chino. El creador de los Tang fue Li Yuan, conocido como emperador Gaozu (reinado entre 618-626), líder militar y regente de la dinastía Sui. A finales del siglo IX, debido a un malestar cada vez mayor, se produjo la rebelión de Huang Chao, inicio de la caída de la dinastía Tang. Al igual que durante la dinastía Han, los eruditos confucianos se comprometieron a contribuir con sus conocimientos en el desempeño gubernamental como funcionarios y teóricos. El confucianismo se introdujo nuevamente en la corte como doctrina estatal en 630. La Tang fue la segunda gran dinastía de la historia china, capaz de unificar un vasto territorio, difundir su cultura a los países vecinos, y absorber o adaptar las culturas de los estados y tribus limítrofes. Una gran parte de la aristocracia Tang era de origen no chino, especialmente Gök Türk, una gran federación de tribus nómadas de las estepas del norte; su lengua pertenece a la familia altaica (como el mongol y el tungúsico); también estaban presentes en la capital Tang, Chang’an, otros grupos nacionales como los sogdianos y los persas.

Hay que tener en cuenta que el periodo Tang es de esplendor para las artes y, especialmente, la literatura china. Se afirma tajantemente que los poemas de Tang son lo mejor de las letras de esta nación. Escribir poemas era una ocupación imprescindible para toda persona que pretendía tener una educación exquisita. En este tiempo compusieron literatos como Li Bai, Du Fu, Du Mu, Meng Haoran, Wang Wei, Bai Yuyi y muchos otros.

La fundación de la dinastía Tang supone la vuelta del confucianismo a un primer plano en la influencia política, después de que la dinastía Sui hubiese rechazado las corrientes del ruxue por considerarlas inútiles. El apoyo del emperador Tai Zong fue fundamental en la recuperación de las tradiciones clásicas del confucianismo, de hecho, esta corriente de pensamiento será muy importante en la consolidación ideológica del imperio, aunque los círculos confucianos eran reducidos y no tenían gran influencia social, pues se limitaban a repetir los antiguos estereotipos. Estos confucianos, a principios del periodo Tang eran meros filólogos, especialistas en rituales sin ningún tipo de liderazgo intelectual se dedicaron básicamente a los comentarios de los cinco libros clásicos bajo el auspicio de los dos primeros emperadores. Estos libros eran los marcados por el currículo para acceder a la burocracia imperial.

Los intelectuales de la primera mitad de la era Tang tenían un origen social aristocrático y estaban orgullosos de su conducta moral confuciana. Este periodo también está marcado por una mirada hostil hacia el budismo, considerado como una religión extranjera que fomenta el parasitismo (así es definida en el Edicto de Taizong). El motivo de tal animadversión es que el budismo se encontraba en pleno apogeo en China.

Durante este periodo, las tendencias de la escuela xuanxue continúan en boga. Los letrados se dedicaban más al cultivo de la poesía que a la investigación filosófica. Había muy pocos confucianos puros, pues la tendencia era al eclecticismo de las tres sabidurías (confucianismo, taoísmo, budismo). Pese a ello, el confucionismo marcaba el paradigma de la conducta social. Mientras los estudios clásicos continuaban y sus valores éticos seguían siendo importantes, no había, a la vez, una originalidad creativa en el pensamiento, ni un liderazgo intelectual por parte de los maestros confucianos.

Uno de los principales representantes del confucianismo en el periodo Tang fue Han Yu (韓愈) (768-824), convencido antibudista y representante del Guwen (古文), el movimiento de la literatura antigua cuyos autores escribían en un estilo de alta expresividad y complicación. Han Yu marca el comienzo del renacimiento confuciano, que llegará a su punto culminante en la dinastía Song. Considera este pensador que toda doctrina contraria al confucianismo (budismo, taoísmo, o cualquier otra religión extranjera) son subversivas para la moral pública y, por lo tanto, deben ser barridas del suelo chino. De hecho, casi veinte años después de su muerte, en 845 se produjo una brutal represión del budismo y otras religiones consideradas como ajenas. Aunque Han Yu haya pasado a la historia como uno de los principales adalides del confucianismo, de sus escritos se desprende una feroz xenofobia que marca los comienzos del nacionalismo chino. Escribió una Memoria sobre la reliquia de Buda que, en realidad, es un ataque directo al budismo; esta fue la causa que le llevó al destierro. También se preocupó por reavivar la corriente confuciana de Mencio en contra de las más eclécticas y tolerantes con las cuales se enfrenta directamente.

Neoconfucianismo en la dinastía Song

La dinastía Song ocupa el periodo de la historia china entre el 960 y 1279, dividido en dos etapas, Song del Norte y del Sur. Este tiempo, desde un punto de vista cultural, sería asimilable, salvando muchas distancias, por supuesto, al Renacimiento europeo. Durante la era Song se produce una serie de cambios en todos los aspectos de la vida de una nación, algunos de los cuales perdurarán hasta el siglo XX. De una visión aristocrática del imperio, se pasa a una mercantil. Los funcionarios adquieren un poder mayor que en otros periodos anteriores. Emerge una nueva clase de letrados que lo son por méritos propios y no por pertenecer a una familia privilegiada socialmente. Se produce una mayor difusión de la educación y de la cultura; son mejoradas las técnicas de reproducción de textos escritos, a la vez que se desarrollan avances técnicos en diferentes áreas. La ciudad pasa a reproducir un modelo abierto, que es el que conviene al comercio. La importancia del funcionariado, así como las reformas en el sistema educativo conducen a debates acerca del sistema de los exámenes oficiales que sirven para reclutar a los burócratas. El pensamiento filosófico, desde el naturalismo y el optimismo, desarrolla una nueva confianza en el ser humano.

Durante la dinastía Song se recuperan las obras de Mencio y las Analectas de Confucio con la intención de encontrar el verdadero sentido de la tradición confuciana; por ese mismo motivo se abandonan la exegética y la escolástica de las eras Han y Tang. Mengua la animadversión hacia otras corrientes de pensamiento, así el confucianismo replantea su visión de los desafíos surgidos desde su contacto con el budismo y el taoísmo. De hecho, el confucianismo regresa a la cuestión de la sabiduría y el cultivo interior desde la influencia del budismo y sus teorías acerca de la mente, xin. En este panorama cobra sentido, de nuevo, la cuestión de Mencio sobre el hecho de que la sabiduría está al alcance de todos; idea relacionada con el pensamiento budista de que la plena realización de todos los seres está al alcance de la interioridad de todos ellos. 

En esta época Song, se manifiesta una contradicción entre la intención de plantear una sabiduría al alcance de todos y la elevación intelectual que como un aura rodea al sabio confuciano, cuya misión, Dao, es ascender desde lo diverso hacia lo uno. El modelo de este estudioso es Yan Hui, el discípulo preferido de Confucio, que murió joven y quedó como ejemplo de sabiduría desde el aprendizaje.

En el nuevo confucianismo, la búsqueda de la sabiduría no es un ideal reservado a unos pocos grandes hombres, sino que se presenta como accesible a todo el mundo, pues todo individuo está obligado a buscar su propia y plena realización. Por tal razón, la sabiduría ya no puede ser considerada como una herencia pasiva recibida sin más desde el pasado, hay que situarla como experiencia actual que también se puede aplicar al plano social en el que el sabio está obligado a actuar según su propia responsabilidad, igual que sucede con el soberano.

El pensamiento confuciano del periodo Song puede dividirse en tres generaciones La primera mitad del siglo XI con Shao Yong (邵雍) (1012-1077), Zhou Dunyi (周敦頤) (1017-1073), Zhang Zai (張載) (1020-1078); la segunda mitad del siglo XI, Su Shi (蘇軾) (1037-1101), y los hermanos Chen Yi (程頤) (1033-1107) y Hao (程顥) (1032-1085). En el siglo XII, destaca Zhu Xi (朱熹) (1130-1200).

El confucianismo Song de la primera mitad del siglo XI manifiesta su preocupación por la cosmología de la tradición del Libro de las mutaciones. Se intenta dar respuesta a las dudas sobre la realidad como ilusión, cuestión que había sido planteada por el budismo. Este movimiento religioso que llega a China desde la India hace que los confucianos se preocupen por reencontrar su identidad cultural perdida, pero ya no desde la xenofobia que había caracterizado periodos anteriores. Por tal razón, los pensadores de la rujia quieren reconstruir una visión totalizadora y global de lo real que esté fuera de las influencias budistas y taoístas, sin embargo, no pueden liberarse de la utilización de abundantes conceptos de estas corrientes del pensamiento; así que, dada la imposibilidad de suprimirlas de su discurso, los confucianos llevarán a cabo un debate continuo para asimilar unos conceptos que, en realidad, enriquecen su pensamiento.

Acerquémonos a continuación a algunos de los principales representantes del neoconfucianismo del periodo Song.

Shao Yong no fue funcionario, sino que se dedicó al estudio a lo largo de toda su vida desde su lugar de residencia en Luo Yang. Manifiesta en su pensamiento influencias taoístas de numerología que posiblemente recibió de Chen Tuan (906-989). Shao Yong intenta mostrar la correlación entre la estructura cielo-tierra a través del Libro de las mutaciones, que representa un dinamismo universal conducente al concepto de Taiji (太極) o culmen supremo. Antes de alcanzar tal punto es necesario contemplar los diferentes niveles de realidad, percibidos por los sentidos que originan representaciones mentales entre las cuales se encuentran las imágenes y los números, entendidos como abstracción y como fase final para alcanzar el verdadero conocimiento del principio estructurador, el li. En este proceso de conocimiento que parte de los sentidos, es necesario diferenciar lo constitutivo, ti (體), imágenes y números anteriores al cielo de yong. Ti, es teórico y constitutivo; yong (用), es experiencial y funcional. Sin embargo, ambos aspectos se dan simultáneamente en la constitución instantánea de la realidad. Ambos coexisten como dos niveles de realidad; el taiji y las partes constitutivas, los números y la infinita multiplicidad de los diez mil seres. 

La emergencia del uno sucede mediante esquemas de categorías numéricas de pares y en torno al cuatro, aserto que se establece desde la observación de que en la naturaleza todo tiende a juntarse en series pares de opuestos (masculino-femenino, luz-oscuridad, frio-calor) o de cuatro (estaciones, puntos cardinales). Estas series dan una estructura a la mutación del universo a la vez que representan la regularidad de sus movimientos, a los que el sabio accede desde la observación. Los números, aquí, como ya hemos dado a entender, no son cuantificadores sino categorías conceptuales cercanas a la matemática simbólica. El sabio, mediante la observación de cómo evoluciona la realidad, o las cosas, y dejando su yo de lado, se funde con el objeto de estudio, alcanzando en esta unión a los principios universales -que muy bien podrían ser puestos en relación con los arquetipos del platonismo y el neoplatonismo occidental-. En definitiva, todo el proceso consiste en que, mediante la observación del transcurrir de las cosas, a la manera del espejo que refleja la realidad aparente del budismo, como una consciencia pura, se va invirtiendo el proceso de creación hasta llegar al origen que es el taiji. En toda esta elaboración está claramente presente la convivencia del pensamiento chino original con el adaptado de la cultura ajena, el budismo, llegado de India.

El siguiente pensador al que haremos referencia es Zhou Dunyi. No conoció a Sao Yong, sin embargo, muestra las mismas inquietudes cosmológicas. Zhou Dunyi era adepto al budismo. Su pensamiento se basa, al igual que el de Shao Yong en el Libro de las mutaciones. Recupera la cuestión cosmológica que había sido olvidada desde el periodo Han. Para establecer su diagrama de Taiji probablemente se basara en otros dos anteriores atribuidos a Chen Tuan, el Diagrama del infinito y el Diagrama de lo que es anterior al cielo. Desde la controversia cosmológica, Zhou Dunyi alcanza la noción de Sin culmen-Culmen supremo, wuji er taiji (無極 而太極), nueva versión del wu-you del Daodejing.

En este wuji er taiji está contenida la noción de movimiento en quietud y quietud en movimiento. Para explicar la cuestión de lo auténtico, Cheng (誠), quieto y sin movimiento, recurre a Mencio y llega a la continuidad moral entre lo cósmico y lo humano que explica la esencia de lo que denominamos realidad, pues el sabio aplica lo cósmico al plano humano. Así se desarrolla la idea de Mencio de que la práctica moral se basa en un principio celestial. En todo ello se mezcla la filosofía del medio invariable de Mencio con la noción del culmen supremo del Libro de las mutaciones. El concepto de chen contiene la culminación de lo moral. Desde la quietud es el origen de todo, tal y como expresa una aseveración del Yijing, que fue objeto de numerosos debates en esta época: “lo auténtico permanece en la no acción, es el inicio de lo ínfimo, de lo bueno y de lo malo”. 

En el planteamiento filosófico de Zhou Dunyi, el ser humano es considerado desde una bondad innata, aunque es en contacto con el mundo que le rodea de donde aparece el mal. La dualidad bien-mal es funcional. Para cultivar y enriquecer los cuatro gérmenes de la moral en la acción humana es necesario cultivar hasta el indicio más pequeño de lo auténtico; más que empeñarse en hacer el bien hay que dejar que la bondad natural se manifieste desde una moral espontánea que implica la adecuación cielo-hombre, regida desde el li. Zhou Dunyi trata de reintroducir la dimensión ética en la visión cosmológica de la acción humana. Estos debates sobre la naturaleza del ser humano se producen, nuevamente, impulsados desde la necesidad de presentar un pensamiento fundamentado ante la afirmación budista de que el mundo es sufrimiento, en definitiva, reconstruir una visión del mundo según la relación del hombre con este como modo de contrarrestar la radical negación de la existencia del mundo tal y como propone el budismo. La conclusión de este proceso es la reformulación de la noción de cambio en torno a un universo estructurado cuya fuente última es esencialmente buena. 

Zhang Zai (1020-1077), fundador de la llamada escuela guanzhong o guanxue del neoconfucianismo. La escuela donde reunió a sus discípulos estaba en el pueblo de Hengqu, causa por la que también se le conoce como Hengqu xiansheng, maestro de Hengqu. Siguió la carrera del funcionario. Su vida se vio marcada por el contacto directo con los conflictos militares entre los Song y el imperio Xia occidental, pues estuvo a las órdenes del comandante Fan Zhongyan (989-1052).

En el pensamiento de Zhang Zai se observa la influencia del taoísmo y el budismo que estudió en su juventud. Colaboró con Wang Anshi hasta que rompió relaciones con él y se retiró a su lugar de origen, en el norte de China. Wang Anshi (1021-1086) fue un importante político, escritor, calígrafo y pensador del periodo Song del Norte, reconocido históricamente por su política reformista llevada a cabo durante el reinado del emperador Shenzong (entre 1067-1085). El objetivo principal de este proyecto era recortar el gasto público y fortalecer el ejército que tenía que hacer frente al enemigo del norte, del imperio Liao. La principal fuente de ingresos del gobierno era, no cabe duda, los impuestos; era necesario, para mejorar la recaudación, impulsar la agricultura, aliviando al campesinado de la opresión a la que estaba sometido y evitando la consolidación de latifundios que se creaban quitando sus tierras a los pequeños labradores. Wang Anshi también escribió numerosos poemas y ensayos; es considerado como uno de los ocho grandes escritores de los periodos Tang y Song. La recopilación de sus escritos recibe el título de Linchuan xiansheng wenji o Wang wengong wenji. Wang Anshi se inspiró en las interpretaciones cosmológicas del confucianismo. Para él, y este es uno de los fundamentos del neoconfucianismo Song, la sustancia básica del camino, Dao, era el aliento originario cuyo movimiento generó la naturaleza y a todos los seres. Para él, la naturaleza humana se caracterizaba potencialmente por su capacidad para moverse entre dos extremos, la sabiduría y la estupidez, así que es posible alcanzar lo mejor, ya que no hay un determinismo de lo humano hacia lo malo.

Volvamos a Zhang Zai; sus obras más destacadas son Yishuo 易說 (Explicaciones sobre las mutaciones) y Zhengmeng 正蒙 (La iniciación correcta). Sus textos cayeron en el olvido, a causa de que Zhuxi lo consideró excesivamente cercano al taoísmo, hasta que fueron recuperados en la segunda mitad del periodo Ming.

Zhang Zai afirma la realidad del mundo frente al “todo es ilusión” del budismo; de hecho, su postura es crítica y hasta beligerante, pues considera que este pensamiento olvida la relación que se establece en la pareja hombre-cielo, es en ella en la que se encuentra la capacidad para la mente humana de acceder a la unidad del Dao. Se inspira en el Gran comentario del Zhouyi, en lugar de recurrir a la cosmología correlativa de Han, refutada por el budismo. Desde este texto intenta rehacer la unidad del ser humano a partir de la antinomia budista entre los fenómenos y lo absoluto, que Zhang Zai sustituye por la relación qi y li , fundidas en el concepto tianli 天理. En él, la realidad se define como dao, en términos de energía vital, qi, que se conforma como un fondo indiferenciado y vacío que, a la vez, colma el todo en un proceso de expansión-condensación. Con tales principios, Zhang Zai intenta rebatir tanto al budismo como al taoísmo en su propio terreno, el vacío indiferenciado del taoísmo y la vacuidad del budismo, a los que contrapone el concepto de qi, que tiene una entidad real y fenoménica. Lo real es material y espiritual a la vez, como un proceso de respiración que gira en torno a la alternancia binaria yin-yang, a la vez que se expande y se condensa, así el qi pasa a ser el concepto que engloba la realidad del dao en sus aspectos tanto visibles como invisibles. Zhung Zai refuta al budismo en sus ideas sobre la realidad ilusoria destinada a desaparecer. Aduce que los procesos de desaparición-existencia de lo real son parte de la transformación del qi; los seres pasan al vacío supremo para volver a tomar forma. Zhuxi criticará este concepto pues justifica la idea de reencarnación.

El hombre participa en la unidad de los seres (equivalente a la budeidad), en el cosmos, tanto en su aspecto material como moral; así Zhang Zui coincide con la aseveración de Mencio según la cual, no hay diferencia entre la moral humana y la moral natural. El ser humano debe desarrollar todo su potencial de ren para poder unirse con los procesos del qi; y esto solo puede llevarse a cabo mediante la adaptación y la autenticidad (Cheng). Al igual que planteó Mencio, esta cuestión está relacionada con la valoración del mal. Este se explica mediante la teoría del movimiento del qi. Mientras el vacío es puro e indiferenciado sigue la cualidad del ren; pero cuando el qi comienza el proceso de diferenciación en los diez mil seres, se vuelve turbio y permite que se enerven los deseos que ciegan al ser humano. Esta turbiedad se irá aclarando desde la sabiduría que implica un refinamiento del qi y un aprendizaje cultural. Zhag Zai consigue aunar el idealismo menciano con el realismo de Xunzi, sin caer en un idealismo extremo ni en un pesimismo determinista que fue, en buena parte, el responsable de las teorías legalistas. En ese proceso de clarificación del qi, Zhang Zai recurre a las concepciones de Confucio, tal y como se expresan en las Analectas, respecto al aprendizaje y perfeccionamiento humanos. El aprendizaje está basado siempre en una experiencia humana que tiene dos procesos; uno deliberado y forzado, propio de la juventud, y otro espontáneo que refleja la madurez y la intuición de la unidad del sujeto con todos los seres. Tal proceso de búsqueda de la sabiduría no termina nunca, pues es un proceso de perfeccionamiento hasta el infinito. Posteriormente, los hermanos Cheng no verán el qi como el primer origen, sino que lo conciben como el proceso de yin-yang, como una continua renovación del qi desde un gran origen caracterizado por la indiferenciación.

La segunda generación de pensadores confucianos en la segunda mitad del siglo XI está encuadrada en un tiempo caracterizado por conflictos políticos a consecuencia de las reformas de Wang Anshi, a las cuales se opondrán tanto Su Shi como los hermanos Cheng, aunque por razones distintas.

Su Shi puede ser considerado como el máximo ejemplo del pensamiento en el periodo Song. Fue un gran poeta y una figura intelectual determinante en el campo de la reflexión estética en torno a la caligrafía y la pintura. Su Shi representa el ideal enciclopédico y naturalista de las letras y el pensamiento del periodo Song. Estuvo fuertemente influido por el taoísmo y, especialmente, por el budismo, de hecho, tuvo gran amistad con algunos monjes budistas de la escuela Chan. Su obra filosófica más importante es el Comentario a las mutaciones. Su Shi presenta un marcado individualismo desde el que promulga la independencia del wen y la autonomía moral de cada ser humano, cuestión acerca de la cual entra en conflicto con Wang Anshi, pues para este, la realidad pese a su multiplicidad puede simplificarse en un principio fundamental que es el li. La unidad de los seres en torno al principio li contiene un significado ético-moral desde el cual, y bajo la enseñanza del sabio, es posible alcanzar un mundo de armonía; aunque para que la doctrina del pensador sea eficaz, este debe permitir que el proceso siga su propio cauce energético, al cual el indagador se adaptará. La imagen del sabio que propone Su Shi está inspirada en el Zhuagzi y el Chan budista, más unido al no pensamiento. El acceso a la potencia espiritual de shen está expresado en ciertas metáforas del Zhuangzi. En definitiva, el sabio aspira a unirse con los procesos de la naturaleza, de manera que sus destinos queden fundidos; y que las emociones , el destino y la naturaleza queden armonizados mediante el desarrollo de una fenomenología de la acción.

Continuemos con los hermanos Cheng. Pertenecían a una familia de tradición letrada del confucianismo del norte. Se opusieron radicalmente a las reformas propuestas por Wang Anshi. Son representantes de lo que posteriormente será denominado como Daoxue 道學, en una línea diferente al confucianismo burocrático. Ante el confucianismo exegético que define buena parte de la intelectualidad de las eras Han y Tang, los hermanos Cheg muestran ciertas preocupaciones éticas y filosóficas, para las cuales es necesario volver a las Analectas que permiten la comprensión correcta del maestro Kong. Los Cheng se sitúan en la recuperación de la línea de Mencio, desde el Yan Hui, verdadera herencia de Confucio. También están influidos por su tío Zhang Zai y, aunque no lo reconozcan, por Zhou Dunyi. La opinión que Zhu Xi transmitió acerca de ellos diluyó la influencia que tuvieron del budismo, que también es muy evidente. Los hermanos Cheng sustituyen el qi de Zhang Zai por el li , que pasa a ser considerado como fundamento de lo real, es la base que hace que algo sea como es 所以然. El li no tiene por objeto definir las cosas, sino el papel que deben desempeñar estas en el orden natural.Vuelven a la similitud entre un li y el li , normativo de la naturaleza que es de origen ritual. Es la manera en la que cada ser participa de la relación entre cielo y tierra. El li se despliega mediante un proceso dialéctico entre lo uno y lo múltiple. La unidad del li no es indiferenciada como podría suponerse desde el taoísmo y el budismo, sino que dispone de distintos núcleos formantes que no niegan la unidad, sino que la refuerzan desde el principio de lo absoluto. El concepto de li es algo que se capta mediante el conocimiento moral; no depende del mundo exterior de los sentidos sino del sentido interno (afirmación que surge desde una clara influencia del budismo chan); a su vez, este conocimiento conduce a la acción natural, que sucede sin esfuerzo tal y como refleja el Zhuangzi. 

Un concepto importante en el pensamiento de los hermanos Cheng es gewu 格物que implica el conocimiento del dao hasta alcanzar su principio, meta que permite el perfeccionamiento del buscador mismo. Para lograrlo, se explicitan distintos métodos, como el estudio de los clásicos y de los principios morales; el conocimiento de las figuras del pasado a través de las cuales es posible distinguir lo justo y lo injusto; y el procedimiento de asignar el lugar adecuado a cada hecho y cada cosa, la cual deriva de la teoría de la rectificación de los nombres. No se trata de una búsqueda experimental de las leyes de la naturaleza, sino que es una búsqueda de tipo ético, de perfeccionamiento de una conducta en la vida; el conocimiento si no está orientado hacia ese perfeccionamiento ético es inútil.

En su reflexión acerca del mal, los hermanos Cheng refutan la afirmación de que el movimiento del ser suponga el principio del mal, pues existe una armonía entre movimiento y quietud basada en el principio de Jing , respeto, veneración y gravedad.

En el siglo XII, con la era de los Song del Sur (1127-1279), se producen una serie de cambios que van a dar lugar a lo que se denomina como la gran síntesis. Después de la derrota de la dinastía en el norte, los Song se retiraron hacia el sur, más allá del río Huai. Desde allí se defendieron ante la dinastía Jin e impulsaron una economía poderosa, hasta que se encontraron frente a un nuevo peligro, el de los mongoles, liderados por Genghis Kan (cuyo caudillaje se desarrolla entre 1206-1227). El pensamiento de este periodo pierde creatividad para transformase en más sintético; a la vez es más activo en el ámbito educativo, tal y como demuestra el número de academias confucianas que se establecen a lo largo de todo el territorio Song del Sur.

Entre los pensadores de este periodo destaca Zhu Xi. En su juventud estuvo interesado por el budismo chan. Nunca ocupó puestos en la corte, sino que se dedicó a la fundación de centros educativos desde su labor como funcionario encargado de las escuelas y ritos en Fujian. En 1179, como prefecto de Nankang Jiangxi, fundó la academia Ciervo Blanco. Su pensamiento iba en contra de las corrientes oficiales, causa por la que fue amenazado. Apostó por la educación a largo plazo, por ello se dedicó a la apertura de academias por todo el país, que tuvieron un desarrollo paralelo a las escuelas oficiales para preparar los exámenes oficiales.

La obra de Zhu Xi es muy extensa acerca de variados temas y dedicada, también al comentario de los clásicos confucianos. Zhu Xi es partidario del estudio libresco y de la exégesis frente a Lu Jiuyuan, que buscaba el conocimiento directo en la línea del budismo chan. Con todo, Zhu Xi continúa con la dimensión existencial del periodo Song del Norte, para la cual el conocimiento está orientado hacia la transformación personal en pos de la perfección. En su recorrido intelectual hay que mencionar un episodio especialmente interesante, los debates con Lu Xiangshan en el monasterio del Lago de la Oca. Esta discusión marcará la historia del pensamiento confuciano hasta el periodo Ming e influirá en las culturas japonesa y coreana. Los temas centrales allí tratados estaban relacionados principalmente con los procesos de aprendizaje y la definición de la sabiduría.

Zhu Xi realiza en su obra una titánica síntesis de lo canónico, lo cosmológico y lo ético que perdurará como ortodoxia durante siglos en toda Asia. Esta síntesis la hace desde sus propios criterios.

Para Zhu Xi, la naturaleza última de la mente está en taiji, que puede interpretarse como un concepto paralelo a li, aunque presenta una diferencia esencial; asumir el taiji como naturaleza última de la mente supone que hay una multiplicidad en la unidad primordial, mientras que el li está más anclado en una unidad que baña todo con su racionalidad y no asume la multiplicidad. Siguiendo planteamientos confucianos anteriores, el concepto metafísico de Zhu Xi asume que todas las cosas en la tierra están constituidas por dos factores, la materia o sustancia (qi) y el principio universal (li); el primero físico y el segundo ajeno a la materia. No era posible separar ambos, aunque el principio universal existía desde el principio del cosmos y era anterior a la materia. Este principio universal no es otra cosa que el taiji taoísta, extremo, supremo o infinito que, como una sola unidad (yi) encerraba en sí todas las cosas en el cosmos. En consecuencia, toda la materia incluía inherentemente porciones perfectas del principio universal, y estas dotaban a las cosas de forma y carácter, con el potencial de utilidad y bondad. El taiji es el principio de todos los seres que, además, da unidad a la multiplicidad. Zhu Xi mantuvo una polémica epistolar con Liu Xiangshan en torno a la asimilación del taiji, pues veía en esta noción una concesión inaceptable al taoísmo. Para Zhu Xi, taiji y wuji (el estado primigenio del universo no diferenciado, anterior al surgimiento del taiji, que es la gran polaridad) son un mismo principio; para Lu Xiangshan esta asimilación cae en un error al convertir al taiji en un principio trascedente fuera del tao, cosa que, a la vez, supone disociar el tao de la acción humana; para él no puede incluirse un principio dualista en la unidad primordial, ya que la unidad lo es también en sí misma, pensamiento que está presente en el budismo chan. Para Zhu Xi, sin embargo, esta noción de taiji wuji supone llevar tal concepto no solo a un principio ético, cosa que realizaron los hermanos Cheng, sino también al cosmológico. De este modo, desde el pensamiento de Zhu Xi, taiji pasa a ser el origen del ren; la mente, por lo tanto, es una unidad de la naturaleza, ti como mente en calma, yong como mente en movimiento expresada en las emociones Así, para Shu Xi es a través de la mente como se manifiesta el cielo en el ser humano; la naturaleza como principio celeste es equivalente a la benevolencia. La ética confuciana, de este modo, pasa a basarse en la universalidad del taiji; pues se establece una continuidad entre la energía qi y la exigencia del principio moral. En la medida en que se refina la energía, más atrás se deja el egoísmo y más cerca se está de acceder al principio universal. Por tal razón, la mente, que es a la vez principio y energía debe purificarse continuamente mediante el esfuerzo moral que lleva a su control. Se produce una dicotomía entre la naturaleza moral del dao (道心) y la mente humana (人心) que, sin el control del dao, se vuelve egoísta. Es necesario encontrar un equilibrio entre ambas; para ello se toman prestadas las técnicas contemplativas del daoísmo y del budismo. Zhu Xi le da preeminencia a la práctica moral, para no caer en lo que, según su interpretación, es el quietismo tanto budista como taoísta. Según Zhu Xi, es necesario tanto el cultivo mental como el tener una referencia de la realidad para poder alcanzar la total unidad con el principio último y llegar a un estado que tal y como lo describe está muy cercano al de la liberación budista. El perfeccionamiento humano tiene una doble dimensión que empieza en el individuo y se extiende hacia la sociedad. El soberano se convierte en un factor crucial en este proceso como responsable de un sistema educativo diseñado para alcanzar tales fines. Al contrario de los que propugnaban, como los seguidores de Wang Anshi, que la educación oficial tenía que estar orientada según un criterio de eficacia económica, social y política. En tal proceso educativo, los ritos dejan de tener el protagonismo que tenían en Xunzi, aunque siguen siendo muy importantes como pilar educativo, de la salud y en la regulación social. Las obras de Zhu Xi sobre los ritos sistematizaron las relaciones familiares desde el final de la era Song hasta Qing. La concepción de la familia supone presión y servidumbre que recae en los jóvenes cuando tienen que servir a sus padres, o en las mujeres respecto a sus maridos, desde un planteamiento sumamente rigorista, basado en el principio de autoridad que, aunque dominante, será puesto en duda en varias ocasiones, por ejemplo, con Wang Yang Ming y los excéntricos de final de la era Ming.

Después de Zhu Xi y Lu Xiangshan se producirán dos escuelas diferentes que marcarán el pensamiento durante el periodo Ming, la escuela del lixue (理學) (gradualista) y la del xinxue (心學) (subitista).

El confucianismo de la dinastía Ming. La mente universal

La era Ming ocupa la historia de China entre los años 1368 a 1661; desde 1644, como Ming del Sur. Fue la primera dinastía nativa que gobernó sobre toda China después de unos trescientos años de poder no nacional en sus orígenes. Esta dinastía fue fundada por Zhu Yuanzhang, el emperador Taizu (reinado entre 1368 y 1398), fue él quien venció a los últimos mongoles de la dinastía Yuan (1279-1368), que todavía permanecían en territorio chino. Como emperador autocrático, puso todas las tareas administrativas en manos de los eunucos, el único grupo en el que confiaba. Este es el origen de los repetidos conflictos que estallarán a lo largo del periodo entre ellos y la burocracia. Obligados por la instrucción de su fundador dinástico, acerca de no alterar nunca las leyes, los emperadores Ming solo intentarán tímidas reformas en los sectores administrativo y económico.

Durante la dinastía Ming, el neoconfucianismo de Zhu Xi se convierte en ortodoxia y llega a un punto de fosilización en torno al sistema de exámenes y vana erudición. Se produce una escisión entre el confucianismo de estado, base del despotismo de Ming y Qing, y el confucianismo de ruxue, que evoluciona ajeno a las corrientes oficiales.

Uno de los principales representantes del periodo Ming es Wang Yangming (王陽明) o Wang Shouren (王守仁) (1472-1529). Representa la ruptura que se produce entre el confucianismo oficial y el confucianismo como camino de búsqueda espiritual. Es una figura clave del pensamiento en Ming, tanto por los ataques que se producen desde sus detractores como por las escuelas de discípulos que se desarrollaron desde su enseñanza. Es el mejor representante y heredero de la escuela de la mente (xinxue, 心學) de Lu Xiangshan. Además de por su gran erudición, destaca por su interés en los asuntos relacionados con los exámenes del funcionariado, por la alquimia taoísta, las artes militares, ámbitos prácticos que despertarán también el interés en algunos de sus seguidores.

Wang Yangming aprobó los exámenes para el funcionariado y fue destinado al suroeste, donde desarrolló su carrera en puestos oficiales de las provincias del sur como Jiangxi y Fujiang. Su oposición a las corrientes oficiales le mantuvieron siempre alejado de la corte. Fue muy activo en la fundación de escuelas. Durante su carrera tuvo que enfrentarse a muchos asuntos de orden militar. Por todo ello, su pensamiento representa una fusión entre lo teórico y la praxis, entre pensamiento y acción. Tal unidad será el núcleo de su pensamiento.

Según la teoría de Wang Yangming, la mente puede alcanzar la unión con el universo pues no existe separación entre el ser humano y el universo, de hecho, establecer un dualismo no solo es incorrecto, también inmoral. La capacidad de empatía del ren es la que hace que pueda haber una simpatía entre todos los seres, animales y plantas, afirmación que está relacionada con el principio de budeidad universal. El código que debe dirigir la relación del hombre con el todo es el de compasión universal hacia todos los seres. La ausencia de tal compasión es lo que diferencia al hombre pequeño del sabio, pues la compasión nace de la intuición de la unidad en la existencia. Los deseos y el egoísmo derivan de la separación y hacen que se tergiverse la unidad natural de los hombres, dando paso al declive moral.

Frente al gewu (examen de las cosas) de Zhu Xi, fundamental en su pensamiento para poder alcanzar la sabiduría, Wang Yangming propone que no hay ningún principio fuera de uno mismo, el exterior también está en el interior. Este es el punto de partida de una reflexión ética acerca de la mente y su purificación. La unidad de la mente es la única fuente de moralidad, por tal razón se hace necesario regresar a la intención auténtica (chengyi 誠意) y al conocimiento innato (良知). El li preside y reside en el interior de nuestra mente, de manera que no hay separación entre ambos y los objetos exteriores no se diferencian de nosotros mismos. No existe separación entre la mente del dao daoxin    (道心) y la mente humana renxin (人心); establecer distinción entre ambas es el origen del mal, pues en ese momento el deseo se encamina hacia lo exterior. De igual manera hay identidad entre conocimiento y acción, dos realidades inseparables. De igual modo se establece la unidad entre el conocimiento innato y el conocimiento externo.

Las enseñanzas de Wang Yangming fueron objeto de debate entre dos de sus más importantes discípulos, Wang Ji (王幾) (1498-1583) y Qian Dehong (錢德洪)(1496-1574).

La crítica iconoclasta del periodo Ming está representada por Li Zhi (李贄) (1527-1602). A partir del siglo XVI, las tendencias críticas de los seguidores de Wang Yangmin con respecto a la ortodoxia fueron generando tal desafección que acaban desembocando en la aparición de una corriente sincretista de las tres enseñanzas, sanjia (confucionismo, taoísmo, budismo). En este panorama del pensamiento se encuadra la escuela de Taizhou, fundada por Wang Gen (1483-1541) que presenta un fuerte carácter de libre interpretación de los clásicos confucianos. Li Zhi fue el principal representante de esta corriente que está relacionada con los wuxia (武俠) de la era de los Reinos combatientes. El término wuxia está formado por dos caracteres, ambos podrían traducirse como hombre-caballero que practica la disciplina marcial, tanto de origen humilde como aristocrático, causa por la que no puede ser traducido como caballero, por la connotación nobiliaria de este. Li Zhi enraíza la literatura popular como una fuente de conocimiento pues es un medio sumamente eficaz para desenmascarar la hipocresía social. Así pueden mencionarse dos obras como el Sanguozhi yangi (三國演義) (Los tres imperios) y el Shuihuzhuan (水滸傳) (La frontera de agua o La frontera azul). Sanguozhi yangi es atribuido a Luo Guanzhong (1494), aunque posiblemente fuese redactado durante la dinastía Yuan. Desarrolla algunas historias de carácter popular sobre héroes y batallas. Shuihuzhuan está atribuido a Shi Naian o Luo Guanzhong, cuenta la unión de un grupo de héroes que se ven obligados a combatir como proscritos debido a los abusos de los malos funcionarios. Las primeras ediciones de esta obra datan del siglo XVI. Li Zhi, en la línea de estos héroes de literatura popular, acusa al confucianismo oficial de hipocresía (假道學jia daoxue) y pone en tela de juicio la infalibilidad de los clásicos en favor de los deseos de la naturaleza humana. Su exacerbado individualismo y agudeza crítica expresada desde la valentía le llevó a decir lo que pocos se atrevían. Por ello será uno de los principales referentes de la corriente literaria de los excéntricos del siglo XVII.

Li Zhi está influido por Wang Yangming, de quien es el discípulo más radical, y por el Sutra del diamante, perteneciente a la tradición sánscrita del Prajñâpâramitâ (o Búsqueda de la perfección por la sabiduría); esta obra enseña el desapego, la abstención mental y la no permanencia. En este Sutra, Buda ha terminado su paseo diario con los monjes para recoger las ofrendas que les alimentan y se sienta a descansar; uno de los monjes más veteranos le plantea una pregunta y a partir de ahí, se produce un extenso diálogo sobre la naturaleza de la percepción, con frecuentes sentencias paradójicas que intentan definir la realidad para encontrar la compasión y llegar a la iluminación.

Las tres categorías conceptuales más importantes del pensamiento de Li Zhi son yu (欲) -deseo-, qing (情) -sentimiento- y zhen (真) -verdad-. Mientras que los neoconfucianos mantenían que el hombre tiene que encontrar la liberación de sus deseos para poder seguir el camino, Li Zhi afirmó que es natural que el ser humano, incluso el digno y de elevada mente, tenga deseos e intente obtener ganancias. Todo ser vivo bajo el cielo contiene un conocimiento que es innato. Todos los seres vivos tienen el potencial natural que puede llevarles a ser santos (sheng). Lo que un hombre perciba como correcto o incorrecto debe ser considerado objetivamente como tal, es decir, la subjetividad es fuente de verdad objetiva. Por eso, Li Zhi niega la existencia de una sola verdad objetiva.

Confucianismo en la era contemporánea. Nuevo confucianismo, nuevo neo-confucianismo, confucionismo posmoderno

En el siglo XIX se produce una crisis en el imperio sino-manchú. El confucianismo se convierte en una lacra para la modernización del país. La situación que arrastra China es de mayor decadencia a lo largo de todo el siglo y principios del XX, hasta que surge una primera generación de nuevos confucianistas como reacción al movimiento del cuatro de mayo de 1919. La segunda generación de esta corriente se desarrollará en Taiwán y Hong-Kong. La tercera supone un eje multipolar que incluye los países occidentales; muchos de estos nuevos confucianos han recibido su formación en universidades estadounidenses. Es necesario, de todos modos, distinguir entre nuevo confucianismo y estudios confucianos generados desde lo académico, dado que en ambos puede estar la transmisión de conocimientos desde la universidad. El nuevo confucianismo genera abundante debate filosófico en la China contemporánea como ideología nacional del Partido Comunista Chino.

El nuevo confucianismo en China surge como una postura defensiva frente a la occidentalización de la que, sin embargo, se nutre. Es el momento de plantearse una pregunta de suma importancia, ¿tiene el confucianismo relevancia moderna?, o ¿se trata de un pensamiento gastado, sin posibilidad de regeneración?, realmente, ¿es responsable de la decadencia histórica que sufre China a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX? Es posible una regeneración en el confucianismo, pues es una corriente favorable a la modernización y un instrumento esencial para esta, como se ha podido comprobar en algún hito fundamental en la evolución de este pensamiento filosófico.

A partir de los años 1970-1990, el confucianismo se amalgama con los postulados económicos de progreso, la emergencia de los llamados tigres asiáticos; en China continental se postula como una nueva ideología que puede ser utilizada para disimular los errores cometidos por el Partido Comunista que, a la vez, se sirve de él como una ideología de apoyo surgida desde lo nacional. Se plantean en este momento ciertas cuestiones que van a marcar el desarrollo de la recuperación del confucianismo; su relación con la identidad cultural china, su relevancia en un mundo intercultural y globalizado, su interpretación como una ideología colonialista china; ¿puede el confucianismo competir con otras religiones e ideologías universalistas como el cristianismo, el budismo, el neoliberalismo, el marxismo?, y, posiblemente, en esta duda está el olvido de cómo en periodos anteriores de la historia, esta corriente de pensamiento original china llegó a varias naciones del Asia oriental.

La primera generación de nuevos confucianistas surge como reacción a los movimientos modernizadores y occidentalizadores del momento cuatro de mayo y, más tarde, al maoísmo. El confucianismo a lo largo de la historia moderna de China (también sucede en otros países como Japón, a partir de la reforma Meiji) perdió gran parte de su esencia, dejó de ser una ideología dominante en el poder, a la vez que iba perdiendo protagonismo en las instituciones culturales y religiosas. la reformulación del confucianismo parte de una posición muy debilitada, por ello tiene que realizar un gran esfuerzo de asimilación hermenéutica de las filosofías occidentales con la intención de sobrevivir en los planos de pensamiento y académico.

Los autores más destacados de esta primera generación son Xiong Shili (熊十力) (1885-1990) y Fung -Feng- Youlan (馮友蘭) (1895-1990).

El confucianismo de Xiong Shili se desarrolla a partir de la escuela Lu Wang, a la vez que recibe influencias de las corrientes idealistas occidentales y del budismo yogacara, también dominado cita-mátra (solo mente) o vijñânaväda (escuela de la conciencia). Se desarrolló en India hacia el siglo III y llegó al imperio chino en el VII, con el nombre de faxiang; el responsable de esto fue Xuanzang. Según el faxiang, la realidad percibida por el ser humano no existe, sino que solo parece real en virtud de la capacidad de la mente para percibir patrones de continuidad y regularidad. desde este planteamiento se llega a las teorías de Wang Yangming en torno al Xin (心), que se manifiesta en dos niveles. Uno interno, que supone que no hay separación entre los objetos exteriores y la conciencia; y otro externo, el cual se manifiesta a través del ren      (仁), una humanidad entendida como unidad de todos los seres. Xiong Shili llega a plantear que China no podrá resurgir si no es a través del confucianismo dada la identidad de este pensamiento con el alma sínica.

Las obras de Xiong Shili levantaron grandes polémicas. Su principal continuador fue Mou Zongsan (牟宗三) (1909-1995). El área de influencia de su interpretación del confucianismo está en la generación posterior, en Hong-Kong y Taiwán. Xiong Shili es considerado como el pensador que creó las bases para el renacimiento del confucianismo del siglo XX y la voz principal que buscó el renacimiento del dao confuciano en la filosofía china contemporánea. Plantea que la supervivencia nacional china se basa en un sentimiento de comunidad que solo podía provenir de un compromiso de las elites educadas hacia un crecimiento de la conciencia cultural, ya que el choque con occidente no solo era económico y militar. En su pensamiento plantea que el mundo está en un proceso de cambio constante y este es la característica que define la realidad Su pensamiento está reflejado en la obra Nuevo tratado, escrito en chino clásico y publicada en 1944 en chino coloquial, completado en 1959.

Fung Youlan parte de la escuela de pensamiento Cheng Zhu y de los filósofos realistas occidentales. Mientras que Xiong Shili niega que el pensamiento occidental pueda servir de algo en el confucianismo (afirmación mediante la cual él mismo se contradecía), para Fung Youlan la filosofía europea es un instrumento importante para establecer un proceso crítico que ayude a reconstruir el pensamiento confuciano. Para él, el conflicto entre China y Occidente es una batalla ente tradición y modernidad. Su obra ha sido muy influyente, desde su Historia de la filosofía china, para los estudios confucianos contemporáneos. Su influencia se circunscribió básicamente a la China continental.

La segunda generación de nuevos confucianistas se plantea la relación entre su pensamiento y la modernidad mediante cómo pueden estar presentes los valores que defiende en la vida contemporánea. Se desarrolla en Hong-Kong, Taiwán y Estados Unidos. Sus representantes más destacados son Tang Junyi (唐君毅) (1909-1978), Mou Zongsan (1909-1995), Xu Fuguan (徐復觀) (1902-1982) y Fang Dongmei (方東美) (1925-1948). Los planteamientos básicos de esta segunda generación están expresados en el manifiesto “Una declaración de la cultura china a los estudiosos del mundo” (為中國文化敬告世界人士宣言), redactado por Tang Junyi y publicado en 1958 en la Democracy Review. En este manifiesto se aboga por un entendimiento entre China y Occidente desde el pensamiento, pues no se puede ignorar a una cuarta parte de la población mundial. Frente a los críticos con el confucianismo, los filósofos de esta segunda generación piensan que su doctrina no es contraria a la democracia, a la ciencia ni al desarrollo tecnológico; es más estas tres facetas unidas desde un planteamiento apropiado pueden generar nuevas formas que arraiguen perfectamente en la tradición china, sin necesidad de imitar a occidente. Para potenciar la recuperación confucianista se crean instituciones como la Academia de la nueva Asía (新亞學院) en Hong-Kong. De este modo se revitalizan las escuelas confucianas de Song y Ming, a las que se integran modelos occidentales modernos. Su papel ha sido fundamental en el resurgimiento del confucianismo. En su intento por adaptar la enseñanza confuciana a la nueva era, los pensadores antes mencionados seguirán la escuela idealista del Xiong Shili. Para ellos el confucianismo no es un movimiento ajeno a lo religioso, sino que se asienta en un profundo sentimiento de lo sagrado, lo estético y lo moral. Según Tang Junyi, las metodologías y las instituciones occidentales han erosionado el modelo confuciano y su pedagogía, aunque, a la vez, aboga por absorber las ideas útiles de occidente a la hora de hacer renacer la esencia cultural china. 

Mientras que sus compañeros de generación se centraron más en el neoconfucianismo de Song y Ming, Xu Fuguan opta por ir a las raíces del confucianismo de Qin y Han, incluso hasta el periodo preimperial. Se preocupa especialmente por las teorías de la naturaleza humana de los confucianos preimperiales, que, en su opinión, son la verdadera fuerza de la nación china. Es consciente de la oposición confucianismo y cristianismo, pues el primero se fundamenta en la integración y la armonía y el segundo, en la exclusividad y la competitividad, sin embargo, Xu Fuguan asimila la caridad, como amor, cristiana al ren confuciano.

Mou Zongsan combina las vías Song y Ming para optar por un aprendizaje humanista basado en la experiencia tal y como esta es planteada por la escuela Lu Wang; para este, todos los seres pueden llegar a ser sabios. Cree que el confucianismo debe centrarse en la práctica de un cultivo interior que se ensanche hacia las virtudes externas sociales. Ve necesaria la incorporación de los conocimientos científicos y políticos al confucianismo contemporáneo para poder establecer esa comunicación entre lo interior y lo exterior.

Fang Dongmei parte de la filosofía occidental para luego centrarse en una labor crítica y hermenéutica del confucianismo. Lo examina desde un contexto global, haciendo que dialogue con las grandes tradiciones como la clásica grecolatina y la india. La crítica le lleva a rechazar la identidad plena entre confucianismo y China, pues en esta cultura se desarrollaron muchas más ideologías y religiones, entre las que cabe destacar el confucianismo original, el budismo mahayana, taoísmo y neoconfucianismo. Desde esta afirmación llega a la conclusión de que la conciliación que, a lo largo de los siglos, ha caracterizado al confucianismo, debería llevarle a adaptar en sí las culturas mundiales desde un diálogo armónico y enriquecedor.

En la tercera generación del nuevo confucianismo hay que destacar a Du Weiming (杜維明), Cheng Zhongying (成中英) y Liu Shuxian (劉述先). Muchos confucianos de este grupo han nacido fuera de China y trabajan en organismos occidentales. Su doble nacionalidad, o cultura, y visión del mundo los hace estudiar el confucianismo desde una mirada global que no fue posible en las generaciones anteriores. El más activo en la promoción de un confucianismo universalista ha sido Du Weming, para el cual esta doctrina deja de ser exclusivamente china para ser considerada como un patrimonio de la humanidad.

Los pensadores de la tercera generación del confucianismo contemporáneo realizan una valoración de los cien años anteriores para llegar a rebatir las tesis weberianas respecto a la relación de esta doctrina con la modernidad y el capitalismo. Para ellos, el confucianismo y su ética han sido un motor en la modernización de China, tal y como demuestra la emergencia de los tigres asiáticos. Du Weiming, discípulo de Mou Zongsan y Xu Fuguan, es uno de los principales representantes del confucianismo de Boston, que niega la simplificación del confucianismo como una doctrina autoritaria, dogmática, jerárquica y misógina. Representa la versión más globalizadora, holística y espiritual de los nuevos confucianos. Para él, el confucianismo tiene un marcado espíritu crítico que fomenta el aprendizaje del individuo más allá de todo dogmatismo. Reflexiona sobre la sociedad estadounidense desde un punto de vista confuciano y plantea que Estados Unidos, para conservar su papel como potencia mundial, debería aprender a establecer diálogos interculturales; de hecho, el confucianismo, con su concepto de armonía social, tiene mucho que aportar a los problemas estructurales de la sociedad estadounidense, sin olvidar el papel que también debería llevar a cabo en la República Popular China.

Las aportaciones de Du Weiming al nuevo confucianismo son estas. Lo considera un humanismo integral que puede ser difundido por cualquier lengua y cultura; de hecho, su ética se centra en la unidad cielo -humanidad. Es necesaria una crítica para cambiar desde la ética confuciana la realidad social y política. El liberalismo democrático debe dialogar con el confucianismo como modo de penetrar en el socialismo chino. El pleno desarrollo de los derechos humanos en China dependerá del proceso de asimilación de la democracia a la tradición. Incluso llega a incorporar elementos del existencialismo y el concepto de salvación tomado de la tradición judeo cristiana. Du Weiming, frente al ascenso de China como potencia global, rechaza los modelos basados en el nacionalismo a ultranza en pro de un modelo flexible, pluralista y abierto que permita responder a la complejidad del mundo actual. Se muestra partidario de la asimilación del confucianismo a la democracia y rechaza la ciega alianza con el comunismo, pues esto revitalizaría las pasadas tendencias autocráticas; por eso el confucianismo debe afianzarse en una crítica social ligada a la razón pública, la libertad de expresión y la democracia. 

El confucianismo es una tradición religiosa viva que se ha mantenido activa desde la era axial, el momento culminante en el desarrollo de la cultura mundial según Jaspers. En esta tercera etapa del confucianismo de la que trata Du Weiming, esta doctrina deberá incorporarse a otras civilizaciones, aunque esto suponga la necesidad de abandonar la lengua y la cultura chinas en el proceso de fusión. 

Como en el humanismo confuciano no hay una oposición entre dios y naturaleza, no existe un yo monolítico. Esta flexibilidad permitirá aspirar a cambiar la sociedad desde un espíritu crítico, desde una sabiduría interior que llegue a la soberanía exterior del individuo a la hora de transformar la realidad política y social desde los ideales éticos confucianos, ejemplificados en tres conceptos: dao (vía), xue (conocimiento) y zheng (política).

Du Weiming aboga por un diálogo en profundidad entre China y Occidente; para favorecerlo, China debería incorporar a su cultura tres ámbitos. En primer lugar, el cristianismo y sus conceptos de inmanencia y trascendencia, su anhelo hacia lo ideal y la utopía que es lo que en la tradición occidental ha establecido un activismo fuerte en la protesta contra la injusticia social. En segundo, establecer puentes de diálogo en el ámbito económico entre marxismo y liberalismo económico. Y, tercero, en lo psicológico es necesario bucear en la teoría de Freud y la psicología moderna para conocer el lado oscuro del alma humana. Para Du Weiming, ya no tiene sentido seguir hablando de la oposición tradición modernidad, como esferas opuestas, pues en la actualidad todas las sociedades viven en un modelo neoliberal global basado en la economía de mercado.

Lo chino funciona mediante círculos concéntricos que deben ir incorporando en su seno una pertenencia que no esté basada en la nacionalidad y la política, sino en la cultura. Así pues, es necesario adaptar los valores de la modernidad democrática: libertad, racionalidad, legalidad, derechos humanos, dignidad del individuo, a los confucianos de justicia, compasión, civismo, responsabilidad y comunidad. A estos valores hay que añadir también la necesidad de subrayar la dimensión espiritual de la armonía del ser humano con la naturaleza. En este sentido, Du Weiming es crítico con el modelo deshumanizado que desarrolla la República Popular china desde el mercantilismo y el capitalismo. Dirige su mirada hacia la India como la democracia más grande del mundo, pues ha sabido conservar sus valores tradicionales. Sugiere que el gobierno chino debe promover una cultura de tolerancia, no violencia y paz, para establecer una ruta hacia la democratización desde la transparencia y la responsabilidad.

Respecto a los nuevos confucianos occidentales hay que señalar la importante labor realizada desde la universidad de Boston. Entre ellos hay que mencionar a David Wong, Philip Ivanhoe, Joel Kupperman y Theodore de Bary, el cual es considerado como el pionero de los estudios neoconfucianos en el ámbito académico.

Robert C. Neville, teólogo de la universidad de Boston y experto en Religión comparada, fue el responsable del calificativo “Confucianismo de Boston”, en su libro El confucianismo de Boston. Una tradición portátil en el mundo contemporáneo (2000). Para Neville, el confucianismo es una filosofía mundial. Al igual que el cristianismo o el platonismo es una tradición perfectamente extrapolable a otros contextos desde un esfuerzo hermenéutico que permita insertar sus conceptos claves en distintos ámbitos culturales. Neville utiliza el concepto de “categorías vagas de pensamiento” con el que da cabida a estudios y comparaciones constructivas entre las diferentes tradiciones, en un intento por señalar aquello que las une más que lo que las separa. Ante el planteamiento de si puede haber movimiento filosóficos y transculturales, Neville ve en el confucianismo un potencial candidato, debido a su adaptación tanto en la historia de China como en la época moderna. Para él, el confucianismo tiene enfoques ecuménicos y transdisciplinares, como las teorías de la acción ritual de Xunzi, que son atractivas en un contexto occidental. El confucianismo no solo resume la globalidad de las escuelas del pensamiento en China, sino que también cruza las fronteras de los territorios de Extremo Oriente por todas las culturas del dao como Japón, Corea o Vietnam. 

Entre los continuadores críticos del nuevo confucianismo hay que nombrar a John Berthrong. En su análisis plantea una cuestión sumamente interesante respecto a quién es el portavoz autorizado para dirigir la renovación confuciana desde la autoridad. Ve que el confucianismo de Boston puede quedarse en un mero intento artificial de trasplante académico del confucianismo en un ámbito occidental. Para Berthrong, no está claro que el confucianismo vaya a ser de nuevo la ideología que guíe los cambios políticos y sociales en Asia; como tampoco lo está de que pueda trasplantarse a Occidente.

Jim Kalab observa que, aunque en el plano académico, el confucianismo está avanzando, esto no supone ir más allá de la cultura general norteamericana, ni siquiera acercarse a su pensamiento político. Desde un punto de vista político, el énfasis del confucianismo está en la autoridad moral del gobernante completamente alejada del tacticismo y el populismo que dirigen buena parte del sistema político occidental. Evidentemente, hoy por hoy, la batalla está perdida en el mundo político amoral, cuando no directamente inmoral, de polarización, falta de respeto y diálogo de sordos. Kalab señala que hay un conflicto insuperable entre los liberales de izquierda norteamericanos y el confucianismo.

Daniel Bell se centra en la China actual y manifiesta su interés por un confucianismo de izquierda que se centre en la crítica política para afianzar su legitimidad. En este sentido, Bell se hace eco de las teorías de Huang Zhongxi, Gan Yang y Jia Qing que reinterpretan el confucianismo desde el pensamiento marxista con la finalidad de enriquecer la hermenéutica no para criticarlo desde la negación. Jia Qing defiende la reforma política en torno a una estructura tricameral de inspiración confuciana. Una cámara, la del pueblo, sería elegida democráticamente y representaría los intereses de la clase media; una cámara de personas ejemplares tendría una base meritocrática para defender el interés común de toda la población y, por último, una cámara de continuidad cultural que preserve las tradiciones culturales chinas. Planteamiento que, según Bell, es difícilmente aceptable.

Anne Cheg manifiesta una postura muy crítica hacia la escuela de Boston desde el ámbito francés. Considera que el término confucianismo es un neologismo occidental para el verdadero nombre de rujia, un fenómeno extremadamente complejo y extenso en el tiempo. Anne Cheng critica duramente a Du Wiming definiéndolo como una especie de tele-evangelista confuciano cuyo confucianismo universal es más que dudoso. Para ella, el confucianismo pasó de convertirse en la principal lacra de desarrollo para China a su más importante promotor; en tal planteamiento, lo único que se esconde son posturas políticas interesadas totalmente ajenas a una realidad social. También critica a los transculturalistas y comparatistas, pues elaboran un diálogo dudoso desde unas esencias culturales perpetuamente en movimiento. Anne Cheng está en contra de centrar el debate de la China contemporánea solo en el confucianismo, pues es una simplificación del complejo debate que hay en China. A los intelectuales chinos, como a tantos otros, les supone una gran dificultad distinguir entre propaganda ideológica y reflexión crítica. Con todo, Anne Chang está convencida de que no es necesario ser chino para considerarse confuciano, aunque en esta afirmación deje bien claro que quiere alejarse del universalismo de Du Weiming, pues lo ve como una instrumentalización realizada por el Partido Comunista Chino desde una exacerbada ideología nacional.

Agradezco a Isabel González Torrents que me haya facilitado el material para el desarrollo del presente artículo

Bibliografía

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Cheng, Anne (2002). Historia del pensamiento chino. Barcelona. Edicións Bellaterra.

Chinaknowledge.de. An Encyclopaedia on Chinese History, Literature and Art. Consulta on-line.

Eliade, Mircea y Ioan P. Couliano (1997). Diccionario de las religiones. Barcelona. Paidós-Círculo de Lectores.

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Granet, Marcel (2013). El pensamiento chino. Madrid. Trotta.

Levi, Jean (2005). Confucio. Madrid. Trotta.

Mezcua López, Antonio José (2021). Apuntes para el curso de Máster Universitario en Estudios de Asia Oriental de la Universidad de Granada “El mundo confuciano en la cultura del Dao”.

Schirokauer, Conrad y Miranda Brown (2006). Breve historia de la civilización china. Barcelona. Edicións Bellaterra.

Suzuki, Daisetz T. (1996). El zen y la cultura japonesa. Barcelona. Paidós.

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“Venus”

Rubén Darío
(Comentario)

Venus

En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría,
en busca de quietud, bajé al fresco y callado jardín.
En el oscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano, un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
o que llevaba en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

“¡Oh, reina rubia! -díjele-, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar.
Y el aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

Este soneto pertenece a Azul… (1888), por lo tanto se adscribe a la corriente modernista más brillante y exótica de Rubén Darío. El poema fue incorporado a Azul… en la segunda edición de 1890 (igual que “Caupolican” y “De invierno”), en la sección de la obra que contiene los sonetos. Previamente, “Venus” se había publicado en 1889 en la revista Repertorio salvadoreño, publicación de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de San Salvador, y en el diario La Unión, dirigido por el propio Rubén Darío.

A modo de ejemplo, quiero mencionar que en el Archivo de Ramón Menéndez Pidal, custodiado en su Fundación, Instituto de la Universidad Autónoma de Madrid, se encuentra un conjunto de cinco fichas referidas a Rubén Darío (1867-1916) con el subtítulo de “Carácter del reformador. Contrastes”. Queda manifiesta en este encabezamiento, la voluntad por parte del filólogo de analizar la obra del poeta desde la observación de los contrastes para definir la obra del nicaragüense. ¿Cuáles son esos contrastes que delimitan la poesía de Rubén Darío? Menéndez Pidal señala estas parejas de opósitos: Hispanismo-exotismo; cristianismo-paganismo e idealidad-sensualidad. Los grados a los que corresponde el soneto “Venus” bien podrían ser exotismo, paganismo, aunque también está reflejada la pareja idealidad y sensualidad. 

Ya en el primer verso de “Venus” se transmite ese proceso antagónico de los opósitos en el contraste entre la tranquila noche que sirve para enmarcar un sufrimiento de amargas nostalgias. La nostalgia, a diferencia de la melancolía (‘Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada”, Diccionario de la Real Academia Española) es una pena muy concreta por una sensación de ausencia y por el recuerdo de lo pasado. No está de más que recordemos esto, pues es muy posible que esa añoranza que experimente el yo poético tenga un referente amoroso.

Si la nostalgia es un volver atrás mediante el recuerdo en el tiempo, mal está que para buscar la quietud se descienda, movimiento situado en un plano similar al del retroceso, ambos negativos en sus prefijos: retro- y des-; aunque bien podría suponer un cierto alivio al encontrarse, al final del descenso, en el jardín, fresco y callado. El jardín es la naturaleza controlada por la mano humana, lo salvaje domeñado, la artificiosidad en contraste con lo absoluto del cielo. Introspección-descenso y ascenso puesto que el poeta, desde su ubicación, el paisaje silencioso, va a dirigir su mirada hacia los astros.

Jean-León Gérôme

También en la mirada ascensional, el poeta va a encontrarse con esas oposiciones que riman a la perfección con su estado anímico. El cielo está oscuro y esto permite que en la negrura de la noche pueda lucir la belleza temblorosa de Venus. ¿Por qué tiembla Venus? Si se trata de un planeta iluminado por luz ajena, no debería titilar, es decir, ‘centellear con ligero temblor’, esto lo hacen las estrellas por la nucleosíntesis estelar, por las reacciones nucleares de los elementos químicos que las forman, a modo de explosiones que se van liberando progresivamente y no como una combustión prolongada. Así que ese temblor, aunque es posible la confusión visual, no está tanto en el astro como en la subjetividad nostálgica del poeta.

Un panorama para un argumento que es falso desde la interpretación realista de lo que se cuenta. Se trata más bien de una recreación mental, por eso Venus es dorada, como la Afrodita de Botticelli, que actúa como referente en el proceso imaginal desde el que surge el poema, de ahí esa “Reina rubia” que aparece en la tercera estrofa. Comprobémoslo en otro contraste que se lee en el primer cuarteto de este poema: el ébano del cielo con el divino jazmín de Venus. El jazmín es blanco, como la luz que desprende el planeta representado en la figura mítica del Héspero. En muchas circunstancias el estupor entusiasta que produce la contemplación de un paisaje asombroso genera el poema; no es este el caso.

Tal y como señalaba Menéndez Pidal en sus notas mencionadas más arriba, uno de los opósitos que sirven para definir, desde el contraste, la poesía de Rubén Darío, es la presencia de lo exótico, factor que describe como paradigma el Modernismo especialmente en su primera fase de brillos. El alma enamorada del yo poético, que al ascender en su mirada hacia los cielos parece haber perdido un poco de su amarga nostalgia contemplará a Venus, el planeta, personificado a su modelo mitológico en una mujer oriental, como las que pueden aparecer en las pinturas de Jean-Léon Gérôme, en la forma de reina favorita de Las mil y una noches, triunfante victoriosa como corresponde a la Sherezade que vence a la muerte; una reina que espera a su amante, pues no hay verdadero orientalismo sin la pasión de la sensualidad, o que es conducida en su palanquín, por la profunda extensión del desierto hecho metáfora en lo celestial.

En el primer terceto va a producirse el definitivo movimiento ascensional, a la vez que el alma abandona su estado intermedio de crisálida y vuela en una elevación que tiene sus peligros, pues es hacia la luz, hacia los labios de fuego que harán arden y consumirán al alma hecha frágil mariposa; la cual, después de flotar en el nimbo que se derrama desde la luz pálida de la frente de Venus, hecha mujer amada, va a consumirse en el éxtasis sideral del amor.

Venus Prerrafaelita

Parece que desde el aire nocturno del jardín que refrescaba la cálida atmósfera, porque la bilis de la tristeza melancólica o nostálgica, quema, el yo poético va a encontrar un cierto alivio en su discurrir vital. Pero en el verso final aguarda un último contraste, pues el cielo deja de ser un espacio en el que emprender el vuelo y se transforma en un abismo, que arrastrará a la caída, con esa mirada triste de Venus. 

Venus, desde el punto de vista de la mitología clásica romana -su equivalente griego es Afrodita y el fenicio es Astarté o Tanit entre los cartagineses, entre los sumerios Inanna- representa la exaltación del amor erótico, de la fertilidad de la naturaleza y de la belleza sensual. Ante todo destaca en ella su poder de seducción, de atracción; elementos que, de alguna manera, la pueden situar en la órbita de Selene, por la atracción lunática. En astronomía, Venus es un planeta del sistema solar asociado, desde lo astrológico a la armonía, la belleza, el equilibrio, los sentimientos. Contemplado desde la tierra, Venus presenta un color blanco y brillantes, tanto que sólo la puede superar en su fulgor nocturno la luna llena. Desde un punto de vista científico, este brillo por reflejo del sol se debe a una atmósfera muy densa de, sobre todo, CO2, dióxido de carbono. Desde una interpretación psicológica está relacionado con valores sensoriales, la sensualidad gozosa y el presente como una consciencia del aquí y el ahora.

De esta descripción tan escueta como injusta en la valoración de Venus nos quedaremos ahora mismo con estos conceptos: amor, erotismo, naturaleza, brillo, seducción y gozo.

En el planeta Venus no hay catasterismo, es decir, transformación en astro; esto sucede con las estrellas que tenían una naturaleza viva anterior a su metamorfosis, no con los dioses que dan nombre a los planetas; estos lo reciben por que son representación de alguna divinidad cuyos rasgos manifiestan. En el caso del planeta Venus, su catasterismo está en Héspero, personificación del lucero vespertino. Eratóstenes en su Catasterismos afirma que tanto Héspero como su hermano Fósforo (aunque ambos pueden ser el nombre de un mismo personaje) son la personificación del planeta Venus. En la Biblia Septuaginta, en griego, Héspero es Heosphoros, hijo de Shahar, la Aurora (Isaías), y en la Vulgata de san Jerónimo, el hebreo Helel, el brillante, es traducido como Lucifer (el que hace la luz).

¿Qué sucede en este poema de Rubén Darío? Un soneto que se titula “Venus” nos sitúa en el panorama mitológico, la diosa nacida de las espumas del mar en las costas de Chipre. Pero no va a ser así; o quizá, sí.

En una noche tranquila, el yo lírico, sufriente de sus nostalgias amargas, en busca de la tranquilidad como bálsamo, baja al fresco y callado jardín. En el cielo oscuro de la noche luce temblando Venus, como si fuese un jazmín dorado y divino incrustado en ébano. Desde el sentimiento de su alma enamorado, aquella luz le parece una reina oriental que esperara a su amante bajo el techo de su camarín, o que fuese llevada recostada, triunfante y luminosa sobre un palanquín portado a hombros por la extensión profunda del cielo.

Se dirige a ella con estas palabras: “¡Oh, reina rubia!, mi alma quiere dejar su crisálida para ir volando hacia ti, besar tus labios de fuego y quedarse flotando en el nimbo que derrama pálida luz sobre tu frente. Así, no dejar de amarte en éxtasis siderales.

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida. Venus, desde el abismo, lo miraba con triste mirar. Este abismo dota al soneto de un significado más transcendente.

Por lo que respecta a la estructura.

Esquema métrico Venus (Antonio Joaquín González)
Portada Azul

Sombreadas en azul celeste se pueden ver las sílabas tónicas que se mantienen en unas posiciones fijas de segunda, cuarta, sexta, décima, decimotercera y decimosexta; es decir, nos encontramos con versos hexámetros, sólo desde el punto de vista del número de tónicas. Se pueden comprobar también las sinalefas cuando se unen dos sílabas que no pertenecen a la misma palabra, sino a contiguas. Todos los versos son de diecisiete sílabas; aquellos en los que la posición última queda en blanco es porque son agudos y, por lo tanto, la sílaba final prolonga su duración el doble. Al ser versos de arte mayor compuestos pueden ser divididos en dos hemistiquios, el primero de siete sílabas, el segundo de diez. Al final del hemistiquio se aplican las mismas normas que al terminar el verso; sin embargo, no sucede así en el verso cinco, donde no sumamos una sílaba a la final aguda del hemistiquio; de igual manera tampoco se realiza la licencia de la sinalefa entre las sílabas ocho y nueve, de esta manera se puede respetar el esquema acentual.

La estructura métrica del soneto está formada por dos serventesios y dos tercetos con este esquema: ABAB-ABAB-CDC-DCD.

Respecto a este soneto, María Delia Buisel (en “Rubén Darío y la adaptación de la métrica latina”, 2017):

“En <Venus> no hay hexámetros en sentido estricto, sino un verso de ritmo acentual de 17 sílabas con rima consonante formado por el acople de dos hemistiquios de 7 y 10 sílabas, poseedores cada uno de su independencia acentual, con sílabas en anacrusis, que por sus seis apoyos rítmicos sugiere un hexámetro sin serlo, y si el acento cae en débil o átona, más parece de cinco que de seis”.

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“A Francia”

Rubén Darío
(Comentario)

A Francia

¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia!
Bajo áurea rotonda reposa tu gran Paladín.
Del Cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?
¿Qué pueden las Gracias, si Herakles agita su crin?


En locas faunalias no sientes el viento que arrecia,
el viento que arrecia del lado del férreo Berlín,
y allí bajo el templo que tu alma pagana desprecia,
tu vate hecho polvo no puede sonar su clarín.


Suspende, Bizancio, tu fiesta mortal y divina,
¡Oh, Roma, suspende la fiesta divina y mortal!
Hay algo que viene como una invasión aquilina

que aguarda temblando la curva del Arco Triunfal.
¡Tanhäuser! Resuena la marcha marcial y argentina,
y vese a lo lejos la gloria de un casco imperial!

En su autobiografía de 1912, La vida de Rubén Darío escrita por él mismo, el autor hace referencia a su pasión por París con estas palabras: “Yo soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del ensueño”. Y con esta emoción llegó a la capital de Francia a la que, fundamentalmente, va dedicado este soneto.

Tres son las fechas en las que esta emoción puede cumplirse en el lugar tan amado. En 1892, Rubén Darío es destacado por el gobierno de Nicaragua, como parte de la legación oficial enviada a España con motivo de la celebración del IV Centenario; en 1893 viajará a París, aunque no será una estancia muy prologada, entrará en contacto con la bohemia. En abril de 1900, es enviado como corresponsal del diario argentino La Nación, a la capital francesa para cubrir la información referente a la Exposición Universal, allí publicó, en 1901, la segunda edición de sus Prosas profanas. Finalmente, en 1903 recibe el cargo de cónsul de Nicaragua en la capital francesa.

“A Francia” es un soneto incluido en El canto errante (1907); tal y como indica Pedro Luis Barcia (1995, Edición crítica de la “Marcha triunfal” de Darío), pudo ser compuesto en torno a 1893, después de que el autor presenciase en la capital francesa el Desfile conmemorativo del 14 de julio; Barcia ve en el soneto alusiones a la guerra Franco-Prusiana de 1870.

La guerra Franco-Prusiana se desarrolló entre el 19 de julio de 1870 y el 10 de mayo de 1871. La causa se encuentra en la ruptura del equilibrio que se había establecido desde un punto de vista geopolítico a partir del Congreso de Viena (1815). El conflicto enfrentó al Segundo Imperio francés, con Napoleón III a su mando, con el reino de Prusia, que, a partir de su victoria, llegaría a configurar el II Imperio alemán, con sus dos figuras claves, el canciller Otto von Bismarck y el káiser Guillermo I. El Imperio francés invade el territorio alemán el 2 de agosto de 1870 y, dos días después, con una fuerza muy superior, Prusia cruza las fronteras de Francia. Entre el 1 y el 2 de septiembre se produce la Batalla de Sedán, en la que el ejército de Napoleón III es derrotado y este capturado. En París se organiza un Gobierno de Defensa Nacional, pero después de un asedio de cuatro meses, la capital cae el 28 de enero de 1871. El Armisticio firmado concluirá en el Tratado de Frankfurt del 19 de mayo de 1871; en él, Francia se compromete a pagar lo que se denominan reparaciones de guerra y Alemania se anexiona Alsacia y Lorena.

Veamos qué sucede o a qué se refiere el autor a lo largo de sus versos.

El título, ya de por sí, es sumamente revelador, una dedicatoria, “A Francia”, que, como hemos visto, tanto significó para él. La apertura del primer serventesio, un verso que contiene una doble exclamación, sitúa al lector en un panorama especialmente emotivo; dos exclamaciones que, por otra parte, se desarrollan desde una organización bimembre de los sintagmas, la cual implica una cierta contraposición de dos mundos; el de los bárbaros, constante en las dos, y el de Francia, en general, concretada después en Lutecia, nombre que recibía (en latín, Lutetia) la ciudad galorromana que llegará a ser París.

Los bárbaros, a diferencia de los salvajes, suponen una invasión desde la cual van a generar profundos cambios en una civilización. Los salvajes permanecen en su territorio y no implican una conquista, ni un peligro inminente hasta que otro pueblo, el autoconsiderado superior, como sucede en el imperialismo, entra en contacto con ellos. Esta distinción me resulta de interés puesto que nos sitúa en un panorama bélico que bien podría corresponder, como afirma Barcia, con la entrada en París de los vencedores en la guerra Franco-Prusiana de 1870.

La palabra Paladín según el Diccionario de la Real Academia Española es un ‘Caballero fuerte y valeroso que, voluntario en la guerra, se distingue por sus hazañas. Defensor denodado de alguien o algo’. Este vocablo contribuye a la connotación de lo bélico. El más reconocido paladín de la nación francesa es Roland, el equivalente, desde el paradigma medieval épico, a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador; pero lo más seguro es que Rubén Darío no se refiera a él. Se trata de un campeón que descansa bajo un “áurea rotonda”. Dos se me ocurren ahora que podrían estar sugeridos desde estas palabras.

El primero de ellos, un espíritu combativo, luchador hasta el final de su vida por la causa de la libertad y cantor de la épica de los pueblos, en obras como La leyenda de los siglos (La Légende des siècles, 1859); se trata de Victor Hugo, enterrado el 22 de mayo de 1885 en la antigua iglesia de Sainte-Geneviève que, precisamente en tal circunstancia es convertida, por orden del Gobierno, en Mausoleo Nacional.

El otro, más acorde con el belicismo que acompaña al poema: Napoleón. El Emperador murió en su prisión en Santa Elena, isla perdida en el Atlántico, el 5 de mayo de 1821; en 1840, el soberano de Francia, Luis Felipe, ordena la repatriación de los restos de Napoleón Bonaparte para que reciban sepultura en París. En diciembre de este año, son enterrados en la capilla de Saint Jérôme; la tumba fue encargada por Luis Felipe en 1842, aunque las obras realizas para el túmulo no se concluirán hasta 1861, fecha en la que el cuerpo del emperador, el 2 de abril, durante el Segundo Imperio y por orden de Napoleón III, pase a ser depositado en el Hôtel National des Invalides.

Alfonso García Morales (2016, “¿Qué triunfo celebra Darío en su <Marcha triunfal>”) menciona la presencia de lo épico que subyace también en “A Francia”: “Darío mantuvo un relato de fondo claro y unitario sobre el proceso de la literatura moderna. Un relato que respondía a su poética renovadora pero no rupturista, que tenía como referencia canónica la poesía francesa, y que se ordenaba según tres grandes momentos: Romanticismo, Parnasianismo y Decadentismo-Simbolismo. Un relato expresado en términos genealógicos y, nuevamente, en términos épicos: Hugo como el gran padre, el Emperador, el Carlomagno, el Cesar de la lira, los parnasianos como sus hijos”. En buena medida, desde estas palabras se puede contextualizar la presencia de ese tono épico al que hemos hecho referencia. 

El caso es que quien pudiera actuar contra la invasión de esos bárbaros reposa bajo una dorada rotonda. Puede ser Napoleón, puede ser Victor Hugo; pero ¿quiénes son esos bárbaros y en qué circunstancias llegaron a Lutecia?

Los bárbaros, durante el imperio occidental, son los pueblos germanos que serían, en buena parte, responsables de la caída del Imperio Romano en el 476; o los que dieron tantos quebraderos de cabeza a los francos de Carlomagno y sus sucesores, los vikingos. Pueblos, unos y otros que llegan desde el este, invadiendo el occidente con una visión del mundo radicalmente distinta.

Y ahí están los prusianos. Así sucedió con la Batalla de París entre el 30 y el 31 de marzo de 1814, cuando la sexta coalición de Rusia, Austria y Prusia, al entrar en la capital francesa acaban con el poder político del emperador Napoleón. sucedió también en 1815, aunque aquí los bárbaros fueron los anglosajones del duque de Wellington tras la derrota de Waterloo. Y en el sitio de París entre el 19 de septiembre de 1870 al 28 de enero de 1871, por las tropas de Prusia que lograron ocupar la capital, hicieron caer el Segundo Imperio francés y proclamaron el Segundo Imperio alemán en el Palacio de Versalles el 18 de enero de 1871.

Hay una referencia mucho más directa a lo alemán en la mención de ese casco imperial tan conocido por los retratos del káiser Guillermo I, el primer soberano del Segundo Imperio, y del canciller Otto von Bismarck. Y, también, en la cita de Tanhäuser; la ópera de Richard Wagner, estrenada el 19 de octubre de 1845, basada en dos leyendas alemanas protagonizadas por este caballero cruzado teutónico. El tema central de esta obra es la lucha entre el amor sagrado y el profano, aunque yo diría que no es este el que Rubén Darío tiene en su voluntad a la hora de escribir su soneto.

Arrostrada a ese poder invasor del bárbaro alemán convocado por la música militar de clarines que ahora son toques del desfile conmemorativo francés, el alma del poeta, “tu alma pagana”, pues se opone al templo (¿el mausoleo, quizá?), el alma del poeta se sitúa en el territorio de lo que fue el primer modernismo rubendariniano de la Francia galante y el paganismo mediterráneo, con sus fiestas divinas en Roma y Bizancio, mortales y locas, porque en la celebración se olvida que el bárbaro sigue ahí, acechando las fronteras de la civilización. Lo pagano se pierde en sus enloquecidas Faunalias. Estas Faunalias son fiestas que se celebraban en Roma (como opuesta a la barbarie, en el mismo sentido que Francia y Alemania), en honor a los faunos, quemando incienso, con libaciones de vino, sacrificios de cabras y ovejas. Todo en honor de esas criaturas de los bosques, con cuernos y pezuñas de cabra, como los sátiros griegos, provocadores de pensadillas nocturnas, con carácter lascivo, aunque asimismo, divinidades protectoras de las más populares y antiguas de Roma; pueden identificarse con el dios griego Pan. Fiestas de carácter dionisíaco o báquico que se alejan de esa presencia amenazante del bárbaro.

La primera presencia de lo griego en el soneto contiene ciertas ideas de confrontación, muy relacionada con el conflicto entre naciones que puede se considerado como base de “A Francia”. Estas parejas de opuesto son Cíclope-Risas de Grecia, Gracias-Herakles, en ellos la civilización se ve afrontada a la violencia, de manera que la presencia del Cíclope y de Heracles bien podría ser vista como un anuncio de la invasión prusiana a la que posteriormente se hará referencia en el poema.

A partir del segundo serventesio, la invasión que sufrió París en 1871, sugerida desde el desfile conmemorativo del 14 de julio al cual asiste el poeta, se va a ver reflejada en las alusiones al “férreo Berlín”, en el sentido de fuerza del hierro aplicada con violencia, aunque, a la vez, para referirse a ello se utiliza un cultismo, procedente del latín y opuesto al bárbaro de más allá de los límites fronterizos del Imperio romano. Esta misma ambigüedad se ve en la referencia a lo alemán en “invasión aquilina”, puesto que el águila de dos cabezas es el emblema del Imperio Germánico, pero también de Roma, de ahí Imperio Romano-germánico. De nuevo la paradoja del enfrentamiento en una realidad bimembre en lo clásico mediterráneo invadido por el bárbaro, dos visiones que, como el agua y el aceite, será difícil que se fundan en una sola ni siquiera en esta Europa ideal, la de hoy, que sólo está unida por los valores del euro, no por los de la libertad y la dignidad del ser humano.

Vate

Quiero, ahora, dedicar un espacio de este comentario a una palabra de esas que se llenan de connotaciones y que aparece en este poema -aunque esta no sea una excusa para un comentario que va más allá del contexto inmediato-. Me estoy refiriendo a la palabra Vate. Me parece lo suficientemente sugerente como para que le dediquemos un espacio (el articulo que a esta entrada dedica Wikipedia es de sumo interés, a él recurro).

El Diccionario de la Real Academia Española presenta dos acepciones para esta palabra que ha llegado al castellano desde el latín, VATES-VATIS. Ambas definiciones lo son desde el cultismo. Recordemos que estas son aquellas palabras que no alcanzan la categoría de patrimoniales porque no han sufrido la evolución natural de la fonética del español y permanecen casi inalterables a como era en la lengua de origen. La primera acepción: ‘Poeta. Persona que compone obras poéticas’. La segunda, ‘Adivino’; en este sentido está relacionada con un verbo como Vaticinar (‘del latín. Pronosticar, adivinar, profetizar’). Desde ambos puntos de vista, Rubén Darío es un vate en este soneto “A Francia”, porque canta el pasado y, a la vez, augura también la repetición de ese tiempo pretérito que Rubén Darío pudo llegar a conocer (murió en 1916 y ya sabemos que la Primera Guerra Mundial comienza en 1914).

Desde un punto de vista etimológico, la palabra latina VATES se relaciona con la lengua gala, de raíces celtas, uati, en galés gwawd, en irlandés faith (como FATUM, ‘hado, destino, sino’), o la palabra germánica Wotan, la divinidad superior de esta cultura equivalente al Odín de los hombres del norte. En griego, también se utilizaba la palabra ouateis. Jaime Siles Ruiz (“Pietas versus Fvror: uno de los temas clave la poética y la política de la Eneida”, 2016) resume las palabras de J.K. Newman (Augustus and the New Poetry, 1967) acerca de los ouateis galos así: Virgilio es el responsable de la “primacía y anterioridad en el uso de la palabra uates, que, entre el 39 y el 30 a.C., aparece también en las Sátiras de Horacio y en el libro I de Propercio y que parece proceder de un texto de Posidonio -transmitido por Estrabón- que define a los ouateis galos como sacerdotes y filósofos de la naturaleza, algo emparentable, en la mentalidad de Virgilio, con el pitagorismo”. La palabra VATE en latín cayo en desuso para ser recuperada por Virgilio y Ovidio, el cual en Amores se nombre a sí mismo como Vate de Eros.

En la sociedad celta, los bardos eran los depositarios de una tradición poética en la que se fundía lo lírico con las creencias religiosas y curativas; eran poetas, trovadores, videntes, adivinos, profetas. el equivalente de este grupo en la religión védica india (los indoeuropeos y arios hunden en este mundo sus raíces mitológicas) estos eran los adhvaryu.

Tanto la palabra uati (gala) como uate (latín) proceden de la raíz preindoeuropea wât-, que puede traducirse como ‘soplo’, en el sentido de inspiración transcendental. Las lenguas preindoeuropeas se desarrollaron en Eurasia y se extinguieron entre el cuarto y el primer milenio a.C. por la influencia de las migraciones indoeuropeas; entre ellas están el euskera, tartésico, ibérico, etrusco y elamita, en la zona del actual Irán. Sin embargo, la mencionada derivación no puede asegurarse, pues no se encuentra ninguna posibilidad en el proto-indoeuropeo; este es una lengua hipotética, protolengua, reconstruida y considerada como lengua madre como aquellas desde las que se desarrollaron las indoeuropeas; desde estas y por el método comparativo se plantea tal hipótesis. Puede ser que la palabra latina uates proceda del celta-galo uati, aunque también es posible considerar que ambos son vocablos cognados, es decir, nacidos de un mismo origen etimológico con sus cambios correspondientes debidos a las transformaciones lingüísticas diatópicas.

El pentámetro

El pentámetro o verso elegíaco era utilizado en la poesía griega y latina, combinado con el hexámetro, constituyen el dístico elegíaco; en la literatura romana encuentra uno de sus máximos representantes en los Epigramas de Marcial; en la griega, en Solón, Jenófanes o Meleagro. En la lírica áurea española, el pentámetro fue utilizado por Esteban Manuel de Villegas (1588-1669) y encontraría ejemplos mixtos en el Modernismo; Rubén Darío escribió “A Francia” en pentámetros independientes.

A continuación voy a representar en esquema la métrica del soneto “A Francia”.

La estructura métrica de este soneto es ABAB ABAB CDC DCD.

Para concluir voy a reproducir el comentario métrico realizado por María Delia Buisel en su artículo “Rubén Darío y la adaptación de la métrica clásica” (2017: 102):

“Rítmicamente es un soneto muy logrado con su aire marcial, de quince sílabas con dos hemistiquios de seis y nueve sílabas; el hexasílabo con dos apoyos tónicos y el eneasílabo con tres. Rubén regulariza la medida distendiendo la del endecasílabo tradicional como en “Venus” donde lo había llevado a diecisiete sílabas, pero internamente le otorga la estructura que el siglo de oro acuñó para lo que llamó pentámetro más alejado del original latino que el llamado hexámetro. Deja la sílaba inicial en anacrusis por lo que en el segundo verso se desplaza el acento de la preposición bajo a la sinalefa con áureo; en el verso 11º es necesario un hiato en hay algo. Lo que importa es lo que logró el poeta traspasando los límites acostumbrados de la lengua y la lengua lo aceptó y lo acogió mostrando su flexibilidad”.

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“Salutación del optimista”

Rubén Darío
(Comentario)

Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte,
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña,
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, rïente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, la celeste Esperanza!

Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis el salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita,
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.

Abominada la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra;
fuertes colosos caen, se desbancan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despiertan entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?

No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo
ni entre momias y piedras, reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que, tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos robustos y fuertes.

Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestran los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.

Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esta epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.

Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura;
en un trueno de música gloriosa, millones de labios,
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto, en donde todo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!

Si entendiésemos la poesía como un proceso meramente musical, y ahora nos centramos en este asunto, habría que partir de la idea de ritmo. Las tres definiciones que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española de este son: ‘1. Orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas. 2. Sensación perceptiva producida por la combinación y sucesión regular de sílabas, acentos y pausas en el enunciado, especialmente en el de carácter poético. 3. En música, proporción guardada entre los acentos, pausas y repeticiones de diversa duración en una composición musical’.

Desde un punto de vista rítmico, la poesía es orden, sucesión, combinación, regularidad, sílabas, acentos, pausa, proporción y repetición; todo ello para alcanzar una sensación perceptiva que va a llevar al texto poético a diferenciarse del de otros ámbitos. ¿Siempre puede teorizarse en torno a la sensación perceptiva? Esta es personal, en ocasiones innata, en otras aprendida mediante un proceso en el que la atención a lo musical tiene un valor primordial. Sea de una manera o de otra, es que en algo ha de fundamentarse, la materialidad de unas repeticiones que se transforman en un ritmo alejado de cualquier tipo de estridencia. En ese alejamiento del ruido se encuentra también lo invaluable de lo lírico que aleja, beatus ille, al ser humano del mundanal existir.

Medir versos, para llegar a determinar el proceso mediante el cual una realidad constituida por palabras llega a ser una expresión musical, puede ser de una complejidad extrema; al fin y al cabo, mediante los procesos que llevan a definir una estructura métrica, intenta realizarse un análisis que quiere desentrañar, en su sentido etimológico de des-entrañar (de entrañas), un objeto cuya realidad se asienta en lo etéreo de la belleza, el simbolismo y la connotación  una serie de características musicales que no pueden computarse desde el papel pautado para la escritura de pentagramas. Tanto es así que simplemente, y a modo de muy escueto ejemplo bibliográfico, nos bastaría con ojear manuales como Métrica española de Antonio Quilis o de Tomás Navarro Tomás, o Estructuras lingüísticas en la poesía de Samuel R. Levin. Más todavía teniendo en cuenta la revolución poética que viene desarrollándose desde el Romanticismo y que alcanzará uno de sus momento claves en el poema en prosa o en la prosa poética de Baudelaire y Gustavo Adolfo Bécquer, conocer la inmensidad teórica de lo rítmico en el hecho poético no es un indicio de seguridad para lograr realizar la autopsia de la musicalidad de un poema.

Con todo, no estará de más recordar cuáles son los principios básicos en los que se asienta el comentario métrico de un poema en español.

¿Cuáles son las reglas básicas de la métrica en la poesía española? Así es la medida de versos, en general, rima y acentos.

Para medir versos, en primer lugar se han de computar las sílabas naturales de cada una de esas líneas que forman un poema. A partir de esa medida que es morfológica, pero también fonética (pues la ciencia de lo lírico está en el canto acompañado por una lira, tal y como se hacía en la Grecia arcaica). Se intentará encontrar una regularidad en la medida, tomando en cuenta que hay tres reglas que, una u otra, ha de cumplirse; las tres tienen que ver con la acentuación de la última palabra que forma el verso. Si esta es aguda, se suma una sílaba; cuando es llana, se mantiene el número natural de sílabas; y si es esdrújula, se resta una sílaba. cuando nos fijamos en el esquema que sirve para comprobar esto es algo artificial; sin embargo, desde un punto de vista del tempo musical de las sílabas, es importante, pues suponen alargar al doble la última en el caso de las agudas; o reducir a una sola las dos finales en el caso de las esdrújulas; todo porque el acento que predomina en las palabras españolas es el llano, de hecho, son las que llevan tilde en un menor número de casos (cuando acaban en consonante que no sea n ó s).

Desde luego, entre los recursos métricos se encuentran otras licencias que, desde su finalidad musical o rítmica, van a permitir el juego con la sílabas para llegar a un resultado regular. Entre estas se encuentra la sinalefa, que es la más frecuente (en la misma línea, la diéresis y la sinéresis); pero siempre recordando que no son normas, sino licencias.

Desde el número de sílabas de un verso, este puede ser clasificado como verso de arte menor (de dos a ocho sílabas) y de arte mayor (a partir de nueve). Cuando el arte mayor sobrepasa al endecasílabo pasa a ser un verso de arte mayor compuesto, en cuyo caso se organiza en dos hemistiquios que pueden ser regulares, es el caso del alejandrino (siete más siete sílabas), aunque no necesariamente. Sí que interesa recordar que al final de cada hemistiquio se respeta la regla de agudas y esdrújulas finales.

José María Pemán comienza su artículo “Creación y métrica de la <Salutación del optimista>, de Rubén Darío” (Boletín de la Real Academia Española, XXIV, 1945, pp. 289-334) con una definición de la poesía desde las palabras pronunciadas por Henri Bremond en 1925 en la Academia Francesa: “Todo poema debe su carácter propiamente poético a la presencia… a la acción transformante y unificante de una realidad misteriosa que llamamos poesía pura”. Henri Bremond (1865-1933) fue un erudito, historiador y filósofo católico, de formación jesuita de la Escuela Moderna Francesa de Teología; amigo de Maurice Barrès, abandonó la Compañía de Jesús en 1900, aunque luego mostró su arrepentimiento, para dedicarse exclusivamente a la literatura. Desde 1923 fue miembro de la Academia Francesa; entre su obras quiero mencionar una de 1926 titulada La poésie pure. Avec un débat sur la poésie por Robert de Souza. La afirmación que hace, así lo dice Pemán, no es nueva, está reflejada en autores como Paul Valéry (1871-1945), su obra El cementerio marino (Le cimetière marin) es de 1920, igual que también está presente en la poesía, entendida como creación desnuda, de Juan Ramón Jiménez. Tal esencia poética también puede estar en lo transcendente del verso que radica no sólo en la musicalidad, sino también en los contenidos cuyos símbolos mantienen todo su potencial, incluso en las traducciones; de ahí ese “fenómeno anímico anterior y superior a la mera construcción verbal”, realidad que es designada culturalmente con distintos nombres o conceptos: Musa, Diosa en Homero (poeta que nunca dejó de estar en el horizonte ideal de lo literario y que, pese a Robin Lane Fox, mejor leerlo traducido que no sumergirse en una existencia alternativa como puede ser la Odisea), locura como posesión divina (la poesía como relación con todo aquello que atañe a una realidad más allá de lo material, como explica Robert Graves en La diosa blanca) de Demócrito; un “no sé qué” de Feijóo; la “magia del verso” de Baudelaire; la transmisión de unos sentimientos que llegan al escalofrío de la emoción en Sibelius y Fauré. No se interpreten estas palabras como una negación de los valores materiales de la poesía, que también son importantes, pues la musicalidad de las sílabas y los acentos también tienen su contenido y pueden ser el eslabón sinestésico mediante el cual el símbolo alcanza su plena fluidez para estar vivo, tanto en el ritmo como en los colores. 

Quedaba, de nuevo en palabras de Pemán, que, a partir del alzamiento oficial y revolucionario (sirva la paradoja) de Bremond, que “la Poesía antes de ser algo en el papel es algo en el alma del poeta, y que lo que tiene de construcción verbal no es separable de lo que tiene de fenómeno psicológico, ni inteligible sin él”.  Sin embargo, Pemán llega a una conclusión que, aunque sea la que orienta este comentario fundamentalmente técnico, no me parece aceptable como definición absoluta, pues creo en lo que he escrito más arriba respecto al hecho poético como periplo hacia la transcendencia: “la auténtica Poesía iba a ser capturada a medio camino entre el énfasis de aquellas palabras y la artesanía de estos preceptos”. Y no la comparto porque no puede situarse en un mismo nivel, como si uniésemos cada oveja con su pareja, la intuición y la retórica. La retórica cuando no hay iluminación se transforma en el discurso nauseabundo del político, que se limita a repetir con ritmo de rap, igual de inmundo, consignas de arribista. Por fortuna, al poco de esta última cita, Pemán confiesa que la finalidad de su artículo es perseguir “al fenómeno creador desde su raíces espirituales hasta su realización métrica”. 

En palabras de Pemán: “este proceso de densificación de la poesía, de decantación de lo lírico hacia lo épico, que podría estudiarse en Virgilio, en Horacio, en tanto otros, aparte de obedecer a leyes muy comunes del desarrollo espiritual del hombre, fue, por aquellos días, camino muy general en los poetas y escritores de habla española. Es una de las vertientes o facetas de este fenómeno literario llamado <Generación del Noventa y ocho>. Entendida esta con toda amplitud y vaguedad que se quiera, es indudable que a partir del traumatismo de la pérdida de cuba y Filipinas, el retorno del pensamiento y la sensibilidad españoles hacia temas nacionales y objetivos es general, y yo creo que espontáneo y fisiológico como la acumulación defensiva de la sangre en el punto golpeado. Por la inquietud de Castilla dejó Machado sus coplas sevillanas, y Marquina, de la mano del Cid, como Rubén, sus cantos mediterráneos. No es raro que este último abandonara por parecidas inquietudes el Versalles de la marquesa Eulalia”.

La “Salutación del optimista”, desde la diferenciación tan irregular que se ha hecho de la literatura fin de siglo, corresponde, no a la estética modernista, sino a las preocupaciones noventayochistas, desde un punto de vista de manifiesto ante las negativas circunstancias que está viviendo el mundo hispánico en torno a esas fechas. Esta obra se aleja de la mirada nostálgica, crítica, deprimida por el desastre, ¿hasta qué punto tanto?, para declarar una actitud optimista, comprometida, renovada, regeneradora, arrogante contra el advenedizo que se arroga con la condición de juez y verdugo de una visión del mundo que se fundamenta en criterios de más feroz imperialismo económico (cuidado, no hace falta recordarlo, las cosas siguen muy parecidas, pero ahora sin la voz poética que conduzca a la altanería).

¿Por qué la “Salutación del optimista? Porque “aparte de un valor estético y su densidad de contenido, pocas poesías se han prestado a mayor discusión en su redacción métrica y formal, y pocas recibirán, creo yo, en ese aspecto, mayor luz al ser contempladas en el total proceso de su creación” (Pemán). Al final de este articulo podrá verse el análisis de los hexámetros que forman este poema desde la interpretación de María Delia Buisel, nada que ver con las normas métricas clásicas españolas que antes hemos enumerado; pero merece la pena el contraste detallado.

Pemán recuerda las circunstancias concretas en que fue escrito este poema de Rubén Darío; el mismo autor se refiere a ellas en “Historia de mis libros”, publicado en 1916: “El gran poeta tenía que intervenir, leyendo una poesía, en una velada que organizaba el Ateneo de Madrid. Pasaban los días, y a pesar de la insistencia de los amigos que le rodeaban, Darío no escribía su poesía. Tenía una idea vaga de lo que quería escribir, pero nada más. Al fin, inmediata ya la fecha de la lectura, la <Salutación> fue escrita en un par de horas, de las dos a las cuatro de la mañana y <en estado -dice Vargas Vila- de sonambulismo lúcido>”.

De tales circunstancias, definitorias de lo que debía de ser la vida de Rubén Darío, sean o no una mera leyenda más de las que conforman la vida de tantos escritores, “el dato es precioso para precaverse, desde ahora, contra ciertas interpretaciones demasiado analíticas sobre la redacción y métrica del poema así nacido”. 

“Salutación del optimista” pertenece al libro de Rubén Darío Cantos de vida y esperanza (1905) que contrasta con su poética de Prosas profanas y otros poemas (1896). Mientras, en este último, brilla el modernismo refinado de composiciones como “Era un aire suave…”, “Divagación”, “Sonatina”, la musicalidad según el modelo de Verlaine (“Responso” o “Canto de sangre”) o el tema hispánico desde sus raíces literarias (“Cosas del Cid”, “Al maestro Gonzalo de Berceo”); en Cantos de vida y esperanza encontramos algo diferente: una preocupación social, realista y épica, pero también el intimismo más profundo en “Lo fatal”. Leemos en las palabras liminares a Prosas profanas y otros poemas

“Yo he dicho, en la misa rosa de mi juventud, mis antífonas, mis secuencias, mis profanas prosas. Tiempo y menos fatigas de alma y corazón me han hecho falta, para, como buen monje artífice, hacer mis mayúsculas dignas de cada página del breviario. (A través de los fuegos divinos de las vidrieras historiadas, me rio del viento que sopla afuera, del mal que pasa). Tocad, campanas de oro, campanas de plata, tocad todos los días llamándome a la fiesta en que brillan los ojos de fuego, y las rosas de las bocas sangran delicias únicas. Mi órgano es un viejo clavicordio Pompadour, al son del cual danzaron sus gavotas alegres abuelos; y el perfume de tu pecho es mi perfume, eterno incensario de carne, Varona inmortal, flor de mi costilla. Hombre soy.” 

Y, en el Prefacio de Cantos de vida y esperanza:

“Al seguir la vida que Dios me ha concedido tener, he buscado expresarme lo más noble y altamente posible en mi comprensión; voy diciendo mi verso con una modestia tan orgullosa que solamente las espigas comprenden, y cultivo, entre otras flores, una rosa rosada, concreción de alba, capullo de provenir, entre el bullicio de la literatura. Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. mañana podremos ser yanquis ( y es lo más probable); de todas maneras mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter”.

Antes, en este mismo Prefacio, leemos estas palabras que atañen a una de las bases de este comentario:

“El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América, se propagó hasta España y tanto aquí como allá el triunfo está logrado. Aunque respecto a técnica tuviese demasiado que decir en el país donde la expresión poética está anquilosada a punto de que la momificación del ritmo ha llegado a ser un artículo de fe, no haré sino una corta advertencia. En todos los países cultos de Europa se ha usado el hexámetro absolutamente clásico sin que la mayoría letrada y sobre todo la minoría se asustasen de semejante manera de cantar. En Italia ha mucho tiempo, sin citar antiguos, que Carducci ha autorizado los hexámetros; en inglés, no me atrevería casi a indicar, por respeto a la cultura de mis lectores, que la Evangelina de Longfellow está en los mismo versos en que Horacio dijo sus mejores pensares. En cuanto al verso libre moderno… ¿no es verdaderamente singular que en esta tierra de Quevedos y de Góngoras, los únicos innovadores del instrumento lírico, los únicos libertadores del ritmo, hayan sido los poetas del Madrid cómico y los libretistas del género chico?”

¿Cuál era el proyecto de Rubén Darío al idear este poema? Llevado a cabo de un modo apresurado, según la leyenda, sin embargo es un proyecto madurado desde el interior, proceso desde el cual se llegan a generar tanto poemas. El autor busca, si es que esto se busca y no se manifiesta de una manera natural, un tono profético; para esto nada mejor que una libertad compositiva que va a acercarnos a los libros proféticos de la Biblia, traducidos en versículos, creadores de un ritmo que tiene más que ver con unos signos transformados en símbolo de lo absoluto; el ejemplo más claro, El Apocalipsis de san Juan. En el caso de Rubén Darío esa búsqueda concluirá en la utilización del hexámetro que, tal y como lo emplea, y desde un punto de vista de la métrica castellana más clásica, está más cerca del versículo e incluso del verso libre, que será la forma más adecuada tanto para la retórica libre del profeta como para la versificación desde finales del siglo XIX de este tipo de composiciones. Respecto a esto, Pemán escribe: “el escritor que tenga <una idea> y que ande vacilando sobre si la transmitirá en prosa o en verso, o sobre si, ya en verso, la escribirá en este o en aquel metro, no ha sido visitado por una auténtica intuición poética”. Y es que lo intuitivo, lo irracional es la base de la creación de una profecía o de una auténtica proclama. Entra aquí la posibilidad de consumo de distintas sustancias psicotrópicas y, no hay que olvidar, la dipsomanía de un autor que, además, se pone a escribir a altas horas de madrugada después de una “intensa vida social”.

El hexámetro

En la “Historia de mis libros”, Rubén Darío afirma: “Elegí el hexámetro por ser de tradición greco-latina y porque yo creo, después de haber estudiado el asunto, que en nuestro idioma, malgré la opinión de tantos catedráticos, hay sílabas largas y breves y que lo que ha faltado es un estudio más hondo y musical de nuestra prosodia”. Pemán recuerda a otros defensores del hexámetro en la poética española como Esteban Manuel de Villegas, Sinibaldo de Mas, Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Eusebio Caro. El mismo Rubén Darío había utilizado el hexámetro en “A Venus” en Azul…

Veamos un ejemplo de Esteban Manuel de Villegas (1589-1669) en sus Eróticas o amatorias, donde traduce odas de Horacio y Anacreonte, autores en los que también se inspira.

Lícidas y Coridón, Coridón el amante de Filis
pastor el uno de cabras, el otro de blancas ovejas,
ambos a dos tiernos, mozos ambos, árcades ambos.

El primer verso consta de diecisiete sílabas, con seis acentos en primera, cuarta, séptima, décima, decimotercera y decimosexta; por lo tanto, seis acentos que convierten el verso en hexámetro, formado por dáctilo-dáctilo-dáctilo-dáctilo-dáctilo-troqueo. El segundo verso consta de diecisiete sílabas; con seis acentos en segunda, cuarta, séptima, décima, decimotercera y decimosexta, por lo tanto, seis acentos que convierten el verso en hexámetro, formado por anfíbraco-dáctilo-dáctilo-dáctilo-dáctilo-troqueo. El tercer verso consta de quince sílabas, con acentos en primera, cuarta, séptima, novena, undécima y decimocuarta, por tanto un hexámetro formado por dáctilo-dáctilo-troqueo-troqueo-dáctilo-troqueo.

Rubén Darío está convencido de la existencia en español de silabas largas y breves; así que se hace necesario plantearse qué recursos tiene el castellano para imitar la versificación clásica grecolatina. Desde luego conocía lo metros latinos, pues era uno de los contenidos inexcusables en el sistema educativo de su época, más todavía en las escuelas de jesuitas, como aquella en la que estudio el futuro poeta. María Delia Buisel, en “Rubén Darío y la adaptación de la métrica clásica”, lo dice con toda claridad: “En un adolescente de oído tan receptivo se habrá fijado ese ritmo gracias a la escansión y lectura en voz alta de Virgilio, Horacio, Ovidio y otros grandes de la antigüedad, quizás leyó poco o no llegó a leer a Homero en su lengua, aunque alguna pizca de griego recogió según confesiones propias, pero nos vale la experiencia latina de la que estaba impregnado más de lo que suponemos”. Pensamiento que, de alguna manera, ya está reflejado en las palabras de Pemán: “La cantidad silábica, con relación exacta de uno a dos, entre la breve y la larga, es un artificio prosódico, residuo de la hermandad primitiva de música y poesía, para nosotros totalmente perdida. Fue en la poesía grecolatina, la dosis de música que se quedó adherida a la poesía al empezar ambas a separarse”. Afirmación concluida con estas de Andrés Bello (Opúsculos gramaticales I, 1890) citada por Pemán: “En castellano no hay de modo absoluto y musical sílabas largas y breves; hay, sí, sílabas más largas y más breves, pero en una gradación múltiple e inconmensurable, que las hace inútiles para elementos de un ritmo musical”. López Pinciano afirmaba en su Philosophia antigua poética (1596): “Consideraremos en los versos latinos el número de las sílabas que tienen y las partes adonde ponen los acentos, y haremos sus versos nuestros”. Al fin y al cabo, este es un proceso que ya comienza a manifestarse en latín hacia finales del imperio romano, circunstancia que habrá de marcar la diferenciación entre tónica y átona de las lenguas romances.

Con todo, nunca debemos olvidar la relación que se establece entre la lírica y la canción, más tomando en cuenta que, en algunos momentos de la historia literaria, el poema nace para ser cantando, así la irregularidad métrica deja de serlo para transformarse en musicalidad. Así se ve en el Renacimiento con obras teóricas como las de Francisco de Salinas, De musica (Salamanca, 1577) o Gonzalo Correas, Arte grande de la lengua castellana (1626). Estas indagaciones en torno a lo pentagramático de la poesía llegan a considerar la existencia de pies en la poesía castellana, con sílabas tónicas y átonas que corresponden a la pareja largas y breves. Esta organización en pies acentuales no cuantitativos, es la que pueden utilizar los poetas modernistas.

Abreviando la cuestión, en la métrica española, desde un punto de vista de cláusulas o pies podemos distinguir los siguientes (según resumen Pemán en el artículo que estamos utilizando como referencia para este comentario)

Tróqueo(Tónica-átona)(Cám-po)
Yambo(Átona-tónica)(Pas-tór)
Dáctilo(Tónica-átona-átona)(Lá-gri-ma)
Anfíbraco(Átona-tónica-átona)(O-lím-po)
Anapesto(Átona-átona-tónica)(Pe-des-tál)
Peánico(Átona-átona-tónica-átona)(Ca-ba-llé-ro)
Adónico(Átona-átona-átona-tónica-átona)(Mi-no-ri-tá-rio)

Aunque para Julio Cejador (La verdadera poesía castellana, 1921) todo ellos quedarían reducidos a troqueo y dáctilo, teniendo en cuenta la anacrusis de principio de verso.

Partiendo de que el esquema básico máximo de un hexámetro está formado por cinco pies dactílicos más el último troqueo, se suman un total de diecisiete sílabas. En este conjunto no es posible utilizar la prosodia del verso de arte mayor compuesto, es decir, el formado por dos hemistiquios que reducen a una medida simple el verso compuesto. Esta cantidad se acerca mucho a lo prosístico por su extensión, desde un punto de vista de la métrica más tradicional, anterior a la revolución plena del verso libre simbolista.

Emilio Huidobro (1879-1957), tanto en su obra Versificación (1924) como en los artículos póstumos publicado en el Boletín de la Real Academia Española, entre 1958 y 1960 acerca de “El ritmo latino en la poesía española”, acaba señalando tres características del hexámetro hispánico; desde ellas se abre todo un panorama métrico flexivo que supone una gran libertad en las posibilidades combinatorias silábicas. La primera de ellas es que el verso hexámetro en español tendrá entre trece y diecisiete sílabas. La segunda, es que presenta acentos obligatorios en la primera y la cuarta de las últimas cinco sílabas (Tónica-átona-átona-tónica-átona), con muchas posibilidades acentuales en las anteriores. La tercera, es una cesura o pausa mayor entre la quinta y la décima sílaba, de manera que (como es característico en los versos de arte mayor compuestos), el verso se divide en dos hemistiquios, el primero tendrá entre cinco y diez sílabas; el segundo entre seis y diez. Pemán llamó la atención, en concreto, sobre esto: “lo indudable es que la ley fundamental del hexámetro radica en la acentuación de ese quinario final como corrección y solución de una gran libertad previa. En general, la cláusula o las palabas finales del verso tiene una importancia fundamental para su constitución”; y esto es así porque “es una combinación vigorosa, natural y que responde espontáneamente al genio acentual de nuestra lengua”.

El hexámetro es un verso compuesto por seis pies, por eso también recibe el nombre de hexápodo. Su nombre técnico completo es hexámetro dactílico cataléctico. Es dactílico porque cada uno de sus pies es un dáctilo, teniendo en cuenta que el dáctilo contiene tres sílabas, la primera larga y las otras dos breves (-vv), aunque dos sílabas breves equivalen a una larga, de manera que el espondeo (–) también puede ser considerado desde un punto de vista de la duración como un dáctilo, pues dos sílabas breves (vv) son equivalentes a una larga (-). Es cataléctico porque el último pie del verso está formado por dos sílabas largas como es el espondeo (–), el cual, cuando esta métrica sea adaptada al español, se transformará en un troqueo (tónica-átona, -v), pues tal es la terminación del verso en español.

El origen del hexámetro hunde sus orígenes en los principios de la épica occidental en griego arcaico. con esta prosodia están escritas las obras de Homero (Ilíada y Odisea) y de Hesíodo. Fue la medida más utilizada en la cultura clásica. Se mantiene en la literatura en latín, tanto en la época de la Eneida de Virgilio o en la Farsalia de Lucano, como en la didáctica, De rerum natura de Lucrecio. Y se prolongará hasta la poesía bizantina del siglo VI.

La prosodia clásica, entendida como métrica centrada en lo fónico de los acentos y la cantidad distingue desde un punto de vista de la cantidad o duración del sonido vocálico de la sílaba entre sílabas largas y breves. Dos breves, en su tempo, ocupan lo mismo que una larga, por eso se puede producir la correspondiente equivalencia.

Básicamente, por ser las estructuras más repetidas, podemos distinguir entre pies espondeos (larga-larga, –), dáctilos (larga-corta-corta, -vv) y troqueos (larga-corta, -v).

Un hexámetro, partiendo de la definición antedicha presentará una medida de entre seis espondeos, doce sílabas, es el caso del hexámetro holoespondaico (–/–/–/–/–/–); a diecisiete sílabas, de cinco dáctilos y un espondeo final, este es el caso de un hexámetro holodáctilo (-vv/-vv/-vv/-vv/-vv/–). Sea cual sea la estructura, la duración no se altera. Por otra parte, cada hexámetro debe contener, al menos un dáctilo puro, de lo cual podemos deducir que el número mínimo de sílabas no será de doce, sino de trece. Más allá de estas estructuras básicas se pueden recordar otros como los versos ropálicos de Ausonio formados por palabras cuyas sílabas van aumentando a lo largo del verso

SPES, DEUS, AETERNAE,STATIONIS, CONCILIATOR

En el hexámetro áureo, el verbo ocupa la parte central y en las posiciones extremas, adjetivos y sustantivos.

Además de en pies, los hexámetros pueden estar divididos por dos o tres cesuras. La más frecuente es la penthemímera, después de la quinta sílaba

NOS PATRIAE FINES ET DULCIA LINQUIMUS ARUA

El hexámetro pasó a otras lenguas, en el caso de la española, la diferenciación entre sílabas largas y breves es sustituida por tónicas y átonas. 

En el caso de la “Salutación del optimista” de Rubén Darío, su primer verso presenta un hexámetro de cinco dáctilos más un último pie troqueo

Sigue el comentario

No pretendo realizar un comentario absoluto de la métrica en “Salutación del optimista”; ya lo hizo José María Pemán desde la finura del que busca un sentido a la musicalidad libre de Rubén Darío. Mi interés es, sin más, trazar un borrador de inquisiciones hacia su prosodia, como una muestra más de ese leer despacio e indagante que defendía Nietzsche; al fin y al cabo, Pemán lo expresa a la perfección en el colofón de su artículo: en pesquisas como esta “la fecundidad para la retórica verdadera y para el goce estético de este nuevo y total enfoque de la poesía que lo abarca y persigue, sin preterir etapa alguna en todo su itinerario creador, desde la intuición primera hasta la redacción final”.

Además, en el resumen que acompaña a su artículo “Rubén Darío y la adaptación de la métrica clásica” (2017), María Delia Buisel deja planteado a la perfección el asunto del hexámetro en la obra de Rubén Darío, en general, y en concreto para el poema al que dedicamos estas palabras: “No existiendo vocales largas y breves con diferencias cualitativas de timbre en castellano como en griego y latín sino vocales fuertes y débiles, a las que Rubén Darío equipara con largas y breves, el poeta logra un verso amétrico acentual de seis acentos internos que busca ajustar con los acentos propios de cada palabra; no se trata de un hexámetro o un pentámetro clásicos, pero su logro distendió las fronteras métricas del verso en nuestra lengua hasta límites impensados para una expresión genérica épico-lírica, apta para sus preocupaciones cívico-políticas”.

¿Cuál es la primera intuición que lleva a Rubén Darío a escribir este poema a altas horas de la madrugada después de un tiempo de fragua? Ante todo, escribir un poema de tono profético y épico de esperanza para la hispanidad. En cierta forma se inspira en las Bucólicas de Virgilio, en la Égloga IV, en el recuerdo de la sibila. La Sibila de Cumas anuncia el comienzo de una nueva Edad de Oro para la humanidad, un tiempo que será regido por Apolo, profecía que en algún momento, se ha interpretado como una anunciación de Cristo. Arturo Marasso en Rubén Darío y su creación poética (1934), señaló, así lo recuerda Pemán, que la prosodia escogida por el poeta para esta composición, tanto profética como épica, es muy adecuada para un deslumbramiento que se encuentra más en los signos que en la métrica.

Lo romano es un factor fundamental en el poema, ya desde la utilización del topónimo Hispania, por eso la utilización del hexámetro que busca enlazar con la tradición literaria de la clasicidad latina, alejada de otros elementos que caracterizaron la obra de Rubén Darío, como el exotismo y los brillos dieciochescos.

Comienza la “Salutación del optimista” con un perfecto hexámetro que, desde un primer momento, deja clara la voluntad, más vocación, clasicista virgiliana; este hexámetro manifiesta un vocativo cuyo referente es una serie de calificativos como son la fertilidad en el sentido de riqueza cultural, pero también de la potencia generatriz de la sangre fecunda hispana -escoger el nombre latino de Hispania también es sumamente significativo- unida por un espíritu fraterno que hunde sus raíces en la luz del alma. Ese saludo se completa con la interjección exclamativa de saludo “¡Salve!”, del latín ‘Ten salud’. Tanto este como el correspondiente “Ave”, también saludo, connotan a la vez que una cultura romana clásica, un ambiente de religiosidad cristiana que, a lo largo del poema cobrará su importancia.

Ese tiempo nuevo que se acerca estará marcado por nuevos himnos entonados en una lengua de gloria, una lengua celestial, sublime que es, desde un punto de vista político, el español; desde lo estético, el modernismo que en la segunda fase de la poética de Rubén Darío cobra nuevos visos. Ese vasto rumor de himnos gloriosos recitados en castellano se extenderá en ondas mágicas que manifestarán el renacimiento de una hermandad idiomática sumida en el desastre de finales de siglo y en el imperialismo yanqui que empobrece, todavía más, allá donde el águila planta su garras. Esa penuria es tanto el olvido como la muerte.

La regeneración, tan necesaria, se anuncia en el sueño de la sibila que, ya en tiempos de Virgilio, en sus Bucólicas, anunciase un tiempo nuevo, una Edad de Oro, por eso se trata de una profetisa beatífica, pues sus palabras pronuncian la bienaventuranza entendida como prosperidad tanto como felicidad humana; es el beatus ille horaciano que habrá de cumplirse en un futuro inmediato. Mientras que la caja de Pandora al ser abierta esparció la desgracia para el ser humano, ahora explotará con la luz divina y celestial de la Esperanza. No deja de ser interesante que en ese proceso misterioso, enigmático de la sibila se produzca una ambigüedad que iguala la mitología clásica romana a la cristiana porque desde un punto de vista de la connotación ciertos términos son ambivalentes. La presencia de lo mitológico griego vuelve a estar presente en la mención de ese Hércules calificado como “antiguo” que, por otra parte, también está relacionado con el pasado legendario de Iberia por sus correrías a lo largo de la península prerromana.

Tanta es la euforia de este optimista que proclama que pronto el amanecer se verá acompañado de la música triunfal de liras, instrumento que ya estaba en los inicios de la poesía y no sólo en la lírica, en la expresión de sus sentimientos, también en la épica arcaica de Homero.

El triunfo pasado que se hace necesario recordar en estos momentos de regeneración de lo hispánico cubre tanto tiempo como espacio y estos no son interpretados desde el característico espíritu del escapismo modernista sino como un recuerdo de una historia gloriosa extendida por el orbe que ha dejado abonados los huesos de sus héroes por dos continentes; América y Europa. Esta afirmación sitúa a Rubén Darío en el polo opuesto al crítico que negaba cualquier benevolencia al conquistador, destructor de ese ideal de locus amoenus que era América. Visión que se hace manifiesta en su poema “A Colón”, leído en 1892, con motivo del cuatricentenario del Descubrimiento de América, recogido en El canto errante de 1907.

La llamada a la esperanza exige una serie de imperativos que conducen a la negación de todo aquello que atenta contra ella en el futuro, sea la boca que predice desgracias eternas, los ojos que sólo contemplan funestos zodiacos; o en el presente, las manos que apedrean las ruinas ilustres, que son el recuerdo de la historia, que empuñan teas incendiarias o dagas suicidas; ¿por qué suicidas? ¿Quizá porque hacen brotar la sangre propia en el hermano? ¿Un recuerdo de la historia fratricida que han escrito Caín y Abel hispanos?

El tono profético, especialmente en la mitología judía, conlleva tanto la interdicción como el anuncio que consiste en leer los propios signos de los tiempos anunciadores de un apocalipsis para unos y de un resurgimiento para otros: las manifestaciones del ímpetu ctónico, la conmoción de las entrañas de la tierra que suenan a la inminencia de algo fatal; la caída de las águilas bicéfalas, imperialistas que en el caso de Rubén Darío bien podría ser las de “América para los Estados Unidos -perdón-, para los americanos”; porque las pieles de cordero caen y dejan al descubierto monstruos que no dudan en sacrificar en su propio nombre a los suyos mismos (siempre queda la duda razonable del auto sabotaje al volar el Maine). Pero no son cataclismos de oscuridad, sino de luz que alumbrará la faz del orbe y pondrá en movimiento la circulación de las savias dormidas del roble gigante bajo el cual los hijos de la loba se amamantaron, para ser el embrión de un imperio de cuya cultura es heredero lo hispánico.

La alocución del profeta va aumentando de tono y en su última pregunta no deja de haber un reto, no sólo hacia el enemigo exterior, sino también hacia el que desde dentro niega cualquier posible despertar, “¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?” Incluso en esa palabra “áptera”, un cultismo procedente del griego está presente esa voluntad clásica que en tantos momentos brota en el modernismo; puede tratarse de aquel ser ‘que carece de alas’ y la voz de esperanza de este profeta demuestra que no es así; o bien, ‘dicho de un edificio, especialmente de un templo clásico; que carece de columnas en sus fachadas laterales’, y las columnas sobre las que se asienta la cultura hispánica son firmes raíces que se hunden en el sustrato de lo romano antiguo, enriquecidas por una historia que puede ser criticable, pero nunca avergonzante.

La pasión por lo pretérito no está sólo en el tono profético del hebreo, ni en los mitos grecolatinos, ni en la luz de un cristianismo espiritualizado en luz que proviene del Oriente; también se encuentra en el exotismo arqueologista que llega con las menciones de Babilonia, Nínive, momias. Son los años de euforia en las excavaciones de Oriente próximo, aunque siempre se han encontrado tales ecos en la cultura judeocristiana de los salmos que recuerdan Babilonia como un tiempo de maldición. Esta mitología del pasado no está sólo en el levante; también allí hacia donde se esconde el sol cada anochecer; la noche de los tiempos donde duerme la Atlántida, el continente perdido que también fue visto como el germen del nacimiento de las culturas americanas; los atlantes que encontrarán su sucesor, como un Hércules pater, en el Caupolicán de ese emocionante soneto del mismo Rubén Darío.

La misión de este profeta no se queda en recordar un pasado que pudo ser glorioso o desastroso, ni en anunciar el futuro de destrucción o luz. Su misión está también en convocar en el presente a las fuerzas que han de actuar, “los vigores dispersos”, cuya unión ha de producir una energía ecuménica. Esta epifanía encuentra su potencia en esa sangre “fecunda de Hispania” en las nobles razas con dones que ya triunfaran en el pasado, ardiente espíritu; lenguas de fuego, porque la unidad de una comunidad deja de ser injusticia imperialista cuando sus individuos hablan una misma lengua que respeta las otras con las que convive.

La llamada a la esperanza supone, también, un ataque a los pesimistas que sólo ven el Desastre y no la posibilidad de una regeneración. Es una especie de convocatoria a la resiliencia avant la letre. Al centrarse en lo hispánico, Rubén Darío pierde la fuerza del hexámetro entendido en su pureza latina, si es que cabe hablar de tal, para acercase a un sentimiento de pura esperanza contemporánea. La intuición, en un momento de fragua, le lleva a la prosodia virgiliana, pero el trabajo consciente, desde la sentimentalidad, por supuesto, le conduce hasta su época; y así, el lenguaje lírico pasa a lo cotidiano de un reportaje de la actualidad o el mitin.

La libertad creativa le lleva al fluir de la conciencia y al recuperar temas característicos de su poesía brillante y modernista de su etapa anterior, esto es, al exotismo especialmente desde un mirada arqueologista. Recojamos al respecto este fragmento del texto de Pemán:

“Aquí tenemos su curiosidad por las viejas civilizaciones, de la que en <Divagación> dio una prueba frívola y leve. Una de las fuentes de sus evocaciones poéticas es en Darío la Biblia, que se sabe que solía leer en la versión de Cipriano de Valera, tan preferida de Menéndez y Pelayo, y en sus años últimos en el mismo texto latino de la Vulgata. Su poema <Visión>, incluido en el Canto errante, que se suele adjetivar de <dantesco>, puede también adjetivarse de <apocalíptico>. Sin embargo, esta Nínive y Babilonia que surgen impensadamente en su <Salutación> al lado de esa reina enterrada entre momias y piedras, tienen, a mi juicio, filiación más cercana. Darío vivía el final de una nueva hora de entusiasmo por la <poesía de ruinas>, que ya había tenido dos grandes momentos de favor: el prerromanticismo de Rousseau y el Renacimiento de Rodrigo Caro. Ahora las maravillosas excavaciones de Schliemann, su persuasión de haber hallado Troya y el sepulcro de los Átridas; la publicación de su apasionante libro Troy and its remains y su Mycenae había sacudido la imaginación de los artistas. D’Annunzio había escrito las deslumbradas páginas de La Citta Morta; Teófilo Gautier, antes, La novela de una momia. Había vuelto a un nuevo favor Piranesco -el <Piranesco babélico> de Darío, el soñador para Hugo de effrayantes Babels-y sus grabados de ruinas eran unos de los puntos de espiritual apoyo de los simbolistas y parnasianos, así como los viejos lienzos románticos de su imitador John Martin, autor, precisamente, de una Ruina de Babilonia y una Caída de Nínive. De estas fuentes actuales y sombrías vienen seguramente la Nínive y la Babilonia y la reina entre momias de Darío” (p. 327).

Cuando aparece mencionado Oriente en este poema, lo es desde una focalización nueva; tengamos en cuenta que para el escritor nicaragüense, Oriente, también, es el idioma español que llegó desde levante; y la luz del cristianismo, por supuesto. De nuevo, en palabras de Pemán: “Sabemos que el ruiseñor de Rubén volaba indeciso de la flor a <un clavo de Nuestro Señor>; sabemos que su alma, su psiquis vacilante, iba siempre como una mariposa en inciertos giros, entre la catedral y el templo pagano. Esta vez el ruiseñor y la mariposa, arrastrados por una ráfaga de entusiasmo español, han ido a parar al buen lado. Desde la catedral cristiana, desde el clavo de Nuestro Señor, es de donde ha visto Darío esa gran esperanza que anuncia a las <ínclitas razas ubérrimas>”.

La llamada del profeta a la salvación regeneracionista de la cultura hispánica desde el coraje irá abandonando la admonición y lo exótico para recogerse en un panorama bucólico como corresponde a lo virgiliano, en la defensa de una Edad de oro agrícola y pacífica, cosa que, desde luego, como se ha encargado de demostrar el tiempo, no iba a ser el siglo XX.

A continuación reproduzco el análisis métrico del poema realizado por María Delia Buisel en “Rubén Darío y la adaptación de la métrica clásica” (Revista de literaturas modernas, 47-1, 2017). En esta reproducción puede verse a la perfección la presencia de los hexámetros, que son analizados con profundidad en el artículo citado.

Ínclitas razas urrimas, //sangre de Hispania fecunda, 
Esritus fraternos //luminosas almas, ¡salve!. 
Porque llega el momento // en que habrán de cantar nuevos himnos 
Lenguas de gloria. // Un vasto rumor // llena los ámbitos; 
gicas ondas de vida // van renaciendo de pronto 
Retrocede el olvido, // retrocede engañada la muerte; 
Se anuncia un reino nuevo, // feliz sibila sueña, 
Y en la caja panrica, // de que tantas desgracias surgieron, 
Encontramos de bito, // talisnica, pura, rïente, 
Cual pudiera decirla // en sus versos Virgilio divino, 
La divina reïna // de luz, ¡la celeste Esperanza!. 
lidas indolencias, // desconfianzas fatales que a tumba 
O a perpetuo presidio, // condenásteis al noble entusiasmo, 
Ya veréis el salir// del sol en un triunfo de liras,
Mientras dos continentes, // abonados de huesos gloriosos,
Del Hércules antiguo // la gran sombra soberbia evocando,
Digan al orbe: // la alta virtud resucita 
Que a la hispana progenie // hizo dueña de siglos.
Abominad la boca // que predice desgracias eternas,
Abominad los ojos // que ven sólo zoacos funestos,
Abominad las manos // que apedrean ruinas ilustres,
O que la tea empuñan //o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus // en las entrañas del mundo,
La inminencia de algo fatal//hoy conmueve a la tierra; 
Fuertes colosos caen, // se desbandan bifalas águilas, 
Y algo se inicia como //vasto social cataclismo 
Sobre la faz del orbe. // ¿Quién dique las savias dormidas 
No despierten entonces // en el tronco del roble gigante
Bajo el cual se exprimió//la ubre de la loba romana? 
¿Quién seel pusinime // que al vigor español niegue músculos 
y que al alma española // juzgase áptera y ciega y tullida? 
No es Babilonia ni Nínive // enterrada en olvido y en polvo 
Ni entre momias y piedras //reina que habita el sepulcro, 
La nación generosa, // coronada de orgullo inmarchito, 
Que hacia el lado del alba // fija las miradas ansiosas, 
Ni la que tras los mares en // que yace sepulta la Atlántida, 
Tiene su coro de vástagos, // altos, robustos y fuertes. 
Únanse, brillen, secúndense, //tantos vigores dispersos; 
Formen todos un solo // haz de enera ecunica. 
Sangre de Hispania fecunda, //lidas, ínclitas razas, 
muestren los dones preritos // que fueron antaño su triunfo. 
Vuelva el antiguo entusiasmo, // vuelvael esritu ardiente 
Que regalenguas de fuego // en esa epifaa. 
Juntas las testas ancianas // ceñidas de ricos lauros 
Y las cabezas venes // que la alta Minerva decora, 
Alos manes heroicos // de los primitivos abuelos, 
De los egregios padres // que abrieron el surco prístino, 
Sientan los soplos agrarios // de primaverales retornos 
Y el rumor de espigas // que inició la labor triptomica. 
Un continente y otro // renovando las viejas prosapias, 
En esritu unidos, // en esritu y ansias y lengua, 
Ven llegar el momento // en que habrán de cantar nuevos himnos. 
La latina estirpe // vela gran alba futura: 
En un trueno de sica // gloriosa, millones de labios 
Saludarán la espléndida //luz que vendrá del Oriente, 
Oriente augusto en donde // todo lo cambia y renueva 
La eternidad de Dios, // laactividad infinita. 
Yasea esperanza // la visión permanente en nosotros. 
¡Ínclitas razas urrimas, //sangre de Hispania fecunda!

Para finalizar, voy a realizar una medida de algunos de estos versos desde las reglas generales prosódicas de la poesía española para que, de este modo, se puedan comparar los resultados.

Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda

Este verso está formado por dieciocho sílabas naturales. Como termina en palabra llana, esas sílabas permanecen. Desde ahí, en primer lugar, aplicamos la norma que corresponde a los versos de arte mayor compuestos; de manera que el verso se divide en dos hemistiquios. El primero de ellos termina en palabra esdrújula, de manera que las dos últimas sílabas se transforman en una sola. En segundo lugar; vemos que en la posición once se produce una sinalefa. El resultado es un verso de dieciséis sílabas dividido en dos hemistiquios de ocho.

Desde un punto de vista de los pies acentuales; este verso está formado por seis pies, un hexámetro con la siguiente estructura: dáctilo-dáctilo-troqueo/dáctilo-dáctilo-troqueo. Comparemos con el que desarrolla Buisel: Ínclitas razas urrimas, //sangre de Hispania fecunda.

En espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,

Este verso está constituido por diecinueve sílabas naturales y acaba en palabra llana. Se producen dos sinalefas en las posiciones cinco y trece. También podríamos considerar la fusión de doce y trece “tuyan” (las sílabas pasarían a ser dieciséis con posibilidad de organizar dos hemistiquios de ocho más ocho, aunque no es un resultado muy explicable por la aplicación de la norma de aguda a final de hemistiquio). Aunque, por el número de sílabas es un verso de arte mayor compuesto, es muy difícil decidir dónde se produce la cesura del primer hemistiquio. Podríamos considerar que está formado por dos hemistiquios, el primero de ellos de siete sílabas, el segundo de diez, pero resulta verdaderamente extraño, lo que, de alguna manera, nos indica que el autor se está rigiendo por unas características rítmicas diferentes a la normativa general. En realidad los acentos de este verso son cinco, que pueden convertirse en seis con la tonificación de la primera sílaba, una preposición, tal y como hace Buisel para organizar esta estructura de hexámetro:
En esritu unidos, // en esritu y ansias y lengua

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Ir a La Habana de Leonardo Padura

Ir a La Habana es un recordatorio de una ciudad que hemos ido conociendo a lo largo de todas las obras de Leonardo Padura, especialmente con el ciclo de novelas protagonizados por Mario Conde, policía, comprador de libros y escritor. De esta colección de textos publicados en 2024 he escogido un par de fragmentos con el interés que me lleva, desde La Mansión del Gaviero, de acercar la interpretación literaria a todos aquellos que sentimos lo poético como parte esencial de la condición humana.

Leonardo Padura. Il. D´Gioko.

Sumergidos en ese panorama de desoladores contrastes, mientras avanzamos por un sendero que siempre recuerda (y cada vez más) a la carretera postbélica de Cormac McCarthy y que conduce al mundo de las últimas cosas de Paul Auster, seguimos escuchando los discursos triunfalistas dichos en neolengua del Gran Hermano, arengas que pretenden borrar memorias incómodas y ocultar el rigor del presente tras una misma y cansada retórica, prometiendo incluso que el próximo año (así se anuncia cada diciembre) va a ser mejor. Pero la realidad más concreta y palpable es que el país se vacía mientras tanta gente escapa hacia cualquier destino más allá del Malecón y mi espacio urbano se torna cada vez más ajeno y agónico, más violento, más rico para algunos y más pobre para muchos.

Si el milagro cubano es que los cubanos viven de milagro, el misterio habanero es que la ciudad, a pesar de todos esos pesares, sobrevive y, orgullosa de su historia y su prosapia, de sus bellezas patentes, sigue siendo el sitito al que muchos quieren ir, en que otros muchos empecinados queremos estar, a pesar de todos los pesares, que son muchos. Y en mi caso -que también debe de ser el de otros- porque es el lugar donde soy y estoy.

La narrativa de Leonardo Padura se asienta en un mundo en el que la literatura tiene un carácter casi absoluto. Pensemos en la relación del policía Mario Conde, reconvertido en comprador y vendedor de libros y en escritor; o en La novela de mi vida en la que el poeta José María Heredia alcanza un protagonismo tan esencial para la configuración de lo cubano. En esto está la clave de tantas obras de Padura, la indagación en los laberintos históricos y en la realidad cultural de La Habana para alcanzar un pergeño de descripción de una condición de la que el autor se siente orgulloso “ser cubano”, tan evidente también en los ensayos recogidos con el título de El viaje más largo (1984) o Agua por todas partes (2019). Ese acercamiento a la realidad, desde la observación y las vivencias, desde luego, pero también desde la literatura, teje un panorama de intertextualidad evidentes en el primer fragmento escogido.

¿Qué cosa es eso de las intertextualidades? (Esto va para aquellos de mis alumnos que se acercan a La Mansión del Gaviero para conocer algunos aspectos de la literatura que en las clases quedan sólo en balbuceo).

Leemos en el Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria de Angelo Marchese y Joaquín Forradellas: “La intertextualidad es <el conjunto de las relaciones que se ponen de manifiesto en el interior de un texto determinado> (M. Arrivé, Problèmes de sémiotique), estas relaciones acercan un texto tanto a otros del mismo autor como a los modelos literarios explícitos o implícitos a los que se puede hacer referencia”. El origen de este concepto se encuentra en la estética de la novela de Mijail Bajtin.

Lo más interesante de este principio, que también es lo emocionante del hecho literario, es cómo amplía la experiencia del lector hasta unos límites cuyo horizonte se muestra tan lejano y, a la vez, tan sugerente que una vida no es suficiente para alcanzarlo, por fortuna, porque así no llegaremos al decaimiento espiritual que supone ese verso de Mallarmé “ya he leído todos los libros”.

Desde el origen de su escritura, Padura mantiene un diálogo constante con lo literario. En 1984 publica Con la espada y con la pluma, comentarios al Inca Garcilaso de la Vega, que fue su tesis; pasando por Un camino de medio siglo: Alejo Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso (2002), una de las obras que más me han enseñado a la hora de ver cómo desde la realidad se alcanza la maravilla que, al fin y al cabo, se encuentra latente en lo cotidiano. Hasta Yo quisiera ser Paul Auster. Ensayos selectos (2015); en el texto de presentación de esta leemos “A manera de prólogo: escribir en Cuba en el siglo XXI (Apuntes para un ensayo posible)”: “Fue en la Escuela de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, en un momento mutilada y condenada a ser solo Escuela de Letras y, de pronto, transfigurada en Facultad de Filología, donde me topé con el deseo de ser escritor, como si no pudiera dejar de hacerlo”.

Vayamos ahora al texto de un principio. Ahí se localizan las intertextualidades de Paul Auster (El país de las últimas cosas, 1987), Cormac McCarthy (La carretera, 2006), 1984 de George Orwell (1949). Todo ello un acercamiento desde la distopía al futuro de la humanidad, un mundo en el que lo esencial es la búsqueda de la muerte como máxima aspiración de la existencia; un periplo por una carretera que recorre un paisaje apocalíptico en que se cumple aquella aseveración, en un principio moral, de Hobbes de que el Hombres es un Lobo para el Hombre, ahora literal. Tengamos en cuenta que el capítulo al que pertenece este texto se titula “Apocalipsis now”, escrito para Ir a La Habana y acompañado de un fragmento que sucede en 1989 de Paisaje de otoño. (1998); así pues, otra intertextualidad, pues Apocalipsis Now es una película dirigida en 1979 por Francis Ford Coppola, basada en la novela El corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad; ni en un caso ni en otro de estos dos últimos nos encontramos con distopías, sino con crueles realidades de la guerra de Vietnam y del colonialismo belga, mejor de Leopoldo II de Bélgica, en el Congo.

Leonardo Padura se fija especialmente, por lo que se refiere a la novela de Orwell 1984 en dos elementos que, por desgracia, se han cumplido en el devenir de la historia contemporánea, en un mundo al que seguramente los historiadores dentro de cien años bautizarán con un nombre diferente, y no muy positivo, para esta era marcada por el desasosiego, la desilusión, la falta de compromiso, la hipocresía y especialmente por la existencia del Gran Hermano y de la Neolengua. En un escritor, compañero filólogo como Leonardo Padura, no podría ser de otro modo, pues para todos los que hemos recorrido el camino de la Filología, ese leer despacio que decía Nietzsche, las palabras nunca son inocentes cuando son dichas por aquel en cuyo interior germina la mala intención, o por el que pronuncia discursos triunfalistas o por el que se escuda en un mundo marcado por un anquilosado patriarcalismo para justificar su comportamiento de maltratador. El concepto de neolengua del gran hermano tiene un protagonismo especial en alguien que ha hecho de la palabra su oficio. Así revela cómo la palabra puede representar la verdad -eso es Ir a La Habana– y anunciar un futuro que desde una base literaria existencialista desvela la distopía; o, hecho retórica discursiva, dirigida por el homo políticus, se transforma en la mentira que ensucia la arenga del Gran Hermano. 

Hay algo también en este texto que resulta especialmente destacable para los lectores de Leonardo Padura, es la descripción de su paisaje, su territorio. Aquí ya no es la literatura quien dirige la orquesta de los signos sino el mundo habitado hasta en sus más pequeños detalles; su frontera es el Malecón de La Habana como frontera desde la que “tanta gente escapa hacia cualquier destino más allá”. 

El compromiso del autor con este mundo no puede decirse más claro: “Mi espacio”, la ciudad que progresivamente se acerca a la agonía. Aquí yo quisiera entender esta palabra desde su sentido etimológico como “lucha”, y no tanto como los estertores que anuncian la muerte; porque es la única posible agonía que dignifica, la que hace que sigan en el combate de la supervivencia aquellos que habitan la violencia de un sistema injusto en el que los pobres lo son cada vez más. Quizá me esté poniendo demagógico, pero me gustaría pensar que desde su espacio urbano, Leonardo Padura está enviando un mensaje de resistencia ante la injusticia; esta es otra de esas grandezas de lo literario; ahí está el milagro de vivir.

En apariencia, desde lo semántico, el texto se encuentra connotado desde conceptos negativos de una realidad “concreta y palpable”: “sumergidos, desoladores, carretera postbélica, últimas cosas, discursos triunfalistas, neolengua del Gran Hermano, arengas, memorias incómodas, ocultas, rigor del presente, cansada retórica, un país que se vacía, la gente que escapa, los muchos pesares, violento, vacío, ajeno, agónico”. En contraste, lo esperanzador: “El próximo año va a ser mejor, el Malecón, Mi espacio urbano, el milagro cubano, los cubanos, vivir de milagro, el misterio habanero, sobrevivir, orgulloso de su historia, prosapia y patentes bellezas”.

En el texto nos encontramos con una progresión que comienza en la amargura de la distopía, para llegar a la descripción de la realidad contemporánea e impulsarse a la esperanza (aquí se encuentra buena parte de la literatura de Leonardo Padura), a la melancolía agridulce del recordador y a la ética del resistente que defiende la dignidad de la vida, compromiso que se encuentra en Mario Conde, el cual se hizo policía para que los hijos de puta pagasen por sus actos.

Así, el texto no puede acabar más que en esas dos afirmaciones que son dos verbos que al unirse manifiestan la ontología del “soy y estoy”, que transcienden la mera defensa que el autor hace de La Habana desde la creación de un hermoso paisaje literario.

Este fragmento corresponde al principio del capítulo “Yarini, el rey. Vida, pasión y muerte del más célebre proxeneta cubano”, es un texto publicado en 1988.

Se veía caminar por una línea de ferrocarril que atravesaba un túnel angosto y húmedo, cuyo final le parecía estar siempre al alcance de la mano. Pero, mientras avanzaba, su desesperación crecía y la ansiada salida se le hacía cada vez más remota. Sudaba y sentía en su nariz el aroma de los musgos violáceos que colgaban de las paredes del túnel. Y por fin apareció un tren desbocado y negro que le apuntaba con la potente luz de su reflector; se lanzó entonces en la carrera más urgente de su existencia, mientras el tren se aproximaba hasta quemarle las espaldas. De pronto la vio: la rana parecía dormir sobre una de las traviesas de la línea y él trató de no pisarla. Su pie, sin embargo, fue a posarse justamente sobre el lomo viscoso del animal y cayó bajo las fauces del tren que…

Se despertó. Volvió a cerrar los ojos esperando a que su respiración se normalizara. En sus veintitrés años de vida había soñado en contadas ocasiones y se alegraba de tener pocos tratos con ese mundo intangible de la inconsciencia; desde que tenía uso de razón, sus sueños habían gozado de un realismo desorbitado y, generalmente, tétrico. Pero la pesadilla angustiosa de aquella mañana había sobrepasado todos los límites, y trató de explicarse el significado de aquella premonición de muerte.

El elemento más importante a la hora de comentar este texto es la presencia de un campo léxico que va a resultar muy sugerente desde la interpretación simbólica característica a la hora de buscar un significado en los productos del mundo de los sueños.

El narrador, de carácter omnisciente, está focalizando la historia desde el pensamiento del protagonista, desde el mundo onírico de este, así pues podríamos decir que es falsamente omnisciente, más bien se trata de un narrador autobiográfico que se escuda en la tercera persona verbal.

La literatura onírica se nutre de imágenes; las palabras en sí mismas, aunque sean los constituyentes de esas, no son las que alcanzan un significado pleno a la hora de analizar su valor connotativo. Lo onírico es una presencia que nos lleva hacia el mundo de lo real maravilloso que el propio Leonardo Padura analizó en Un camino de medio siglo: Alejo Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso. Esta estética está relacionada con la interpretación del mundo desde la manifestación de un inconsciente muy profundo que puede llegar a transformar lo cotidiano en un mensaje de lo transcendente. Recordemos esas premoniciones que, en forma de pinchazos en el pecho, marcaban la ruta que el investigador Mario Conde debía seguir cuando buscaba aclarar un homicidio y parecía encontrarse en un callejón sin salida. A ello hay que unir también las referencias al mundo de las creencias afrocubanas, sobre todo, desde las que se origina una ambigüedad que en la palabra narrativa queda como un matiz, como un eco que sitúa al lector en la frontera entre lo real y el misterio.

En un primer momento en el texto nos encontramos con una carencia de información que supone la posibilidad de una mayor implicación por parte del lector; no sabemos quién es ese personaje perseguido por un tren e identificado por una tercera persona, él; y desde tal generalización, el desasosiego puede llegar a quien lee como si fuese un sueño propio, pues el mundo onírico somos, a la vez, voyeurs y protagonistas.

¿Cuáles son las imágenes que narran el sueño ficticio de Yarini? Quiero ahora recordar que lo onírico es una de las fuentes indiscutibles de la poesía:

Caminando por una línea de ferrocarril,
cuando atravesaba un túnel angosto y húmedo.
El final parecía al alcance de la mano,
pero, al avanzar, crecía la desesperación;
la ansiada salida era cada vez más remota. 
Sudaba. En su nariz sentía el aroma
de los musgos violáceos que colgaban
de las paredes oscuras.
Aparece un tren desbocado, negro,
que le apunta con la luz potente de un reflector.
Comenzó la carrera mas urgente de su existencia,
el tren se aproximaba hasta quemarle las espaldas.
De pronto,
una rana que parecía dormir sobre una traviesa.
Trató de no pisarla.
Pero su pie se posó sobre el viscoso lomo del animal
y cayó bajo las fauces del tren que…

Vamos a fijarnos en ciertos elementos, como si estuviésemos ante un fragmento lírico que actuase por la sugerencia de las imágenes convertidas en símbolo.

Llama la atención, en un primer momento, el contraste entre la oscuridad y la luz. Tradicionalmente, esta es un símbolo positivo que, sin embargo, se ve transformado aquí en un condensador de angustia. Al inicio, la línea del ferrocarril no supone congoja hasta que se materializa el tren. Como todo camino trazado en la horizontalidad, señala una ruta, que en este caso es la vida; pero, como en ese momento los carriles cruzan un túnel angosto y húmedo, lo ominoso comienza a contaminar una realidad que, en principio era neutra. Este es uno de los recursos del realismo mágico, mediante el cual algo que es cotidiano se acaba transformando en amenazante. Para aumentar el malestar de lo que está sucediendo, surge un final que parece estar al alcance de la mano, que es como un apoyo en la necesidad de recorrer el territorio de lo terrible. Pero se manifiesta la desesperación típica del sueño en el que el andar no implica avanzar, sino la ansiedad de una salida más y más remota que va acompañada del sudor y del aroma en la nariz de musgos violáceos.

No siempre los sueños aparecen dotados de la sensorialidad del color, así que cuando este aparece, unido, además, a lo olfativo es porque adquiere una importancia simbólica; más allá de la sinestesia que funde aroma y color.

Lo violáceo supone la fusión del azul de la ensoñación con el rojo que puede ser la violencia de la sangre vertida. Así que, violeta como sentido de lo misterioso, de la pasión y de la muerte, de la melancolía; el color del cordón que une cuerpo y alma, hasta que es cortado en el momento de la muerte.

El motivo de la ansiedad es un tren desbocado y negro, negro sobre negro, la suma oscuridad de la muerte que se produce en un sueño con los párpados cerrados, aunque disponga de un potente reflector que, curiosamente, se sitúa a la espalda del soñante como antónimo de la luz que ilumina el horizonte más allá de la oscuridad que se ha de cruzar en el momento definitivo. Además se trata de un monstruo, por las fauces que transforman al tren en un ser devorador de la vida.

¿Por qué una rana? Un ser anfibio, viscoso que en la mitología japonesa es protectora del viajero; y en Egipto, como diosa Heket o Hiqut, es la representación de la eternidad y la inmortalidad. Pero más allá de lo que todos estos símbolos insinúan, la pesadilla se queda en el angustioso despertar de unos puntos suspensivos.

En 1919, Sigmund Freud definió lo ominoso, Unheimlich, como algo que está destinado a permanecer oculto, pero que sale a la luz originando una idea terrorífica, por lo angustioso y lo extraño perturbador porque está relacionado con esa pulsión esencial que es la muerte. Sentimientos que se encuentran presentes en algunos textos como Los elixires del diablo o “El hombre de arena” de E.T.A. Hoffmann, y que, desde un punto de vista del soñador que padece esta pesadilla van a ser definidos desde conceptos como el mundo intangible de la inconsciencia, el realismo desorbitado y tétrico de los sueños, la pesadilla angustiosa que sobrepasa los límites y la premonición de muerte.

Desde un punto de vista narrativo, los sueños son un recurso importante de prolepsis, es decir, de percepción por adelantado de unas experiencias que están por llegar para el personaje, en este caso también narrador desde una falsa tercera persona, tan omnisciente que corresponde con su pensamiento.

Con este principio, el artículo “Yarini, el rey. Vida, pasión y muerte del más célebre proxeneta cubano” se aproxima a lo narrativo; de hecho, la vida de Alberto Yarini va a cruzarse con las andanzas de Mario Conde en Personas decentes (2022) y es que, como ya se ha dicho, vida, paisaje y literatura van unido en la obra de Leonardo Padura.

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Después del paraíso de Luis Alberto de Cuenca

Después del paraíso es una obra publicada en 2021 (Visor, Palabra de Honor, Madrid); contiene poemas escritos entre 2018 y 2021. En la “Nota del autor”, preliminar, Luis Alberto de Cuenca señala acerca del título, y las palabras valen para el texto que vamos a comentar en primer lugar:

Luis Alberto de Cuenca. Il. D´Gioko

“Después del paraíso, cuando la serpiente se salió con la suya haciendo que nuestra madre primigenia -Lucy la llaman los paleoantropólogos- comiera del fruto prohibido, las cosas no les han ido bien a los seres humanos. Demasiadas preocupaciones, demasiadas angustias, demasiadas desilusiones para tan pocos años de vida. La poesía es una de las consecuencias de nuestro destierro de aquel edén de delicias interminables del que, por desgracia, fuimos expulsados sin revisión posible de causa ni posibilidad de regreso. De ahí que, como todo lo que acompaña a nuestra especie desde que Yahvé o los Olímpicos (elija cada uno lo que mejor le cuadre) decidió o decidieron dejarnos de su mano y condenarnos a enfermedad y muerte, la escritura poética nos esté recordando que hubo un tiempo con mayúscula en que fuimos felices, aunque fuese tan solo por un rato”. 

Luis Alberto de Cuenca nació en Madrid en 1950, cronológicamente pertenece a la generación denominada de los Novísimos. El año 1971 aparecieron versos suyos en la antología Espejo de amor y de muerte (que emparenta con el poema que comentaremos más adelante) y, ese mismo año, publicó su primera obra Los retratos, la cual no ha acompañado a las diversas ediciones de su poesía completa Los mundos y los días. A partir de esta fecha, los versos de Luis Alberto de Cuenca van recorriendo el tiempo de la literatura española, con una serie de características que se extienden desde la búsqueda de la belleza -¿qué poesía no lo es en algún momento, como ejemplo de una de las actitudes que dignifican la naturaleza humana?- hasta la pasión por lo cultural que llevará a sus textos a enraizarse con la más profunda tradición clásica, pero no para apartarla del lector sino para abrir galerías que se recorren desde el gozo de la musicalidad y del acercamiento a lo mítico, que también es una manera de aproximarnos a nosotros mismos, alejándonos de un mundo esquizofrénico, cruel y materialista en el que ni los placeres oníricos pueden quedar a salvo del ojo del gran hermano, que no sólo es el voyeur en su máxima potencia, sino también el censor en el grado de sumo sacerdote de una sociedad hipócrita, sin cultura y también desculturizada.

“Tres mujeres”

El paraíso, la poesía y, en “Tres mujeres”, el sueño como territorios de felicidad, no exentos del buitre unamuniano, o del animal interior que nunca deja ser feliz, como cantaba el llorado Franco Battiato, o del censor moralista estoico que no admite los placeres y recuerda que la carne es ruina, sin embargo, tal y como predicó Quevedo, hasta las cenizas tendrán sentido, pues serán polvo resultado del incendio provocado por el dios de la pasión.

Tres mujeres

He soñado que andaba pastoreando
mis rebaños al pie del monte Ida
cuando las vi. Eran tres, a cuál más guapa,
y me pedían que dictaminase
quién era la más bella. Yo no pude
articular palabra, confundido
como estaba ante un sueño tan helénico,
tan sicalíptico y tan mitológico,
y ellas reían, viéndome tan tímido,
y se pavoneaban, encantadas
de haberse conocido. Rompí entonces
mi silencio y les dije: “No sabría
decidir quién me gusta más de todas.
Me quedo con las tres”. En ese punto
del sueño me encontraba cuando supe,
no sé cómo, que aquellos monumentos
no eran más que envoltorios fantasmales
y que debajo de sus aparentes
hermosuras no había más que humo,
polvo, ceniza, sombra. Y desperté.


Esquema métrico.

Esquema Métrico. Antonio Joaquín González.

En las casillas sombreadas podemos situar las sílabas pronunciadas enfáticamente en el desarrollo rítmico del poema, que así, gráficamente, se hace más evidente.

Estos versos son endecasílabos, metro que se comienza a mostrar en la literatura castellana en la Edad Media; con ejemplos en los dísticos que concluyen los exempla de El conde Lucanor; ya antes los había utilizado Alfonso X el Sabio en sus Cantigas a la Virgen en galaico-portugués; también la Cantiga en loor de la Virgen escrita por Juan Ruiz. O, ya en el siglo XV, en las obras de Francisco Imperial y el Marqués de Santillana, que intentó adaptar las modalidades del endecasílabo italiano a la poesía castellana. Pero será en el Renacimiento, con el compromiso de Juan Boscán y de Garcilaso de la Vega, cuando esta medida de once sílabas pase a ser una de las más importantes de la literatura española, mantenida a lo largo de los siglos y evidente en el poema que estamos comentando.

“Tres mujeres” está compuesto por veinte versos endecasílabos. El recurso métrico más utilizado, como puede comprobarse en el esquema de más arriba es la sinalefa (versos 1,3,7,8,9,11,12,15,16,17,19,20). En el verso 2 podría haberse dado la sinalefa Monte-Ida, pero hubiese trastocado la medida del endecasílabo (una muestra más de cómo la sinalefa no siempre es necesaria, ni obligatoria). Encontramos tres versos esdrújulos consecutivos (7,8,9) y uno agudo (20), el último, que permite un cierre en consonancia con el argumento del poema como expresión de un sueño que acaba en lo abrupto del despertar. Todos los endecasílabos aparecen con sílabas enfáticas en sexta y décima (la penúltima de la versificación española siempre ha de ser tónica). Las posiciones silábicas con más acentos son: octava (con 12) cuarta (con 9), primera (con 8) y tercera (con 7). Desde un punto de vista de la modalidad del endecasílabo, el más representado es el sáfico, con nueve versos (3,4,5,6,8,9,10,19,20) con el tiempo marcado en cuarta, sexta y octava; el melódico, con siete versos (1,2,7,12,13,17,19), marcado en la sílaba tercera y sexta; el heroico, con tres versos (14,15,16), en segunda y sexta; y el enfático, con uno solo, el 11. 

Comienza este sueño hecho poema, lo onírico es una de las fuentes de la que brota la poesía, en un ambiente más pastoril que eglógico, pues no es tanto el paisaje como lo narrativo lo que aquí importa. El autor, pues es su sueño, aunque uno no sea dueño de lo que sueña, que como pastor conduce su rebaño por las faldas del monte Ida. Realidad que va a verse transformada en maravilla por la presencia de las tres mujeres. ¿Sabría Paris, en su mito, que se encontraba ante tres diosas?

El caso es que el soñador de mitologías se encuentra en ese territorio por el que anduvo también Alejandro-Paris, cumpliendo con sus labores bucólicas; allí aparecen las tres mujeres que le van a poner en el compromiso de dictaminar, como en concurso de belleza; decisión más que complicada, tal y como deja clara esa primera exclamación “a cuál más guapa” y continuada en la confusión, en la imposibilidad de articular palabra, resultado que podría acabar en pesadillesco si no fuese por lo helénico, sicalíptico y mitológico.

¿Cuándo la mitología ha sido sicalíptica sino en la contemplación de la mente estrecha de una fanático negador de la maravilla de la carne? No es este el caso de Luis Alberto de Cuenca. Lo erótico de este sueño, de un tímido exacerbado, ante tres bellezas que se pavonean ante él, no encarnizadas ante el deseo de conseguir la manzana trofeo para la más bella, sino encantadas de haberse conocido.

Hasta ahora, el contemplador se ha mantenido en su tímido silencio para expresar, como corresponde a su condición, que no sabe decidir, no quién es la más hermosa, sino cuál es la que más le gusta. ¿En qué momento se ha transformado este juicio de Paris en un flirteo por parte de las tres mujeres? La modernización onírica del mito lleva a la osada afirmación del soñador: “Me quedo con las tres”, y el erotismo se transforma en un sueño pornográfico, si se hubiese mantenido.

Sin embargo, las fantasmales imágenes del deseo, algunas veces cumplidas en los sueños, van a borrarse por efecto no tanto del despertar, como por el férreo control de una mirada estoica de la existencia, que conduce a que aquellas monumentales mujeres sean vistas como meros envoltorios fantasmales, apariencia de hermosura bajo las cuales sólo hay “humo, polvo, ceniza y sombra” (tópico que desde la poesía griega llegará a Góngora). También aparece en otro poema de Después del paraíso, “Tu triste imagen” en el cual, la aparición en sueños del padre fallecido acaba en este alejandrino: “como si fuese viento, sombra, ceniza, nada”.

El censor moral impide el cumplimiento del deseo, a manera del director de un ejercicio espiritual ignaciano que lleva a un despertar que no es iluminación, sino mera vuelta a la realidad. Este juego entre la realidad y el deseo que consigue manifestarse en el paisaje y el tiempo de la fantasía, cuando parece que va a triunfar el segundo, aunque diversas circunstancias conducen a su fracaso, es un recurso utilizado con cierta frecuencia en la poesía de Luis Alberto de Cuenca; porque la realidad, sólo en apariencia triunfa; al fin y al cabo, el disfrute de tal panorama mitológico ha sido, por más que quede en un sueño, en cenizas, en sombras, pero nunca en nada, pues ahí queda el poema.

La historia de Paris y el juicio de las tres Diosas
(Desde Los mitos griegos de Robert Graves)

Paris, hijo del rey de Troya Príamo y de su esposa Hécate o Hécuba, nació entre los ecos de una profecía pronunciada por Ésaco (también hijo del soberano troyano): “La troyana de la casa real que hoy dé a luz un niño debe ser destruida, y también su hijo”. Príamo no pudo llevar a cabo tal sacrifico y se dejó convencer para que entregase al recién nacido a Agelao, el jefe de sus pastores, el cual abandonó al bebé en el monte Ida, donde fue amamantado por una osa. Cinco días después, Agelao pasó por aquel paraje de nuevo y, al ver tal portento, decidió llevarse al niño metido en su zurrón (de aquí el nombre de Paris, pues su nombre real era Alejandro), a su casa, para que se criase junto a su propio hijo. Para justificar ante Príamo que la orden de asesinato había sido cumplida, Agelao le llevó la lengua de un perro.

Pronto se hizo evidente que Paris pertenecía a noble alcurnia, por su belleza, su inteligencia y su fuerza. Siendo niño derrotó a una banda de ladrones de ganado (parece mentira que sus hazañas, tal y como se retratan en la Ilíada fuesen más bien las de un cobarde). Estos rasgos le llevan a ser escogido por Enone, una ninfa hija del río Eneo, como amante. Ambos compartían las horas en las que el pastor cuidaba los rebaños que no eran suyos, pues era poco más que un sirviente. Uno de los entretenimientos pastoriles de estos amantes era hacer que luchasen entre sí los toros; al vencedor lo coronaban con flores y al perdedor con paja. El toro victorioso fue presentado para combatir contra los de otras manadas. Como premio se pondría una corona de oro en la testuz del vencedor. Ares se metamorfoseó en toro, venció y Paris, sin dudar, le entregó la corona de la victoria. Todo esto fue contemplado por los dioses desde el Olimpo y esta fue la razón por la que Zeus decidió elegirlo como árbitro en la justa entre las tres diosas.

Paris pastoreaba el ganado en el Gárgaro, la cumbre más elevada del Ida, cuando Hermes le entregó una manzana de oro con la cual habría de premiarse la mayor belleza de una de las tres diosas que le acompañaban, Hera, Atenea y Afrodita.

Paris, haciéndose el pastor ignorante, intentó rehuir el compromiso de proclamar algo para lo que decía no estar capacitado, aunque en sus brazos ya había disfrutado del cuerpo de una ninfa, “¿cómo puede un simple pastor como yo hacerse árbitro de la belleza divina?” Pero es una orden del propio Zeus, así que la excusa no es aceptada por Hermes, el mensajero de los Dioses y el símbolo del saber oculto, no consiente en la posibilidad que ofrece el muchacho, repartir la manzana entre las tres beldades. Ante todo, Paris quiso asegurarse de que las dos diosas que no alcanzasen el galardón no se vengarían de él. Así lo acataron ellas; no tomarían represalias. 

Con aparente inseguridad, Paris le preguntó a Hermes: “¿Bastará juzgarlas tal como están o deberán desnudarse?” Pero las reglas deben ser puestas por el juez elegido, así que las diosas tendrán que desvestirse. La divinas comenzaron a despojarse de sus ropajes. Afrodita no tardó en estar lista, para algo es la divinidad del amor pasional. Atenea exigió que se quitase el ceñidor maravilloso que hacía que todos se enamorasen de quien lo llevaba puesto. Afrodita, con cierto enfado consiente, no sin antes decirle a Atenea que se quitase su yelmo, pues “estás espantosa sin él”.

Paris quiso estar a solas con cada una de las diosas desnudas; el tímido pastor se fue liberando de su aparente embarazo ante las beldades. Primero Hera, y basándose en Ovidio, Luciano e Higinio, Robert Graves pone en boca de ella estas palabras: “Examíname concienzudamente, -dijo Hera mientras se daba vuelta lentamente y exhibía su figura magnífica-y recuerda que si me declaras la más bella te haré señor de toda el Asia y el hombre más rico del mundo.

Pero Paris se presenta como insobornable. Después, Atenea le ofrece la posibilidad de triunfar en todas las batallas y el ser el hombre más bello y sabio entre todos. Tampoco esta promesa es aceptada.

Llega el turno a Afrodita. “Se acercó a él despacio y Paris se ruborizó porque se puso tan cerca que casi se tocaban”.

“-Examíname cuidadosamente, por favor, sin pasar nada por alto. Por cierto, en cuanto te vi me dije: <A fe mía, éste es el joven más hermoso de Frigia ¿Por qué pierde el tiempo en este desierto cuidando un ganado estúpido?> y ¿por qué lo haces, Paris? ¿Por qué no vas a una ciudad y vives una vida civilizada? ¿Qué puedes perder casándote con alguien como Helena de Esparta, que es tan bella como yo y no menos apasionada? Estoy convencida de que, cuando os hayáis conocido, ella abandonará su hogar, su familia y todo para ser tu amante. Habrás oído hablar de Elena, ¿no?”

Y con las palabras de Afrodita y el brillo de su cuerpo tan cercano, Paris se fue animando en su deseo, pero esto ya es otra historia y nada nos añade a la interpretación del poema de Luis Alberto de Cuenca.

Luis Alberto de Cuenca ya se había aproximado al tema del Juicio por la belleza de las tres diosas en su obra El hacha y la rosa (1987-1993). Si tuviese que elegir mi libro favorito de este poeta, seguramente diría este, porque con sus versos llegó a mi experiencia lectora por primera vez este autor, cuando el mundo todavía guardaba algo de su luz inmaculada de lo extraordinario; por fortuna esta luz todavía no se ha apagado, pero ya no cubre con su patina toda la vida, tampoco entonces. “El juicio de Paris” es el poema prólogo del mencionado libro, ahora recogido en Los mundo y los días.

El juicio de Paris

A la dudosa luz del alba
las tres diosas se contonean
recién lavadas y peinadas,
cada una con un espejo
que dice: <Tú eres más hermosa>.


Fina escarcha y polvo de estrellas
salpica los divinos cuerpos
hechos de sueño y de rocío
y de polen de madreselva
y de feérica telaraña.


Se desperezan los gorriones.
Un viento sur muy destemplado
riza las ramas de los árboles.
Llega Paris a la glorieta
silbando alegre tonadilla.

“Tempestad”

Tempestad

“Sobre el inmenso abismo nadan, raros, los náufragos”
No suena mal. Es un alejandrino
que vierte al castellano cierto hexámetro
latino de Virgilio, de su
Eneida.
Pero el latín es insustituible.
Dice así (y no lo puedo convertir
en un endecasílabo, lo siento).
Apparent rari nantes in gurgite uasto.
Un hexámetro que tiene un solo dáctilo,
el del pie quinto, y que en seis palabras
resume de manera inmejorable
la esencia de una horrible tempestad,
el sonido y la furia de los vientos
al levantar la falda de la olas.

En este poema, “Tempestad”, que pertenece también a Después del paraíso, confluyen dos rasgos característicos en la obra de Luis Alberto de Cuenca: la metaliteratura y la Antigüedad clásica. Este segundo, por el protagonismo tan esencial que adquiere una de la obras y uno de los autores fundamentales en la literatura clásica latina, la Eneida de Virgilio.

En El Mundo (7 de noviembre de 2018), Luis Alberto de Cuenca escribió:

“Debo reconocer que en cuestión de mitomanías, y en casi todo lo demás, soy bastante antiguo. hablar de antigüedad en el caso del mito carece de sentido, pues el mito es presente eterno, palabra de Dios que no tiene caducidad, relato ejemplar para siempre. Dentro de la literatura, he ido con preferencia a cobrar mitos en los cazaderos de la épica. Soy un fan irredento de la epopeya mesopotámica del Gilgamesh, de la Odisea, y la Ilíada homéricas, del Beowulf anglosajón, de La canción de Rolando francesa y del Cantar de los Nibelungos alemán. […] También tengo habitaciones de lujo en el hotel de mis obsesiones, y estoy pensando en la Eneida de Virgilio, en el Libro de los Reyes del persa Firdusi, en la Divina comedia de Dante, en el Orlando furioso de Ariosto”.

Después de la épica homérica, el siguiente modelo de este género lo encontramos en la obra de Apolonio de Rodas, Las Argonáuticas (siglo III a.C.), con un estilo culto que se aleja de lo que puede interpretarse como más tradicional de Homero. Virgilio va a seguir estos valores más cultos de Apolonio de Rodas.

La Eneida fue definida por Luis Alberto de Cuenca como “museo de prodigios textuales, un vivero inagotable de loci memorabiles, un palacio encantado de palabras maravillosas” (Nueva Revista, 29 de Septiembre de 2013). En estas palabras está la excusa que permite el acercamiento desde la riqueza del mensaje, de la palabra, del código, a los hexámetros de Virgilio, pues, aunque desde lo épico, el autor también defiende este texto, lo que ahora prima en sus versos es el efecto rítmico y no tanto el argumento mítico.

Los seis primeros libros de la Eneida relatan las aventuras de Eneas, desde que abandonó la destruida Troya hasta alcanzar la Península Itálica. En el Libro I de la obra se narra la llegada de Eneas y los suyos a Cartago, con el naufragio provocado por Juno, después del cual los supervivientes son recibidos con hospitalidad por la reina Dido. Recordemos que Juno, la esposa de Júpiter (Hera y Zeus en la mitología griega) es enemiga de los troyanos, por el resquemor que en ella sigue encendido desde el juicio de Paris, cuando la manzana de la discordia fue entregada a Afrodita; todavía más, Juno es la diosa que, a través de Dido, protege la ciudad de Cartago. La esencia femenina de la tempestad, encarnada también en la diosa Juno, se encuentra en el género de esta misma palabra y en el verso final del poema: “la falda de las olas”, más allá de su significado literal de ‘parte baja de un monte o una sierra’.

Por lo que respecta a lo metapoético, citaré un fragmento de Guillermo Carnero (en Pedro Provencio, Poéticas españolas contemporáneas, Hiperión, Madrid, 1988):

“Metapoesía es el discurso poético cuyo asunto, o uno de cuyos asuntos, es el hecho mismo de escribir poesía y la relación entre autor, texto y público. Con otras palabras, un metapoema es un poema que tiene dos niveles discursivos paralelos. En el primero, se trata de lo que habitualmente entendemos por poema. En el segundo, que discurre paralelamente al primero, y entremezclado con él, el poema reflexiona sobre su propia naturaleza, su origen, condicionamientos y demás circunstancias”.

Ramón Pérez Parejo en su libro Metapoesía y ficción: claves de una renovación poética (Generación de los cincuenta-Novísimos)  (Visor, Madrid, 2007) señala que la fascinación por la creación poética, convertida en recurso del poema, es un asunto fundamental en el grupo de los Novísimos al que fue adscrito Luis Alberto de Cuenca.

Esta fascinación metapoética se transforma en “Tempestad” una consideración transcendente del ser humano como náufrago. ¿Hasta qué punto podemos considerar este texto de un punto de vista sólo metapoético? El verso de la Eneida escogido por Luis Alberto de Cuenca está teñido de un contenido metafórico que transciende hacia la condición humana del náufrago. Leamos al respecto estos versos de “La tristeza” en La caja de plata (1979-1983):

“Cuando Shakespeare murió, ya estaba triste.
Cuando la Armada naufragó, mis ojos
habían naufragado ya en su daño.
A Marlowe le enviaron al infierno
y ya mi corazón estaba roto”.

El poeta, Luis Alberto de Cuenca, se retrata en ocasiones como un náufrago que contempla el mundo exterior, el mar insondable, desde la protección de la propia biblioteca.

No olvidemos que La tempestad (1611) es una obra dramática de William Shakespeare; en ella, Próspero, legítimo duque de Milán; es derrocado por su hermano Antonio. Próspero acaba abandonado en una isla desierta. Al principio de la obra sucede una tempestad que ha sido desatada por Ariel, el espíritu del aire, conjurado por Próspero, que domina la magia y quiere vengarse del usurpador.

Uno de los aspectos básicos de lo metapoético en “Tempestad” es la preocupación por el ritmo versal. Se hace referencia en el poema al hexámetro, el verso característico de la poesía épica, mediante esta métrica están compuestos los poemas heroicos más antiguos de la tradición mediterránea como son la Odisea y la Ilíada de Homero. Implica un ritmo solemne muy apropiado para el tema épico, aunque también encontramos ejemplos en la sátira y en la didáctica antiguas.

El hexámetro está compuesto por seis pies. Los cuatro primeros pueden ser dáctilos (una sílaba larga y dos breves) o espondeos (dos sílabas largas); el quinto suele ser dáctilo y el sexto un espondeo o troqueo (larga y breve). Este sistema de sílabas largas y breves encuentra su representación en la lírica española en la pareja de sílabas tónicas y átonas, las tónicas equivalentes a las largas; las átonas, a las breves. 

Los primeros hexámetros latinos fueron atribuidos a Ennio, aunque su punto culminante está en las epopeyas como la Eneida de Virgilio, la Farsalia de Lucano, la Tebaida de Estacio, pero también en el De rerum natura de Lucrecio o en Las metamorfosis de Ovidio.

Luis Alberto de Cuenca transforma este hexámetro en un alejandrino que también puede organizarse, desde un punto de vista acentual en seis pies

“Sobre el inmenso abismo nadan, raros los náufragos”


Organización métrica silábica (en sombreado las sílabas tónicas):

tomando en cuenta que al ser un verso esdrújulo, las dos últimas sílabas ocupan el tempo de una sola.

Y organizados en pies métricos, un hexámetro

que corresponde plenamente a la característica del hexámetro clásico al presentar el quinto pie dáctilo.

Lo metapoético está emparentado con lo intertextual, pues esto último no deja de ser una indagación de lo literario desde la literatura.

La intertextualidad es la presencia en un texto de una expresión, tema o estructura estilística o de género procedente de otro, incorporados como cita, alusión, imitación o recreación desde el principio de la parodia. Toda literatura es, al fin y al cabo, un continuo intertexto, pues todo autor nace desde una tradición o desde una base lectora que viene a demostrar la opinión de Jorge Luis Borges de que, después de la Odisea, en la literatura todo es recurrencia; así en el poema en prosa de El oro de los tigres (1972) titulado “Los cuatro ciclos”.

La intertextualidad que salta ya desde una primera lectura está en el verso “el sonido y la furia de los vientos”. “The Sound and the Fury” se encuentra en un verso de William Shakespeare y en 1929 sería convertido en el título de una novela de William Faulkner, traducida como El sonido y la furia y posteriormente como El ruido y la furia, variación que supone la presencia en ruido de algo feroz, tal y como señala Augusto Monterroso en “Sobre la traducción de algunos títulos”. Este sintagma se localiza en el soliloquio de Macbeth, en el acto V, escena 5, cuando las tropas escocesas de Malcolm y Macduff se acercan al castillo del traidor. Se oye el grito de una mujer, Lady Macbeth, que en cualquier otro momento hubiese espantado al protagonista pero que, ahora, sumergido como se encuentra en un ambiente de horror y de premonición de muerte, no le causa ninguna impresión, sino una reflexión que destruye el mundo, la vida como un cuento narrado por un idiota (desde aquí el título de la novela de Faulkner).

Luis Alberto de Cuenca traduce la palabra gurges como “abismo”. En otras versiones al español de la Eneida nos encontramos con “remolino”, “Pocos nadan en el gran remolino”. Bien podríamos considerar que “abismo” es un vocablo con una connotación especial. Un remolino es el efecto físico de un ‘movimiento giratorio y rápido del aire, el agua, el polvo, el humo…’, aunque también, según el Drae, es ‘amontonamiento de gente, o confusión de unas personas con otras, por efecto de un desorden. Disturbio, inquietud o alteración’. Pero, con su traducción, Luis Alberto de Cuenca va más allá, dejando entrever una visión más desgarradora de la realidad, al estar cargada la palabra “abismo” de un simbolismo mucho más profundo y existencial; el remolino de otras traducciones bien podría verse como un fenómeno que acompaña a ciertos relatos de terror en los que no se pone tanto en juego la mirada lúcida ante los miedos que arrastra la vida, se trata del Maelstrom de Edgar A. Poe. Comprobemos algunas acepciones de Abismo en el Drae: ‘Profundidad grande, imponente y peligrosa. Realidad inmaterial inmensa, insondable o incomprensible. Infierno. Maldad, perdición, ruina moral o económica’.

Abismo
Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot. 

Siempre es preceptivo citar a Cirlot cuando se está tratando de Luis Alberto de Cuenca.

Toda forma abisal posee en sí misma una dualidad fascinadora de sentido. Por un lado, es símbolo de la profundidad en general; de otro, de lo inferior. Precisamente, la atracción del abismo es el resultado de la confusión inextricable de esos dos poderes. Como abismo han entendido la mayoría de los pueblos antiguos o primitivos diversas zonas de profundidad marina o terrestre. Entre los celtas y otros pueblos, el abismo se situaba en el interior de las montañas; en Irlanda, Japón, Oceanía, en el fondo del mar y de los lagos; entre los pueblos mediterráneos, en las lejanías situadas más allá del horizonte; para los australianos, la Vía Láctea es el abismo por excelencia. Las regiones abisales suelen identificarse con el <país de los muertos> y, por consiguiente, con los cultos de la Gran Madre y lo ctónico, aun cuando esta asimilación no puede generalizarse. La asimilación del país de los muertos y el fondo del mar o de los lagos explica muchos aspectos de las leyendas en las cuales surgen palacios o seres del abismo de las aguas. En La muerte del rey Arturo, cuando la espada del mítico monarca es arrojada al lago, siguiendo su mandato, surge un brazo que la coge al aire y la blande, antes de llevársela al fondo.

Otra interpretación, del Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant:

Abismo, en griego como en latín, significa sin fondo, y designa el mundo de las profundidades o de las alturas indefinidas. El equivalente galés del sîd irlandés es, en los textos medievales tanto como los apócrifos, annwn o annwfn; el aspecto maravilloso del Otro Mundo ha desaparecido y el semantema no guarda más que el sentido general de infierno. Se ciñe, en los textos apócrifos, a designar y simbolizar globalmente los estados informales de la existencia. Es adecuado tanto para el caos tenebroso de los orígenes como para las tinieblas infernales de los últimos días. Sobre el plano psicológico, igualmente, corresponde tanto a la indeterminación de la infancia como a la indiferenciación de la final descomposición de la persona. Pero puede también indicar la integración suprema en la unión mística. La vertical no se contenga con hundirse, se eleva; un abismo de las alturas se revela como de las profundidades; un abismo de felicidad y de luz, como de desgracia y de tinieblas. Pero el sentido de la elevación ha aparecido posteriormente al del descenso. En la tradición sumeria, la morada del señor del mundo flota sobre el abismo. Entre los akkadios, es Tiamat quien coloca monstruos a la entrada del abismo. En la Biblia también, el abismo será algunas veces concebido como un monstruo, el Leviatán. […] C.G. Jung incorporará este símbolo al arquetipo maternal, imagen de la madre <cariñosa y terrible>. En los sueños, fascinante o espantoso, el abismo evocará el inmenso y poderoso inconsciente; aparecerá como una invitación a explorar las profundidades del alma, para liberar los fantasmas o deshacer las ataduras.

Algo similar a lo que le ocurre a Eneas con el resto de los troyanos que se han salvado de la destrucción de su ciudad es lo que encontramos en la Odisea a Homero, cuando Ulises llega a la playa de la isla de los feacios, Esqueria, posiblemente Corfú, y es encontrado por Nausicaa; o cuando llega a Ogigia, el territorio de la hermosa Calipso.

Los cuatro ciclos.

Jorge Luis Borges. (El oro de los tigres, 1972)

Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al hierro y al fuego y que su batalla es inútil; el más famosos de los agresores, Aquiles, sabe que su destino es morir antes de la victoria. Los siglos fueron agregando elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron, era una hermosa nube, una sombra; se dijo, que el gran caballo hueco en el que se ocultaron los griegos era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo XIV, dejó esta línea que anda por mi memoria: “The borgh brittened and brent to brondes and askes”. Dante Gabriel Rossetti imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el cisne que era un dios.

Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso. El de Ulises, que al cabo de diez años de errar por mares peligrosos y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Ítaca; el de las divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la ven surgir del mar, verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas de ajedrez con que antes jugaron.

La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan montañas y mares y ven la cara de su Dios, el Simurgh, que es cada uno de ellos y todos. en el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas manzanas de oro; alguien, al fin merecía la conquista del Grial. Ahora, la busca está condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena lo deshace; los héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres de valor y de fe que ya el happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No podemos creen en el cielo, pero sí en el infierno.

La última historia es la del sacrificio de un dios. Attis, en Frigia, se mutila y se mata; Odín, sacrificado a Odín, Él mismo a Sí mismo, pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo es crucificado por los romanos.

Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.

Traducción de J.L. Borges de la cita en inglés: 

El verso en inglés medio quiere decir “La fortaleza rota y reducida a incendio y cenizas”. Pertenece al admirable poema aliterativo Sir Gawain and the Green Knight, que guarda la primitiva música del sajón, aunque fue compuesto siglos después de la conquista que dirigió Guillermo el Bastardo.

Partir de Ogigia

Partir de Ogigia

Nadie puede engañar a quien ama. Ella sabe
que él se irá alguna vez. Cuando un cielo brumal
Amenace tormenta en el mar, por ejemplo.
Porque el mar que lo trajo a sus brazos será
también el que reclame su regreso a la patria,
y ya no volverá.

Tal vez tenga palabras brutales que decirle:
<Quiero volver a Ítaca. Me voy. No te soporto>.
(Se aburría hasta el fondo del abismo con ella,
hasta el fondo del tiempo y de la eternidad).
<Quédate -dijo ella-. Si te quedas, tus penas
desaparecerán.

<El dolor me enriquece, la muerte me humaniza,
reconocer mis límites me alivia, me da paz>.
<Conmigo olvidarás tu nombre y serás Alguien
en lugar de ser Nadie, y resplandecerás
como un astro de fuego que inunda con su luz
la vasta oscuridad>.

Renunciando a la entrega y al amor de Calipso,
Ulises renunciaba a la inmortalidad.
La que Homero llamó <divina entre las diosas>
no supo convencerle de que, siendo mortal,
la existencia es un sueño que aboca en pesadilla,
y lo dejó marchar.

Comencemos el comentario de este poema de Después del paraíso con algunas referencias métricas. En primer lugar, a modo de ejemplo, la medida de la primera estrofa:

Se trata de versos alejandrinos, así que dividiré cada uno de ellos en los correspondientes hemistiquios (con la columna sombreada), tomando en cuenta que el sexto verso de cada una de las estrofas es heptasílabo; las sílabas acentuadas se verán coloreadas en relleno azul:

Como se puede comprobar hay una cierta recurrencia en la acentuación de la sílaba tercera de cada uno de los hemistiquios; hasta podríamos llegar a considerar, desde un punto de vista del ritmo tónico el trasladar el de las segundas sílabas a tercera.

Por lo que respecta a la rima versal, utilizaré el siguiente cuadro, donde se podrá apreciar en sombreado azul la rima que es asonante en agudo.

Sumemos a estas rimas la del primer hemistiquio del verso tres de la primera estrofa (mar).

Una de las características que encontramos en las rememoraciones de lo clásico en la poesía de Luis Alberto de Cuenca es la recreación mediante un lenguaje moderno que asume lo antiguo a lo contemporáneo, de ahí la supervivencia de historias que han alimentado la imaginación y el alma de la humanidad desde sus inicios (hay que recordar aquí otros poemas de este autor como son “La Venus de Willendorf”, de El hacha y la rosa, o “Teichoscopia”, de Por fuertes y fronteras -ambos los reproduciré al final de este comentario). Este recurso se hace evidente, en especial, en la traducción que este autor realizó del Cantar de Valtario; en la contracubierta de la edición realizada para la editorial Reino de Cordelia, leemos:

“Compuesto probablemente a finales del siglo X, durante el reinado del emperador Otón III, el Cantar de Valtario es una de las joyas más preciadas de la literatura latina medieval. Canta las hazañas de Walther o Valtario de Aquitania o de España, héroe del reino godo de Tolosa en los años oscuros de las invasiones germánicas, allá por el siglo V. De autor desconocido, poco importa quién fuera o el momento en que lo escribió, porque lo que cuenta es la fluidez mágica del relato y la atmósfera irreal que envuelve esta auténtica novela de aventuras trepidantes, brutal y salvaje como una película de James Bond. Se adapta como un guante a las ilustraciones a color de Miguel Ángel Martín realizadas para esta edición. Tan sugerente y tan moderna es su lectura que se convierte en una experiencia inolvidable. Con esta versión magistral del Cantar de Valtario, Luis Alberto de Cuenca obtuvo el Premio Nacional de Traducción”.

La relación, desde un punto de vista de la comunicación verbal entre Calipso y Odiseo parece la de una pareja actual que se está enfrentando al momento que concluye una vida en común, vista desde una crispación que podría llegar a lo brutal (“Tal vez tenga palabras brutales que decirle”, “No te soporto”), sin que por ello se pierda la carga mítica del mundo antiguo y extraordinario, especialmente en la intervención de Calipso, la ninfa: “resplandecerás como un astro de fuego que inunda con su luz la vasta oscuridad”; y es que en Calipso todo es divino, hasta el amor que inmortaliza. 

Jean François Michel Noël (1755-1841) culminó su Diccionario de Mitología Universal, con su publicación, en 1801; en la edición en español realizada por F. Lluís Cardona (en 1991) leemos respecto a Calipso 

“Hija de Océano y Tetis, o bien, según Homero (Odisea, 7.15) de Atlante. Reinaba en la isla Ogigia, en el mar Jónica. Hospedó en ella a Ulises cuando regresaba del sitio de Troya, y la retuvo por espacio de siete años en su compañía, ofreciéndole la inmortalidad si quería desposarse con ella, pero el héroe prefirió a su querida esposa y la posesión de la pequeña isla de Ítaca a las brillantes proposiciones que se le hacían. La diosa entonces recibió orden de Júpiter, por conducto de Mercurio de dejarle partir. Tuvo dos hijos de Ulises, Nausitoo y Nausinoo”. Su nombre se traduce como ’la que oculta’ o ‘la ocultadora’.

En el resumen y versión que Robert Graves hace de la Odisea para su obra Los mitos griegos, describe en estos términos Ogigia, que ha sido asimilada a una isla cercana a Ceuta,

“Bosquecillos de alisos, álamos negros y cipreses, con búhos, halcones y locuaces cuervos marinos posados en sus ramas ocultaban la gran cueva de Calipso. Una parra se extendía a través de la entrada. Perejil y lirios crecían densamente en una pradera adjunta, regada por cuatro claros riachuelos. Allí la bella Calipso recibió a Odiseo cuando salió a tierra tambaleando y le ofreció comida abundante, bebidas fuertes y una parte de su blando lecho”.

La interpretación de Graves al respecto es como sigue:

“Ogigia, el nombre de otra isla sepulcral, parece ser la misma palabra que ‘Océano’ y Ogen es la forma intermedia; y Calipso (‘oculta’ u ‘ocultadora’) es una diosa de la Muerte más, como lo demuestra su caverna rodeada por alisos -consagrados al dios de la Muerte, Crono o Bran- en cuyas ramas se posan sus cuervos marinos o chovas y sus propios búhos y halcones. El perejil era un emblema de luto y el lirio una flor de la muerte. Prometió a Odiseo una juventud eterna, pero él deseaba la vida y no la inmortalidad heroica”.

“Partir de Ogigia” comienza con una sentencia, “Nadie puede engañar a quien ama”; sin embargo, la ambigüedad rompe lo absoluto de este enunciado convertida en aforismo; y deja de serlo cuando recordamos que Nadie, en griego Outis-Oudis, es el nombre que se dio a sí mismo Ulises durante la aventura de Polifemo. La enunciación negativa se transforma entonces en una aseveración equivalente a “Ulises puede engañar”; al fin y al cabo, en la Ilíada, el rey de Ítaca es el sagaz estratega que no duda en utilizar la mentira y el ocultamiento, claro que ahora se encuentra ante Calipso, cuyo nombre también está relacionado con la ocultación desde su etimología. En el poema “Teichoscopia”, Helena de Troya define a Odiseo con estas palabras: “un fullero de quien nadie se fía, un sinvergüenza”.

Ya el título del poema nos está situado en una paisaje muy concreto en la épica arcaica griega, en el episodio de Calipso de la Odisea, en su momento final; después de unos siete años, Ulises quiere partir, porque, en realidad, esta es su esencia como viajero eterno. Nicos Kazantzakis supo verlo muy bien en la creación de nuevas aventuras para este peregrino cuya naturaleza es la inquietud del demonio de lo absoluto; así tituló André Malraux la biografía de T.E. Lawrence, de Arabia, para el este “existen dos clases de hombres: aquellos que duermen y sueñan de noche y aquellos que sueñan despiertos y de día… estos son peligrosos, porque no cederán hasta ver sus sueños convertidos en realidad”, estos son los que acaban enfrentándose al demonio que custodia esa esencia absoluta que vive en lo profundo del ser humano, a cual algunos llamamos alma.

Calipso, en un comienzo, en el primer verso, aparece mencionada mediante el pronombre “ella”, que unido a Nadie identifica una narración particular en un ejemplo universal para el ser humano cuyo destino es la separación. Nadie-Ella-Él. Los tres protagonistas que se ven individualizados desde lo abstracto de los pronombres catafóricos, sin una referencia previa,

por la mención en el título de un lugar muy concreto: Ogigia que para todo disfrutador de la obra de Homero es un paisaje inmediatamente situado en su atlas imaginal.

Habrá un momento en que Nadie partirá, como hemos dicho porque esto se encuentra en su naturaleza; pero no será cuando las circunstancias sean las mejores, ya que el suyo es un espíritu aventurero que se crece en las dificultades: el cielo será brumal, amenazará tormenta. La oscuridad y la tempestad que acompaña a los momentos decisivos en que la vida cambia. ¿Para regresar a la patria? Bueno, así lo cree él mismo y así intentó transmitirlo Homero, porque así corresponde a un héroe tradicional; la realidad es otra. Comenzó anunciándolo Constantinos Kavafis (1863-1933) en su magistral “Ítaca” (1911), esencia de lo humano; y posteriormente Nicos Kazantzakis (1883-1957) con su Odisea (1938). No, no es la patria lo que busca Ulises. Es la experiencia de sentirse vivo; aunque no debemos olvidar la existencia de los Nóstoi, los regresos al hogar de los héroes griegos vencedores, ¿de verdad?, en Troya. Los Nóstoi son obras que pertenecen al ciclo literario de la guerra de Ilión, como la Eneida, y desarrollan los sucesos posteriores a la destrucción de la ciudad de Príamo.

En la segunda estrofa es en la que localizamos ese verter el mito clásico al lenguaje más moderno; palabras brutales, no te soporto, se aburría. Un aburrimiento, el de Nadie, que alcanza lo trascendente, pues toca el fondo del abismo, del tiempo y de la eternidad. Y esto es más difícil de encontrar en las barbaridades que pueden llegar a pronunciarse en un momento de ruptura; pero, claro, estamos en la idealidad mitológica.

Calipso le presenta a su amado una serie de ofrendas que solo puede hacer una divinidad como ella: tus penas desaparecerán; cómo, si realmente su pena nace de estar en Ogigia, ¿o no?, allí en compañía de la ninfa hecha mujer apasionadamente enamorada, Ulises perderá su no identidad, dejará de ser Nadie para transformarse en Alguien; hasta llega a ofrecerle el catasterismo, llegar a ser un “astro de fuego que inunda con su luz la vasta oscuridad”.

Pero Ulises tiene que renunciar, ¿a qué?, ¿a ser feliz, a transformarse en un astro, a la entrega y el amor de Calipso, la llamada por Homero “Divina entre las diosas”, a la inmortalidad?

¿Realmente a la inmortalidad? No olvidemos que ciertos rasgos paisajísticos, según Robert Graves, que definen el territorio de Ogigia son símbolos de muerte. La felicidad es la muerte de los héroes, porque sin el combate no hay fama, y esta es la permanencia del guerrero, como Aquiles, que decidió morir joven en la plenitud de su vida, como Alejandro Magno; como el Odiseo de Kazantzakis, que escapa de la felicidad pasiva del que todo cree tenerlo en la isla de Ítaca. Y, es que, para una Ninfa inmortal la vida es un sueño que acaba en una pesadilla, en la oscuridad de la muerte.

Pero, ante la negativa del héroe, solo cabe ese verso alejandrino partido en su primer hemistiquio, de siete sílabas, verso final que no deja de recordar la solemnidad de la estrofa manriqueña de pie quebrado: “y lo dejó marchar”. Hasta en este final tan absoluto se percibe el rasgo de la modernidad ejemplificado en la hermosa canción de 1989 de Luz Casal, hecha nueva Calipso: “Te dejé marchar”, con letra de David Summers y música de Dani Mezquita. Y desde luego que es rotunda, porque significa la muerte del que renuncia a la vida eterna.

Teichoscopia

a Carlos García Gual

Tras nueve años de guerra, el rey de Troya
no sabe quiénes son sus enemigos.
Se lo pregunta a Helena, allá en lo alto
de la muralla: <Dime, Helena, hija,
¿quién es ese que saca la cabeza
a los demás y que parece un rey
por su modo de andar y por su porte
señorial?>. <Mi cuñado, Agamenón,
un hombre insoportable que no cesa
de gruñir, el peor de los esposos
y un mal padre>. <¿Y el rubio que está al lado?>.
<Es mi marido, Menelao, un idiota
que no supo apreciar como es debido
lo que tenía en casa y no comprende
a las mujeres>. Príamo registra
la información de Helena en su vetusto
cerebro, y continúa preguntando:
<Y ese otro de ahí, de firme pecho
y anchos hombros, que va y viene nervioso
por el campo, las manos a la espalda,
como quien trama algo, ¿quién es ese?>.
<Odiseo de Ítaca, un fullero
de quien nadie se fía, un sinvergüenza>.
<¡Caramba con los griegos!>, piensa Príamo,
y le dice a la novia de su hijo:
<Otros veo, muy altos y muy fuertes,
que destacan del resto. Por ejemplo,
esa masa magnífica de músculos
que está sentada al fondo, a la derecha…>.
<Es Ayante, una bestia lujuriosa
y prepotente, un grandullón con menos
inteligencia que una lagartija>.
<¡Qué bien hice estos años -piensa Príamo-
sin saber quiénes eran estos tipos!
Basta que gente así reclame a Helena
para no devolverla>. Y en voz alta
dice a la chica: <¿Dónde estará Paris?>.
<Imagino que en la peluquería,
haciéndose las uñas y afeitándose>.
<Ayúdame a bajar de la muralla
y vamos en su busca, que os invito
a los dos a una copa en el palacio>.

Una teicoscopia (también teichoskopia) procede del griego teikos, ‘muralla’, y skopein, ‘ver’. Es una figura temática que procede de la literatura clásica, mejor casi de la arcaica griega. Consiste en una narración con carácter descriptivo que realiza un observador desde un punto elevado, desde una muralla para presentar un paisaje en el que las figuras humanas pueden cobrar un cierto protagonismo. En la Ilíada encontramos una de las teicoscopia más célebres, de la cual Luis Alberto de Cuenca hace su versión, está en el tercer canto, hexámetros 161 a 246, cuando Helena contesta a las preguntas de Príamo, interesado en conocer la identidad de los héroes aqueos.

LA VENUS DE WILLENDORF

Entre las chicas norteamericanas
que estudian español en la academia
de enfrente de tu casa, hay una gorda
que es igual que la venus de tus sueños.
Bajo una camiseta de elefante
que pone University of Indiana
(Jones) y unos pantalones de hipopótamo,
se mueve por el mundo con el arte
que le da su ascendencia
mitológica.
Hace ya varios días que vigilo
desde el balcón su cuádruple barbilla
y el Sol dorado de su cabellera.
Hace ya varios días que le envío,
cuando se pone a tiro de mis ojos,
dardos de amor y flechas de deseo.
Pero no llegan nunca a su destino.

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Imágenes decimonónicas de Córdoba

El libro Córdoba pertenece a la colección España. Sus monumentos y artes. Su naturaleza e historia, presentada en 27 tomos entre 1884 y 1891. Fue publicada en 1886 en Barcelona por el Establecimiento tipográfico-Editorial de Daniel Cortezo y Cía (situado en la calle Pallars-Salón de San Juan, también estuvo ubicada en la calle Ausiàs March). Junto a esta información de carácter editorial, en la contraportada de este libro se mencionan los siguientes datos: su autor fue Pedro de Madrazo; la obra va acompañada de fotograbados y heliografías de Laurent, Joarizti y Mariezcurrena, de cromos de Casals y dibujos a pluma de Gómez Soler. No se cita que el primer capítulo y la presentación de la Mezquita de Córdoba fueron escritos por Pi y Margall, hasta que este abandonó la empresa editorial por circunstancias particulares, como señada Madrazo sin concretar, aunque bien pudo ser por la persecución clerical a la que se vio sometido o por su dedicación en exclusiva a la carrera política (Presidente del Poder Ejecutivo de la República Española, Ministro de Gobernación de España; Diputado en Cortes por Barcelona, Valencia, Sabadell, Madrid, Tarragona y Figueras hasta su fallecimiento en 1901).

A continuación reseñaré alguno de los aspectos citados en el párrafo anterior para situar la obra en su contexto editorial.

La Editorial de Daniel Cortezo y Cía fue una empresa con cierta importancia en el desarrollo del Realismo español; publicó La Regenta de Clarín en 1884 y, al año siguiente, La dama joven de Emilia Pardo Bazán. Entre 1884 y 1888 fue la tipográfica encargada de la Biblioteca Arte y Letras, importante empresa cultural de finales del siglo XIX. Entre otros títulos de la casa hay que mencionar las traducciones de Mil y un fantasmas de Alejandro Dumas, 1885; La niña Dorrit de Charles Dickens, 1885; La obra de Émile Zola, 1886; Cuentos fantásticos de Ernest T. A. Hoffmann, 1887; una selección del Teatro de Victor Hugo, 1887; Ana Karenina de Lev Tolstói, 1888. En 1886 también imprimieron María, de Jorge Isaacs. Entre los clásicos hay que mencionar El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Alonso Fernández de Avellaneda en 1884; las Obras escogidas de José Cadalso, 1885; o La Diana de Jorge de Montemayor con La Diana enamorada de Gaspar Gil Polo, 1886.

Laurent. Monasterio de Piedra

La técnica del fotograbado se desarrolló a partir de la década de 1820 con Joseph-Nicèphore Niépce. Consiste en la producción de impresiones en relieve mediante la transferencia de imágenes fotográficas a una placa para su posterior impresión. Esta técnica cobrará gran importancia en las artes gráficas, pues permite reproducciones de gran calidad a menor coste que las realizadas en plancha metálica. En torno a la década de 1890, este proceso desbancó a los grabados realizados a mano en madera y metal. El proceso de la heliografía también fue desarrollado por Joseph-Nicèphore Niépce; consistía en una fotografía de positivo directo mediante la utilización de una cámara oscura y distintos materiales que actúan como soporte sensibilizado (papel, cristal, peltre, estaño…); para captar la imagen era necesaria una exposición a la luz durante un tiempo largo.

Miquel Joarizti y Lasarte (Gerona 1843-1910 Barcelona), ingeniero, fue uno de los responsables de la introducción de nuevos sistemas de reproducción gráfica en la imprenta española. En 1876, junto a otros tres socios fundó la Sociedad Heliográfica Española; uno de ellos fue Heribert Mariezcurrena; este grupo sería fundamental para el avance de la reproducción fotomecánica de la heliografía y del fotograbado.

Miguel Joaritzi. 1887. Claustro Ojival de la Colegiata.

Heribert Mariezcurrena i Corrons (Gerona 1847-1898 Barcelona)  fue grabador y fotógrafo catalán, propietario desde 1870 de la galería conocida como Fotografía catalana, en el histórico pasaje Madoz. El taller de la Sociedad Heliográfica Española marcó la evolución de la ilustración en la imprenta de la época.

Jean Laurent (Garchizy 1816-1886 Madrid) fue uno de los más importantes fotógrafos franceses del siglo XIX; su obra se desarrolló principalmente desde España; se asentó en Madrid en 1843 y se identificaba con el nombre de Juan; allí estableció, en la Carrera de San Jerónimo, su estudio fotográfico y fue nombrado fotógrafo de la reina Isabel II. En 1857 comenzó a recorrer España y publicó distintos catálogos que describen el paisaje de la época, tanto desde lo natural como desde la arquitectura y sus gentes.

La técnica de los cromos alcanzó uno de sus momentos culminantes en la segunda mitad del siglo XIX; suponía un abaratamiento de la técnica fotográfica realizada sobre vidrio. Se utilizó mucho para la realización de retratos. 

J. Laurent

Por lo que respecta a Francisco Gómez Soler (ca. 1860-1899), discípulo del dibujante Apeles Mestres, comenzó su carrera de ilustrador en la colección Arte y Letras. Puso imagen a Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós, al Romancero selecto del Cid (1884), a El anacronópete (1887) de Enrique Gaspar Rimbau y a los Dramas de Victor Hugo editados por la Tipográfica de Daniel Cortezo en 1884.

Córdoba de Madrazo

Mediaba ya la noche, cuando entramos por primera vez en esa ciudad de Córdoba, a que han comunicado tanto interés la historia y la poesía. Yacía la ciudad sepultada en silencio; apenas se percibía más que el dulce susurro del viento entre sus frescas arboledas. La luna resplandecía en lo alto del horizonte; pero no alumbraba sino los techos de sus viejos monumentos; sus estrechas y tortuosas calles estaban casi todas cercadas de tinieblas.

Sentíamos una viva inquietud. Éramos aún niños cuando la leyenda nos había hecho ver ya con los ojos de la fantasía esa segunda Damasco, sentada bajo la sombra de sus palmeras a orillas de un caudaloso río. Agolpábanse a la sazón en nuestra frente las ilusiones de la infancia; y temíamos verlas deshojadas por el soplo de la realidad, soplo helado y funesto que pasa sobre nuestra imaginación como el del cierzo sobre el cáliz de las flores.

No distinguimos por de pronto nada que revelase la mano de los árabes; pero debimos reconocer a poco la antigua ciudad musulmana en lo desigual de sus calles y sus casas, en lo mezquino de sus portales, en la sencillez de sus fachadas. Vimos a trechos asomar por encima de estos, árboles frondosos que subían al parecer desde el fondo de los patios; recordamos que los orientales guardan para el interior la belleza que otros pueblos se complacen en desarrollar en el exterior de sus edificios; y no pudimos menos de concebir la esperanza de descubrir todavía, aunque desfigurada y rota, una ciudad morisca.

Este fragmento con el que comienza el libro fue escrito por Pi y Margall, que se encargó del primer capítulo y las primeras páginas del segundo. A esta circunstancia se refiere Pedro de Madrazo con estas palabras:

Córdoba de Madrazo

“Este capítulo I y las primeras páginas del II fueron escritas por el señor D. Francisco Pi y Margall, quien por motivos particulares, se creyó en el deber de abandonar luego la redacción de la obra de que el tomo actual formaba parte. Al publicar de nuevo este tomo de Córdoba, concienzudamente anotado respecto de las vicisitudes ocurridas en los monumentos que tan interesante ciudad encierra, nos abstenemos de introducir modificación alguna en este primer capítulo por ser obra ajena que debemos respetar en su integridad. Del capítulo siguiente suprimimos por innecesarias las pocas páginas que escribió el mismo señor Pi, dada la latitud con que tratamos nosotros todo lo referente a la historia de la gran mezquita aljama y reproducimos sólo uno de sus brillantes párrafos como encabezamiento de dicho capítulo II”. 

La Mezquita de Córdoba. J. Laurent

Este es el fragmento al que se refiere Pi y Margall:

“¡Mezquita para siempre célebre! ¡Mezquita levantada y frecuentada por emires y califas! ¡Mezquita por cuya pérdida lloran aún bajo su cielo oriental los que creen en Alá y en su Profeta! ¡Mezquita a que han venido a inspirarse ya tantos poetas y a estudiar tantos artistas! ¡Salud! Un viajero desconocido va a atravesar con respeto tus umbrales y a revelar tus encantos a las generaciones presentes y futuras. Eleva su lenguaje al par de tu belleza, evoca ante él todas sus glorias y recuerdos, enardece hasta donde puedas su corazón, exalta hasta donde quepa su humilde fantasía. La pluma se estremece en su mano al contemplarte en toda su grandeza y necesita de todo tu favor para no sucumbir en tan ardua y aventurada empresa. ¡Que el genio de creación y de armonía que te construyó dirija mis acentos! ¡Que sea yo quien escriba! ¡Que seas tú quien dictes!”

Francisco Pi y Margall

En estas palabras se hace evidente el sentido de viajero emocionado más que el de un erudito que quiere retratar el arte de una ciudad desde el análisis de sus monumentos. 

Francisco Pi y Margall (Barcelona 1824-1901 Madrid), estudió Leyes en su ciudad natal; allí se relacionó con el grupo de escritores románticos catalanes encabezados por Milá y Fontanals y Pablo Piferrer. En 1842 publicó el volumen Cataluña en La España Pintoresca, colección que pretendía recorrer todas las regiones españolas, pero que se quedó en este. En 1847, se trasladó a Madrid; allí escribió críticas teatrales para El Correo. Al morir Piferrer, Pi y Margall pasó a ocuparse de Recuerdos y bellezas de España (1839-1865), obra litográfica sobre paisajes españoles; completó el volumen correspondiente a Cataluña y comenzó el de Andalucía, cosa que le supuso viajar a esta región en diversas ocasiones. También escribió una Historia de la pintura que, por considerarse que contenía ataques al catolicismo, acabó siendo prohibida por la presión de los obispos españoles al gobierno de Bravo Murillo. Por tal motivo, Pi y Margall tuvo que renunciar también a seguir con la empresa de Recuerdos y bellezas de España.

En 1848 había ingresado en el Partido Demócrata y en 1854 abandonó el ejercicio de las letras para dedicarse a la política; ese mismo año participó en el levantamiento de Madrid, fue autor de una Proclama radical, que no sería aceptada por la Junta Revolucionaria, y de un folleto, El Eco de la Revolución, en el cual pide al armamento del pueblo y la convocatoria de Cortes Constituyentes por sufragio universal, la defensa de las libertades de prensa, conciencia, enseñanza, reunión y asociación. Tales planteamiento le llevarán a prisión. Se comprometió con los cenáculos que conspiraban contra la monarquía de Isabel II y tuvo que exiliarse en París hasta que pudo regresar a España cuando triunfó la revolución de La Gloriosa. En 1870 comenzó a dirigir el Partido Republicano y en 1873 fue nombrado Ministro de Gobernación y segundo Presidente de la República del 11 de junio al 18 de julio. Ocuparía diversos puestos en el gobierno de España hasta su muerte.

Ka Mezquita de noche. Antonio Joaquín González

El primer acercamiento a la ciudad de Córdoba en este libro se desarrolla desde el misterio de la noche en un lugar que no es el habitual para el viajero; de ahí, ese comienzo tan rotundo: “Mediaba ya la noche”. Este ambiente de oscuridad, pensemos en una ciudad a la que todavía no alcanzaba un alumbrado que borra fronteras temporales, permite el desarrollo desde el paralelismo por sugerencia entre el territorio de la realidad y la fantasía; no tanto enfrentados como complementarios. Esto es un eco, una herencia del Romanticismo del que el Realismo español no consigue desligarse del todo, para cuando quiera comenzar a sentirse como tal, ya habrá llegado el Modernismo que, en muchos aspectos, es una continuación de la estética de Espronceda, el Duque de Rivas y Zorrilla.

En el panorama real se encuentra la noche cuya oscuridad está ligeramente matizada por una luna en el horizonte que casi no alumbra; la ciudad en silencio sólo interrumpido por el susurro del viento que discurre entre frescas arboledas; unos techos viejos, más bien antiguos, y monumentales y las calles estrechas y tortuosas en tinieblas. Descripción en la que, por otro lado, la contraposición entre la ciudad y una naturaleza que aparece idealizada como un locus amoenus con términos como “frescas arboledas”.

Igual que hace Bécquer en “Un rayo de Luna” y en “El Miserere”, la oscuridad es el tiempo idóneo para que, desde la penumbra, se desarrolle una visión fantástica del paisaje que es más interior que objetiva. Esa objetividad cuyo campo léxico acabamos de detallar permite una traslocación de la mera observación en una fantasía que abre el camino a una vivencia apasionada del paisaje. Esto es algo que se encuentra en Córdoba. Sus monumentos y artes. Su naturaleza e historia, en la parte inicial, la escrita por Pi y Margall; más allá del primer párrafo del segundo capítulo nos vamos a situar con un recorrido más descriptivo que sentimental, apropiado a lo que se acerca a una guía de viajes decimonónica. 

Callejón de las cabezas. Córdoba. F. Antonio Joaquín González

¿Por qué es así? Sobre todo por el valor connotativo de algunas de los descriptores utilizados para plasmar una realidad objetiva. Si separamos las palabras, entendiéndolas como semantemas, con un significado pleno, de un modo inmediato, comienza una sugerencia que late bajo lo existente: noche, luna, silencio, viento susurrante, arboledas, viejos monumentos, estrechas y tortuosas calles.

Así en el primer párrafo, en el que aparecen mencionadas como compañeras, en la interpretación del mundo que se propone Pi y Margall, la historia y la poesía, convertidas en llaves para adentrarse en el paisaje del misterio por el silencio y la oscuridad. Lo poético, en el sentido de ‘perteneciente o relativo a la poesía’ no va a verse tan reflejado en la obra a la que pertenece este fragmento más centrada en asuntos relacionados con la arquitectura; pero pensemos que todas las artes están englobadas en el concepto de poiesis interpretado como creación; según Platón, en El Banquete, este proceso de creación, la poiesis, es “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser”.

¿De verdad, Pi y Margall está describiendo lo que ve? ¿No será mejor pensar más en el sentimiento, en una hermenéutica que en una fenomenología? Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra “Fenomenología” tiene tres acepciones que ahora me interesa destacar: ‘1.- Teoría de los fenómenos o de lo que aparece. 2.- En Friedrich Hegel, filósofo alemán de comienzos del siglo XIX, dialéctica interna del espíritu que desde el conocimiento sensible a través de las distintas formas de consciencia llega hasta el saber absoluto. 3.- Método desarrollado por Edmund Husserl que, partiendo de la descripción de las entidades y cosas presentes a la intuición intelectual, logra captar la esencia pura de dichas entidades, transcendente a la misma consciencia’.

De un modo u otro, el autor -como texto descriptivo creo que es perfectamente legítimo hablar de esta categoría más que de narrador- va a dar un salto definitivo al comienzo del segundo párrafo: “sentíamos una viva inquietud. Éramos aún niños cuando la leyenda nos había hecho ver ya con los ojos de la fantasía esa segunda Damasco, sentada bajo la sombra de las palmeras a orillas de un caudaloso río”. Sentimientos que desde “las ilusiones de la infancia” permite ver el mundo existente bajo la realidad, contra la cual, a manera de un nuevo Quijote, el autor lucha para que no se deshaga esa quimera que alcanza la posición del fenómeno, pues lo objetivo es “como el cierzo sobre el cáliz de las flores”.

Cuatro lexemas me parecen especialmente destacables en el segundo párrafo de este texto: inquietud, fantasía, ilusión e imaginación. Lo ominoso de la inquietud, inevitable en la oscuridad de lo desconocido, origina la posibilidad de las otras tres. Hermosa palabra “Ilusión” que va desde el compromiso de la persona ante el deseo de conseguir un objetivo hasta la esperanza pasando por el ‘concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos’. Ilusiones que, además lo son de la infancia como ese tiempo en que no existen las fronteras entre la realidad y lo maravilloso.

Patio de Córdoba. F. Antonio Joaquín González

El recuerdo permite, junto a la fantasía de la infancia, un retroceso en la temporalidad que alumbra el mundo antiguo que subyace en la contemporaneidad; y así Córdoba recuerda en sus reminiscencias a la antigua Damasco, capital de los primeros Omeya, pues Córdoba es “esa segunda Damasco sentada bajo la sombra de sus palmeras a orillas de un caudaloso río”, según la misma base que encontramos en el libro de Adolf Friedrich von Schack Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, traducido por Juan Valera.

Aunque no se hace tan evidente en este fragmento, sí en otros momentos de la obra, la historia y la realidad arquitectónica van a resultar ficcionalizadas al verse interpretadas desde el paradigma del Orientalismo; creado desde la fantasía, la imaginación y la ilusión; también desde la inquietud, pues buena parte del exotismo encuentra sus raíces en el miedo de Occidente hacia el Levante.

Como podemos leer en el tercer párrafo del texto, lo árabe, lo hispanoárabe sería mejor, es una corriente subterránea en la cultura española que, como le sucede al autor, en un primer momento no se percibe, más en la oscuridad del paisaje. Pero ahí está la antigua ciudad musulmana, lo desigual de las calles, la mezquita y sus portales que sobrecogen la sangre andalusí que palpita en quien esto escribe, la sencillez de las paredes que ocultan al extraño la vida que en el texto parece ausente, pues se guarda para la hospitalidad esencial de unos patios que dignifican la condición humana.

Adolf Friedrich von Schack en su Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia (1865) en la traducción y versión de Juan Valera, fechada entre 1867 y 1871, escribe en torno a Córdoba y Abderramán I y su poesía:

“Con el intento de hermosear su capital por todos estilos, a imitación de las ciudades de Oriente empezó Abd al-Rahman en Córdoba, de cuyo esplendor puso los cimientos, la construcción de la gran mezquita, que aún en el día sobresale, entre las ruinas de tantas obras maestras del arte arábigo, como una maravilla del mundo. Al mismo tiempo edificó un quinta hacia el noroeste de la ciudad, a la cual dio el nombre Ruzafa, en conmemoración de una casa de campo cercana a Damasco y perteneciente a su abuelo Hisam. En los jardines que se extendían en torno de este palacio hizo plantar árboles raros de Siria y de otras tierras de Oriente. Una palma, que allí, bajo el apacible cielo de Andalucía, creció como en su patria oriental, y que parece haber sido la madre de todas las otras palmas de Europa, infundiendo en el alma de Abd al-Rahman melancólicos recuerdos del país nativo, le inspiro los siguientes versos:

Tú también eres, ¡oh, palma!
en este suelo extranjera.
llora, pues; mas siendo muda,
¿cómo has de llorar mis penas?
Tú no sientes, cual yo siento,
el martirio de la ausencia.
Si tú pudieras sentir,
amargo llanto vertieras.
A tus hermanas de Oriente
mandarías tristes quejas,
a la palma que el Éufrates
con sus claras ondas riega.
Pero tú olvidas la patria,
a par que me la recuerdas;
la patria de donde Abbas
y el hado adverso me alejan.

En el libro citado se contienen otras dos composiciones del emir con el mismo tema.

Abderrahmán I

El mismo ambiente de nocturnidad con el que comienza Córdoba lo encontramos también en el Episodio Nacional de Benito Pérez Galdós Zaragoza (1874):

“Me parece que fue al anochecer del 18 cuando avistamos Zaragoza. Entrando por la puerta de Sancho, oímos que daba las diez el reloj de Torre Nueva. Nuestro estado era excesivamente lastimoso en lo tocante a vestido y alimento, porque las largas jornadas que habíamos hecho desde Lerma por Salas de los Infantes, Cervera, Agreda, Tarazona y Borja, escalando montes, vadeando ríos, franqueando atajos y vericuetos hasta llegar al camino real de Gallur y Alagón, nos dejaron molidos, extenuados y enfermos de fatiga. Con todo, la alegría de vernos libres endulzaba nuestras penas”.

Ese mismo ambiente nocturno se encuentra en “El rayo de luna. Leyenda soriana”, narración de Gustavo Adolfo Bécquer, publicada en El Contemporáneo entre el 12 y el 13 de febrero de 1862:

“Las calles de Soria eran entonces y lo son todavía estrechas, oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ella, silencio que sólo interrumpía, ora el lejano ladrido de un perro, ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas. Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche que unas veces le parecían los pasos de alguna persona que había doblado ya la última esquina de un callejón desierto, otras, voces confusas de gentes que hablaban a sus espaldas y que a cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas corriendo al azar de un sitio a otro. Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra, oscuro y antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una indescriptible expresión de alegría. En una de las altas ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio, se veía un rayo de luz templada y suave que, pasando a través de unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se reflejaba en el negruzco y grieteado paredón de la casa de enfrente”.

Pío Baroja en 1905 publicó su novela titulada La feria de los discretos, de su trilogía El pasado (junto a Los últimos románticos y Las tragedias grotescas), su acción se sitúa en Córdoba en vísperas de la revolución de 1868. En ella, la llegada de Quintín a la ciudad es en ferrocarril: “<Me estoy convenciendo de que estoy en Córdoba>, murmuró Quintín, y entró en el paseo del Gran Capitán, tomó después por la calle de Gondomar hasta las Tendillas y de aquí, como si el día anterior hubiera paseado por aquellas calles, se plantó en su casa”. Al día siguiente, Quintín pasea por la ciudad:

“Las calles delante de él se estrechaban, se ensanchaban hasta formar una plazoleta, se torcían sinuosas, trazaban una línea quebrada. Los canalones, terminados en bocas abiertas de dragón, se amenazaban desde un alero a otro, y las dos líneas de tejados, rotas a cada momento por el saliente de los miradores y de las azoteas, limitaban el cielo, dejándolo reducido a una cinta azul, de un azul muy puro. Terminaba una calle estrecha y blanca, y a un lado y a otro se abrían otras, igualmente estrechas, blancas y silenciosas. Quintín no se figuraba tanta soledad, tanta luz, tanto misterio y silencio. Sus ojos, acostumbrados a la luz cernida y opaca del norte, se cegaban con la reverberación de las paredes; en su oído zumbaba el aire como esos grandes caracoles sonoros. […] En las plazoletas, las casas blancas de persianas verdes, con sus aleros sombreados por trazos de pintura azul, sus aristas torcidas y bombeadas por la sal, centelleaban y refulgían y al lado de una plazuela de éstas, incendiada de sol, partía una estrecha callejuela húmeda y sinuosa llena de sombra violácea. En algunas partes, ante las suntuosas fachadas de los viejos caserones solariegos, Quintín se detenía. En el fondo del ancho zaguán, la cancela destacaba sus labrados y flores de hierros sobre la claridad brillante de un patio espléndido, de sueño, con arcos en derredor y jardineras colgadas desde el techo de los corredores; y en medio de una taza de mármol, un surtidor de agua cristalina se elevaba en el aire. En las casas ricas, los grandes plátanos arqueaban sus enormes hojas; los cactos decoraban la entraba, enterrados en tiestos de madera verde; en algunas casas pobres, los patios aparecían desbordantes de luz al final de un larguísimo y tenebroso corredor lleno de sombra…”

Retrato de Guztavo Adolfo Bécquer. Realizado por su hermano Valeriano Béquer. 1862

Pedro de Madrazo y Kuntz (Roma 1816-1898 Madrid) perteneció a una importante dinastía de las artes entre cuyos miembros, era su hermano, se encuentra el célebre pintor decimonónico Federico de Madrazo. Se dedicó a la pintura y a las artes, también fue escritor, jurista, periodista y crítico de arte. Participó en la creación de la revista El Artista (1835-1836), publicación fundamental para conocer el Romanticismo español. Como poeta siguió una temática religiosa (su compromiso con el catolicismo se hace evidente en muchos momentos del volumen dedicado a Córdoba), moral y patriótica, sentimiento que no puede desgajarse, tampoco, de la obra que estamos comentando. Como traductor destacan sus versiones de la poesía del espartano Tirteo o de la obra de Thiers, Historia del Consulado y del Imperio (1845). Colaboró en Recuerdos y bellezas de España, empresa editorial cuya primera responsabilidad corresponde al poeta Pablo Piferrer y al editor y dibujante Francisco Parcerisa. En esta colección Pedro de Madrazo escribió los volúmenes dedicados a Córdoba (1855) y Sevilla y Cádiz (1856). Fue la segunda edición de esta serie la que pasó a titularse España. Sus monumentos y sus artes; su naturaleza y su historia.

Adolf Friedrich von Schack en su Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia (1865) en la traducción y versión de Juan Valera, fechada entre 1867 y 1871, escribe en torno a los Omeya de Córdoba:

Fuente. Patio cordobés. F. Antonio Joaquín González

“Bajo la dinastía de los Omiadas que fundó Abd al-Rahman, y que duró dos siglos después de la caída de su antecesora en Oriente, floreció España hasta el punto de poder y esplendor, que oscureció a los demás Estados de la Europa de entonces. Con las abundosas fuentes de la riqueza pública, que nacían de la agricultura, favorecida por un cuidadoso sistema de irrigación, de la actividad industrial, y del comienzo, que se extendía por todas las regiones del mundo, la población creció también de un modo portentoso. El viajero Ibn Hawqal llama a Córdoba la más gran ciudad de todo Occidente, e Ibn Adhari dice que en la época de su prosperidad contenía dentro de sus muros ciento trece mil casas, sin contar las pertenecientes a los visires y empleados superiores, y que sus mezquitas eran tres mil, y los arrabales veintiocho. El valle del Guadalquivir estaba lleno por todas partes de palacios, quintas y casas de recreo, y de huertas, jardines y públicas alamedas, a cuya sombra acudían a solazarse los ciudadanos, cuando querían apartarse del polvo y del tumulto de la ciudad”.

Gustavo Adolfo Bécquer, en su Historia de los templos de España (1857), al presentar en su introducción a “El Cristo de la Luz” de Toledo el “Bosquejo sobre la arquitectura árabe española”, se sitúa en ese ambiente de orientalismo que encontramos a lo largo de los textos que estamos comentando acerca de Córdoba:

“La arquitectura árabe parece la hija del sueño de un creyente, dormido después de una batalla a la sombra de una palmera. Sólo la religión, que con tan brillantes colores pinta las huríes del paraíso y sus embriagadoras delicias, pudo reunir las confusas ideas de mil diferentes estilos y entretejerlos en la forma de un encaje. Sus gentiles creaciones no son más que una hermosa página del libro de su legislador poeta, escrita con alabastro y estuco en las paredes de una mezquita o en las tarbeas de una aljama”. 

La autoría de este texto de Córdoba. Sus monumentos y artes. Su naturaleza e historia pertenece a Pedro de Madrazo.

Mihrab de la Mezquita de Córdoba. F. Antonio Joaquín González

“El año mismo en que el ilustre vástago proscrito de los Umeyas abrió los fundamentos de la aljama de Córdoba, subía al trono del imperio musulmán de Oriente el famoso Harón-al-Raschid, el Pericles de los árabes, dirigido por su sabio wazir Yahia, de la preclara familia de los Barmácidas, a quien debe su reinado sus principales títulos de gloria. ¡Cuentan que este gran Califa al fijar la planta en el trono de los Abbasidas, ostenta ya ceñida la sien con el lauro de la victoria; que las huestes de la emperatriz Irene han huido ante él despavoridas en los campos del Asia menor; que la Providencia le tiene reservado para hacer inmensas conquistas en el Asia y escarmentar el orgullo de Nicéforo, que no en vano parece haberle dotado la naturaleza de un corazón de hierro y de la más exquisita sensualidad, puesto que para levantar la tiranía del Islamismo a la altura de sistema político capaz de contrabalancear la vigorosa acción del Occidente, es preciso que Harún pueda ver sereno espirar en horribles suplicios a muchos individuos de su propia sangre desde el Asilo y Templo de los Placeres [Bagdad]. El hijo de Harún se jacta de que sabrá mover el Oriente y el Occidente con la misma facilidad que si fueran piezas de ajedrez: bravata verdaderamente asiática, pero que compromete a los emancipados sultanes de Andalucía a sobrepujar, siquiera sea por arte satánica, en fasto, en gloria, en prestigio y poderío, a los que así presumen ser árbitros del mundo. Grande y hermosa es Córdoba, pero bella y grande es también la nueva Ciudad de la Paz, la rica y voluptuosa Bagdad, que Abu-Giaffar Al-Mansur confió a las zalamas del Tigris en el asiento mismo de una poética quinta regalada por Cosroës Anuschireván a su concubina más querida. Grande y próspero ha sido el reinado de Abde-r-rahmán I: su hijo Hixem, continuador de su sabia política, ha logrado ruidosos triunfos que contribuyen a consolidar la más preciosa conquista sarracena. Alhakem asciende ahora a la suprema dignidad en Córdoba”.

Este fragmento es una muestra evidente de cómo la mirada orientalista mediatiza la interpretación del pasado andalusí, situando en paralelo las dinastías Omeya y Abbasí, o, lo que en este caso viene a ser lo mismo, las ciudades de Córdoba y Bagdad, desde una serie de elementos que corresponden a la estética del exotismo que está triunfando en la época en la que se publicó el libro al que pertenece.

Entre los soberanos de la dinastía Abbasí que gobernó el Oriente del imperio musulmán hay que destacar a Harún al-Rashid, que vivió entre el 766 y el 809. Durante su reinado, que comenzó en el 786, el califato Abásida llegó a su punto culminante. Harún al-Rashid se vio inmortalizado para la literatura en la colección de cuentos Las mil y una noches. Abderrahmán I, que en el texto aparece mencionado como “el ilustre vástago proscrito de los Umeyas” nació en Damasco en 731 y murió en Córdoba el 788; así pues se cumplen las coincidencias cronológicas que señala Pedro de Madrazo. Se hace referencia también en el texto a la sucesión Omeya en Al-Andalus, desde Abderrahmán I, su sucesor Hixam I (788-796) continuador de los triunfos del primer emir Omeya de Córdoba y Al-Hakam I (796-822).

Las Mil y una noches. Laura. Lo Duca

Entre los hitos importantes de la vida de Harún Al-Rashid, el quinto monarca de la dinastía Abbasí, cuando el imperio islámico de Oriente alcanza uno de sus momentos álgidos por sus victorias contra Bizancio. Harún Al-Rashid logró en dos campañas casi simultáneas en 780 y 782 victorias contra la emperatriz griega Irene, consiguió así someter a Bizancio a tributo. De la época de este soberano son también las relaciones que se establecen entre la casa de los Abbasidas y el emperador romano-germánico Carlomagno, entre Oriente y Occidente. Son famosos algunos de los presentes que llegaron al emperador franco provenientes de lejanas tierras; entre ellos un célebre juego de ajedrez con piezas de marfil (este dio origen a la novela de Katherine Neville de 1988 El ocho) y un elefante asiático que, seguramente llegó a marcar ciertas fantasías occidentales de la Edad Media. Esta alianza entre dos polos tan opuestos, desde los principios del enfrentamiento entre civilizaciones, encuentra su explicación en la existencia de unos enemigos comunes en el proyecto geoestratégico de ambos protagonistas, Harún Al-Rashid y Carlomagno: por un lado, la lucha contra el poder de los Omeya en Al-Andalus; por otro, contra el Imperio bizantino. Harún Al-Rashid fue sucedido por Abu-l-Abbas Abdallah Ibn Harún al-Rashid, conocido como Al-Mamun.

En la biografía política de Harún Al-Rashid cobra relevancia otro personaje que también es mencionado en el texto de Pedro de Madrazo, el wazir (ministro) Yahia, de la familia de los Barmácidas, Yahya Ibn Jâlid Ibn Barmak, el Barmací, que fue el tutor del soberano persa. También se menciona a Abu-Giaffar al-Mansur, el segundo califa de la casa de los Abbasíes, Abu Ya’far Abdallah Ibn Muhammad Al-Mansur (712-775), el cual fundó, en torno a 762, la residencia real de Madinat As-Salam, la Ciudad de la Paz, que acabaría siendo la urbe de Bagdad y que, en la antigüedad, fue una poética villa regalada por Cosroes Anuschirevan a su concubina más querida; historia que encontrará su eco en la leyenda de Medina Azahara levantada en tiempos de Abderrahmán III.

Uno de los motivos que me han llevado a elegir este fragmento de la obra de Pedro de Madrazo es perseguir la presencia de elementos orientalistas; algunos de ellos, conceptos históricos, necesarios; otros, eco de la interpretación desde el exotismo.

En primer lugar hay que destacar el léxico utilizado, que nos sitúa en un mundo de resonancias árabes como wazir, califa, ajedrez, sultanes de Andalucía, zalamas del Tigris y sarracena; unido a la presencia de nombres propios como Umeyas, Harún-al-Raschid, Yahia de los Barmácidas, Abu-Giaffar Al-Mansur, Abde-r-Rahman I, Hixem, Alhakem, Abbasidas, Bagdad, que es traducida como Ciudad de la Paz, por su origen como Medina As-Salam.

Pero la connotación orientalista está más allá del empleo del arabismo; se manifiesta desde la utilización de una serie de estereotipos que definen Oriente desde una mirada exotista.

A la hora de calificar a Harún al-Rashid se utiliza una comparación que sirve, también, no sólo para explicar, sino para dejar clara la preponderancia de lo occidental, así es llamado el Pericles de los árabes. Se le define como un personaje con el corazón de hierro y de exquisita sensualidad que valen, en muchas ocasiones, para definir el mundo del otro en el arte y en la literatura orientalista; recordemos el cuadro de Delacroix La muerte de Sardanápalo (1827). Las palabras casi nunca son neutras, así no deja de llamar la atención la comparación entre la tiranía del islamismo enfrentada a la vigorosa acción de Occidente, que se encuentra personificado en la emperatriz Irene, Nicéforas y Carlomagno. El valor de lo sensual también se encuentra reflejado en la definición de Bagdad como asilo y templo de los placeres o en la historia de la concubina de Cosroes cuyo deseo le llevó a construir la villa donde se asentará la capital de los Abbasíes. Nacida desde el deseo, esta urbe, además de rica, habrá de ser voluptuosa.

La crueldad es otro de esos rasgos que se utilizan para definir la otredad que va a justificar la acción del imperialismo, como tan bien supo explicar Edward Said; así se hace inevitable la mención de cómo el califa, para alcanzar el poder tuvo que usar de horribles suplicios contra miembros de su propia familia. Incluso se llega a la interpretación de la crueldad desde los principios del juego al afirmar que el control de Occidente para el califa se acerca a la bravata de ver el mundo equiparable a un tablero de ajedrez, palabra que, por otra parte, procede del árabe.

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La narratividad en Los siete samuráis de Akira Kurosawa

En los orígenes de la literatura, la naturaleza es un factor fundamental. Lo natural se rige desde los principios del tiempo y de lo rítmico, esta es la base estética de la prehistoria. En Los siete samuráis esta cuestión se muestra desde un primer momento. El tiempo cíclico del labrador es la expresión del sentimiento de amenaza que permanece latente en los dos primeros tercios de la película. La cosecha de la cebada marca el momento en el que va a producirse la incursión de los bandidos; el tiempo de alegría se transforma en un aguardar el dolor; y este sentimiento es tan poderoso que, pese a que se sabe que los malhechores van a llegar, los campesinos se muestran alegres mientras recogen el cereal; alegría ya sin ningún tipo de cortapisa al final de la película, ya liberados de quienes los oprimían.

El tiempo idílico de la prehistoria es el que carece de letras y se basa en la tradición de la palabra oral. Los únicos que son capaces de leer en la película son los samuráis. Con un rollo escrito y aristocrático, Kikuchiyo pretende demostrar que pertenece a la casta samuráis, pero como él no lo ha sabido leer, su mentira cae en el vacío de la burla. Esa capacidad de leer muestra que nos encontramos en la segunda fase del devenir humano, la de la Historia. En ella conviven la cultura tradicional, representada en los campesinos y la escrita de los samuráis. Esa oralidad de los aldeanos se encuentra reflejada en el momento en el que el anciano Gisaku encuentra en el conocimiento del pasado no escrito la posible salvación del pueblo, contratando samuráis que luchen contra los bandidos como en un tiempo muy lejano hicieron otros campesinos.

La diferenciación social del tiempo prehistórico no está tan relacionada con la capacidad de poseer bienes como por el enfrentamiento entre la categoría nómada (los samuráis, ronin) y sedentaria. Tengamos en cuenta que en la película los únicos que disponen de un asentamiento son los campesinos y los bandidos (su guarida será retratada en un momento muy interesante). Esta semejanza no deja de producir una cierta sensación de intranquilidad, más cuando conocemos el comportamiento que con los derrotados en otras batallas han tenido los aldeanos y se nos presenta el final de soledad demoledor para los supervivientes del grupo de los siete.

La utopía de igualdad que se supone que es el tiempo de la prehistoria se ve como falsedad en la expresión de este mundo de los aldeanos, sometidos a la ley del más fuerte, porque no duda en utilizar la violencia y esta son los bandidos.

Lukács en su definición de la novela plantea dos procesos de mixtificación; dos grandes nudos en el proceso de la Historia. El primero de ellos es la transición de la Prehistoria (la igualdad) a las sociedades históricas (desigualdad económica y cultural, desarrollo de la escritura y del monetarismo). Se parte, en este principio, de la definición utópica de una sociedad primitiva tradicional en la que todos los individuos que la forman son iguales.

También podríamos interpretar Los siete samuráis desde una mirada a la desigualdad social que en ella se manifiesta. Las clases que en esta película se retratan son los bandidos, como representación del lumpen-proletariado; ‘el sector social más bajo del proletariado desprovisto de conciencia de clase’, ajeno a la organización de la sociedad; el forajido o fuera de la ley, el malhechor que socava los principios organizativos del sistema, en sus injusticias también. Los obreros, proletarios y campesinos que muestran una colectividad que, al final también resulta injusta en su aparente igualdad y sin capacidad para integrar elementos que, aunque la hayan favorecido, resultan ajenos. Y la burguesía, aunque más habría que tratar aquí de una clase cuyas raíces se acercan a lo aristocrático nacido desde los privilegios de la fuerza. Aquí se encuentran los samuráis, que son rastros de un antiguo estamento guerrero que, en su decadencia, tiene que purgar los errores y la explotación ejercida a lo largo de los siglos. Condena que en el caso de Los siete samuráis es, a toda luces, injusta.

El pensamiento dogmático previo al segundo proceso, o mixtificación, histórico, implica que no puede aceptarse un proceso formativo, es decir, de cambios en el personaje; este no puede evolucionar, simplemente muestra o recupera una condición, que le es innata, en los distintos procesos por los que pasa. La modernidad, que es la segunda mixtificación, implica un nuevo pensamiento, el individualismo; el individuo pasa a ser el centro alejando los dos núcleos de despersonalización del periodo histórico anterior que son la religión, como omnipresencia de la divinidad, y la razón. Es la novela, en el sentido de narrativa y también de lo cinematográfico (como heredero audiovisual de la escritura novelística), lo que permite una ruptura con lo absoluto que se manifiesta en las experiencias literarias anteriores.

Deberíamos plantearnos qué sucede con la narrativa cinematográfica interpretada como un acto comunicativo; este en sus inicios y casi durante todo el siglo XX, sucede en lo colectivo, pues los fotogramas se proyectaban en una sala de cine. La proyección es un acto comunitario, sin embargo se produce en una sala a oscuras, cosa que implica un cierto, aunque relativo, respeto a lo individual de este proceso comunicativo que es ver una película. La interpretación del hecho cinematográfico hasta el último tercio del siglo XX parte de la existencia de la sala de cine. Ahora bien, desde los años ochenta del siglo XX se produce la generalización de la posibilidad de ver en el retiro individual esas misma películas (vídeo) y así, éstas pueden cargarse de más significados.

El tiempo de la historia se basa en la desigualdad y puede generar, como recurso de supervivencia, una falta de correspondencia entre la realidad, las apariencias y los valores. Por esto es tan importante el principio de sinceridad, en japonés Makoto, que en esta cultura también es un valor estético. En este sentido hay que interpretar a los protagonistas de Los siete samuráis, dejando a un lado a Mifune, el cual también tendrá su momento de sinceridad, confesión, encuentro o emergencia del ser en la escena en la que es rescatado el niño del molino y Kikuchiyo se reconoce en él.

En el relato tradicional, el héroe errante recorre su camino sufriendo y, casi siempre, venciendo en unas pruebas que le llevan a alcanzar un momento final en el que, sin embargo, no puede decirse que haya cambiado en exceso; sigue siendo el mismo héroe con más experiencia y esto justifica la defensa de que sí hay, aunque ligero, un cambio. Normalmente, este final le sitúa en un tiempo de felicidad, casi siempre asociada a lo idílico, a la consecución del amor. En este sentido es doblemente demoledor para un espectador occidental lo sucedido en Los siete samuráis.

En este panorama de desigualdad histórica, lo humorístico supone una ruptura del patetismo, o seriedad, que origina una cierta igualdad entre los miembros de una comunidad. En este sentido, hay que destacar el episodio en el que Kikuchiyo es desmontado del jamelgo de Yohei. La risa es también la victoria de la vida sobre la muerte; por eso se ríe tanto en dos momentos de la película de Kurosawa: la cosecha y la labranza.

El género humano muestra una actitud valorativa hacia la vida. Así en las películas de Akira Kurosawa, como en las de John Ford los dos elementos que manifiestan la interpretación de la existencia, seriedad y risa, van a estar muy presentes. El lenguaje gestual ante esta dupla se transforma en un elemento sustancial, en algún caso incluso más que la palabra, pues llega a definir lo más auténtico del personaje. En el caso Kikuchiyo en Los siete samuráis, la verbalización es utilizada, sobre todo, cuando el personaje muestra un comportamiento patético, en el sentido de serio; por ejemplo en su diatriba contra los campesinos que, también, es su defensa. En este mismo personaje se funden lo verbal y lo gestual, y ahí se hace mucho más patente lo que podría quedar oculto mediante el uso de la palabra fingidora. Tanto es así que la palabra, el grito que rasga el más profundo sentimiento de Kikuchiyo se complementa, mediante un complicado y doloroso trabajo de interpretación en el momento de la emergencia del ser, de la auténtica anagnórisis del personaje durante el episodio del molino en llamas.

Desde un punto de vista de la historia de la risa hay que hacer notar que surgen personajes especializados en hacer reír, como el loco y el bufón, cuyos actos, aunque provoquen risa, no dejan de ser más que auténticas manifestaciones de la verdad. Esto lo supo ver muy bien el mismo Akira Kurosawa en Kyoami, el bufón de Ran, aprendido en El rey Lear de Shakespeare. En este juego de la verdad se acaba transmitiendo, mediante la risa, lo más auténtico, en algunos casos desde una visión distorsionada de la realidad que no deja de expresar el verdadero sentimiento como es el caso de la unión que existe en una de las familias de Dodeskaden, donde el padre trata a lo hijos, que según los rumores no son suyos, con un cariño que no se evidencia de una manera tan directa en otras películas de Akira Kurosawa.

La risa también puede ser festiva y como tal la encontramos en los momentos más folclóricos de Los siete samuráis como un canto de la alegría que supone vivir en un mundo tan horrible, en apariencia, como el que aquí se perfila. Pero, del mismo modo sucede en la parodia o en la sátira, así cuando Kambei se burla del joven Katsushiro poco antes de la batalla, como una necesaria ruptura de la seriedad poco ante de que comience la batalla final por la supervivencia. 

La estética del idilio procede, también del mundo de la tradición y pasó a la literatura culta más antigua influyendo en la configuración de algunos de los más importantes tópicos literarios. Entre los elementos que la configuran, y todo ellos se encuentran reflejados en Los siete samuráis, hay que mencionar la configuración del paisaje desde el modelo del locus amoenus, lo festivo como alegría de vivir y la importancia de lo agrícola,, en consecuencia, la medida del tiempo según los ritmos de la naturaleza; la satisfacción sexual desde un erotismo natural alejado de la deformación pornográfica, aunque en el caso de Los siete samuráis tiene en algún momento una cierta degradación burlesca y, por último, la mirada hacia un horizonte utópico tanto pasado como futuro de la edad de oro. Tomando en cuenta todos estos elementos, no deja de ser importante explicar el alejamiento que sufren los samuráis supervivientes, a ellos se les niega la felicidad de la integración porque son la representación de un mundo patético, alejado de la tradición idílica. Y esto es una injusticia.

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Estética de la novela (2021). Luis Beltrán Almería

Dr. Luis Beltrán Almería

Hay momentos en el proceso formativo de uno mismo que quedan especialmente grabados en el recuerdo; bien por la persona que contribuyó a extender el horizonte, bien por la enseñanza transmitida. Tuve la fortuna de asistir a los cursos de doctorado, hacia finales de los noventa, que impartía Luis Beltrán Almería en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. Tranquilos y silenciosos sábados por la mañana en el Pabellón de Filología, derribado y recién reconstruido ahora. Bajtín, estética de la novela, patetismo, el cronotopo, Luis Landero, Gabriel García Márquez. El entusiasmo del que enseña siempre encuentra su eco en la efervescencia del que aprende. Tuve el honor, años después, en 2002, de que el doctor Beltrán fuese miembro del tribunal ante el que leí mi tesis doctoral sobre Clarián de Landanís; recuerdo sus amables palabras y la hospitalidad esencial con la que cumplió la función que le cayó en suerte como secretario del tribunal. Por fortuna, en el camino de toda persona se producen dichosos encuentros. Quiero hoy escribir acerca de su Estética de la novela como una reflexión y homenaje a quien tanto aporta a mi interpretación del hecho literario.

Estética de la novela. Luis Beltrán Almería.

Uno de los factores que más interesantes me han resultado en la explicación de la estética de la novela es la concepción de la Historia como un proceso civilizatorio, que parte de un tiempo de la tradición; creo que tal pensamiento puede estar cercano a lo que Unamuno llamó intrahistoria. Proceso civilizatorio que no sé hasta qué punto implica avance o retroceso, mirando cómo está el mundo.

La prehistoria es el tiempo en el que se hace evidente la comunión de la naturaleza con el ser humano, parte y responsable de ella. En el nacimiento de los mitos es fundamental la concepción del universo como un ritmo, como cíclico. Ahí está el origen, también de lo lírico, como ritmo. La temporalidad es una de las dimensiones fundamentales para acercarse a lo narrativo, las otras dos son la risa y la palabra. La consecución de la eternidad es la experiencia transcendental estética equiparable a la hierofanía. La prehistoria es la fase de la igualdad en la evolución humana.

En realidad, en este pensamiento parece que subyace cierta melancolía por un tiempo pasado, imaginado desde la ficción de la igualdad. Rousseau, aunque su pensamiento acaba defendiendo el mito del buen salvaje, parte en El contrato social de la afirmación de un primitivo estado humano de salvajismo que conducía a la tiranía; para defenderse de tal posibilidad, el animal humano se organiza en grupos que, sólo desde una mirada muy idealizada, pueden ser considerados como igualitarios.

Hay dos momentos primordiales en la historia. El primero es la transición del estado de igualdad durante la Prehistoria, en la sociedad primitiva tradicional en la que predomina la cultura oral. Con el comienzo de la Historia se produce la desigualdad económica y cultural, desde el desarrollo de la escritura. Con esta última van a diferenciarse la cultura popular y la considerada como elevada. La narrativa se encuentra tanto en una como en otra.

El segundo momento se produce con la modernidad que supone una revolución ideológica y estética; su resultado será el desarrollo de un nuevo pensamiento, el del individuo, el cual ocupa el lugar que en las sociedades preindustriales y teocéntricas pertenecía al dogma antiguo, bien sea este la divinidad (hasta el siglo XVIII), o la razón (siglo XVIII y XIX). La preponderancia del individuo supone el desarrollo de la dimensión estética del ensimismamiento.

Dr. Luis Beltrán Almería

En este segundo momento primordial se produce la fusión del simbolismo tradicional y las estéticas producidas a partir de la mixtificación, entendida como deformación, que llevó de la Prehistoria a la Historia.

Bien podríamos distinguir en el acontecer del ser humano estas fases: Prehistoria (igualdad, cultura tradicional); Historia (cultura tradicional versus cultura elevada), que a su vez desarrolla dos pensamientos que se alternan en el discurrir del tiempo desde el siglo XVI: pensamiento teocéntrico y pensamiento basado en la razón (sobre todo en los siglo XVIII y XIX) y Modernidad. Las formas históricas del período histórico anterior a la Modernidad son el patetismo, el didactismo y el humorismo.

El pensamiento dogmático que se desarrolla en el periodo histórico, bien desde un punto de vista de lo teocéntrico, bien desde el valor como absoluto de la razón (a partir de la Ilustración), se plasma en una serie de héroes de características extraordinarias que no pueden verse transformadas; sin embargo, el protagonista narrativo a partir de la modernidad está construido desde la variación de lo temporal que va a producir cambios en la naturaleza del personaje, el cual ya no nace como un absoluto, sino como un ser que se va forjando con el tiempo, categoría cuya percepción marca el fin del periodo idílico de la prehistoria.

Más allá de la escisión cultural entre cultura elevada y popular, en la ruptura que supone la escritura y el comienzo del proceso histórico, “la novela es el instrumento cultural que ha alcanzado un gran desarrollo por su capacidad para conectar alta y baja cultura, esto es, por su utilidad como puente cultural”. Por lo que se refiere a la narración, no hay ruptura sino una posibilidad constante de integración. Esta aseveración me lleva a plantearme si no está la posible salvación del ser humano en el camino narrativo hacia un horizonte que bien puede ser el texto religioso, el científico de la ilustración, o el marxista, todos ellos enfocados hacia un punto de la historia futura en el que la utopía se haga posible, hoy lo veo como algo perdido en la mentalidad e imaginación de una parte muy significativa de la humanidad no comprometida.

La realidad de la novela, o de la capacidad exclusivamente humana que es la de narrar, nos muestra que no hay una oposición absoluta entre la oralidad popular y tradicional que mantiene los valores de la prehistoria idealizada y la escritura culta, pues bien puede marcarse la integración entre ambas desde la literatura en tercera persona, característica del género narrativo, según Jakobson. Baste con observar los primeros relatos épicos, tan antiguos que no están constituidos por palabras sino por imágenes, las pinturas rupestres que cuentan episodios de caza; de ahí, a la epopeya, la épica, los cantares de gesta, las aventuras de los libros de caballerías y la novela, con el héroe del siglo XX y su compromiso social; todo lo mismo; una variación que, desde sus posibilidades de libertad, bien podrían conducir al ser humano hacia posibilidades cada día más lejanas, que despierten su verdadera esencia diferenciadora de lo animal.

Entrada Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Zaragoza.

La tradición oral supone un desarrollo comunitario frente a la soledad que implica la letra, percibida desde el retiro silencioso; aunque este punto culminante de la Historia tardará en llegar, con los valores del ensimismamiento, de individualidad, que supone. Recordemos que durante muchos siglos, con posterioridad a lo que fue la gesta de la imprenta, lo que prevalece es la transformación de lo escrito en oral. Un efecto interesante al respecto se produce con la narrativa cinematográfica que nace a la vez que se produce la modernidad. La proyección de una película en una sala de cine implica un acto colectivo; transformación en experiencia individual por la necesaria oscuridad que requiere la luz filtrada por los fotogramas. En la actualidad esa mezcla de lo colectivo e individual se está convirtiendo en incomunicación con el otro por el acercamiento a los medios audiovisuales desde lo más privado, origen de aislamiento y adormecimiento de los sentidos.

La novela, cuya primera definición es debida a Juliano el Apóstata, hacia 363 d.C. es “Ficción en forma de relato histórico con argumento amoroso”; aquí están las primeras novelas, desde luego, entre ellas Dafnis y Cloe de Longo. Pero esta modalidad narrativa es mucho más. La novela es un género literario nuevo que se desarrolla en el tiempo de la desigualdad. Implica la dinámica de la revolución de la imaginación. La tradición estaba cerrada en el mundo mitológico de los antepasados. Los cauces narrativos no podían separarse de una línea argumental que era bien conocida por todos y cuya expresión, de alguna manera, es un proceso ceremonial (se recuerda el illo tempore y ese momento se actualiza, así sucede con la consagración de la misa cristiana). En la epopeya religiosa, el héroe es absoluto, corresponde a la tradición. Un ejemplo es el Mahabaratha, aunque con la Bhagavad Gita ya se produce una cierta fisura en tal unidad, pues en ella se encuentra el desarrollo de la persona por la emergencia del ser en su obligación de autorreconocerse. Desde la leyenda, relacionada con aspectos del mundo que requieren explicación, y del mito, que son el pasado, se va a producir el desarrollo de la imaginación, que puede ser el futuro o lo utópico.

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EL LIBRO DE LOS MUERTOS

Los colosos de Memnon

La egipcia es un ejemplo evidente de la importancia que tuvieron los ríos en el nacimiento de las civilizaciones (recordemos, también, el territorio que recibe el nombre de Mesopotamia de Meso -medio- y potamos -río-, o el Indo, o el Yangtsé). Desde un punto de vista social y económico el estado egipcio se organizaba desde un sistema jerárquico cuya cúspide era el faraón; más allá los nobles, sacerdotes, escribas, el pueblo, agricultores, artesanos, comerciantes, esclavos. Así se mantuvo, y más allá también, hasta que Egipto pasó a ser dominado por el Imperio romano, en la época de Augusto (siglo I a.C.). En definitiva, nos encontramos con una sociedad tradicional, cuya religión se fundamenta en la existencia y el consiguiente culto a un panteón divino muy numeroso, en buena parte representación de las fuerzas de la Naturaleza, con abundantes dioses con formas de animales antropomorfos relacionados con el paisaje en el que se desarrolló esta civilización. En estas fuerzas de la Naturaleza se encuentra el nacimiento de la literatura como manifestación de una visión cultural del mundo y de la existencia (¿qué otra cosa que la repetición de la alternancia de la luz y la oscuridad de la noche es el ritmo versal?).

Una de las creencias centrales de la civilización egipcia es la aceptación de una existencia que se prolonga más allá de la vida terrena; esta implica el desarrollo de unos cultos entre los cuales tienen importancia básica los ritos funerarios, fundamentados en la necesidad de trazar un camino en el recorrido de ultratumba del alma, mediante la preparación de la vida del más allá en las construcciones funerarias como las pirámides, la técnica del embalsamamiento (las momias) y la redacción de una obra como es el Libro de los muertos (literatura compartida con otras culturas como la tibetana y su Bardo Thödol).

El Libro de los muertos es un texto del antiguo Egipto de carácter ritual funerario; la transcripción del título original es RW NW PRT M HRW, secuencia consonántica que puede traducirse como Libro de la salida al día o Libro de la emergencia de la luz (aquí en el sentido de emerger, salir). La utilización ritual de estas fórmulas o conjuros contenidos en él pueden situarse en torno al 1540 a.C. y se mantuvo incluso durante el periodo helenístico, posterior a la conquista del Imperio persa por Alejandro Magno (siglo IV a.C.). Esta obra presenta distintos tipos de modalidades textuales como son las oraciones de carácter religioso, las fórmulas mágicas para invocar a los dioses y los sortilegios.

Fragmento del Libro de los Muertos

El cometido fundamental de los sortilegios del Libro de los muertos es que sean pronunciados por el alma del fallecido para que este pueda superar el juicio de Osiris, viajar cruzando el Inframundo (Duat) y alcanzar el Paraíso (Aaru). Algunos de los textos que conforman esta obra religiosa -que en un principio no se sitúa en la categoría de lo literario- se encuentran copiados, pintados como jeroglíficos en las paredes encaladas de las pirámides y en los sarcófagos; algunos de ellos pueden fecharse alrededor del III milenio a.C. (datación que los hace mucho más antiguos). No existe una sola versión completa y reconocida como canónica, sino distintos papiros con ilustraciones y escritos en jeroglífico o en escritura hierática, que es una forma simplificada del anterior. Así pues, la finalidad de estos textos es guiar al difunto por el mundo del más allá. En ese territorio trascendente se presentará ante Osiris, entendido como Dios de la Muerte. Es así por su biografía mítica que le supuso morir y recuperar la vida, clara metáfora de la inmortalidad del alma. Osiris presidirá el pesaje del alma del fallecido (psicostasis), previo a la decisión de su destino más allá de la vida física.

Al llegar ante el tribunal, el alma debía pronunciar las oraciones dirigidas hacia cuarenta y dos divinidades que se encontraban allí presentes; se trataba de una defensa del que iba a ser juzgado para demostrar su inocencia. En una balanza, símbolo de la justicia que debe medirse desde la ecuanimidad, eran colocados en sus respectivas bandejas el corazón del fallecido y la pluma de una avestruz, que es la imagen de la diosa Maat, representación de la Justicia y la Verdad. No deja de ser interesante fijar nuestra atención en que aquí nos estamos refiriendo a una serie de aspectos relacionados con lo físico: la acción de pesar, una pluma y un corazón, asunto que nos lleva a tomar en consideración que la vida de ultratumba no es un asunto metafísico, sino que en él, el cuerpo también está presente, de ahí ese interés religioso por la técnica del embalsamamiento y por las ofrendas de riquezas y alimentos que acompañaban al cadáver en su postrera residencia (que no lo es tanto, sino más el umbral hacia otra existencia transcendente).

En la acción del pesaje podían darse dos resultados; si la balanza se mantenía en equilibro, se hacía evidente que el que allí presentaba su corazón había llevado una vida ejemplar y era conducido al Campo de los Juncos; otra representación de lo importante que era el Nilo y su ecosistema para la civilización egipcia; hermosa metáfora, por otra parte, de la inmortalidad que se asienta en la escritura, cuyo soporte material para la cultura egipcia era el trenzado de papiro (una variedad de junco). Sin embargo, si el corazón pesaba más que la pluma (contemplemos esta acción como una aporía, una paradoja de lo metafísico), entonces el fallecido era engullido por las bestia Ammyt. No hay una tercera opción, que el corazón pesase menos que la pluma, pues, al fin y al cabo, Maat, y la pluma, simbolizan la perfección moral, ética y de sabiduría, nivel que un ser humano puede alcanzar, el equilibrio de la balanza, pero no superar, pues se trata de un ideal.

Ammyt (Ammut o Ahemait) es la divinidad egipcia cuyo nombre significa Devoradora de Almas. Su cuerpo está formado por una parte de león, el pecho; otra de hipopótamo y la cabeza de cocodrilo. En las iluminaciones del juicio de Osiris, Ammyt está representada a los pies de la balanza. Cuando el juzgado resultaba condenado, Ammyt lo devoraba y así perdía su condición inmortal y su muerte era definitiva incluso para su alma.

El Libro de los Muertos egipcio

El formato material que soporta el Libro de los Muertos es el papiro, con ilustraciones más allá de la propia escritura jeroglífica. Respecto a estas últimas se hace necesario recordar la importancia que tiene la imagen en el adoctrinamiento religioso en una sociedad con un elevado índice de analfabetismo. Fragmentos del Libro de los Muertos, cuando no la obra completa, se copiaban o grababan en las paredes de un enterramiento, o eran trazados en los sarcófagos donde era depositada la momia.

Ya que estamos tratando del Libro de los Muertos, no estará de más que conozcamos algunos detalles, aunque mínimos, acerca del proceso de momificación. Se desarrollaba durante unos setenta días; implicaba un tratamiento en las vísceras, una envoltura del cuerpo en vendajes y el tratamiento mediante natrón, que recibía el nombre de sal divina (carbonato de sodio, en forma de sal blanca, traslúcida y cristalizable), betún, cera de abejas para sellar las aberturas del cuerpo, resinas y aromas en una base oleosa. Durante el Imperio medio (c. 2050-1750 a.C.), los órganos se dejaban dentro del cuerpo; en el Imperio nuevo (c. 1550-1070 a.C.), el cerebro se extraía por la nariz, el estómago, pulmones, hígado, riñones, intestinos y resto de órganos de la cavidad torácica eran guardados en los vasos canopes; sin embargo, el corazón se dejaba dentro, señal indiscutible de la importancia que la cultura egipcia daba a este.

(Primer texto del Libro de los Muertos, en traducción de Federico Lara Peinado)

“Este libro muestra el secreto de la Duat y el misterio religioso del Más Allá. Permite atravesar las montañas y abrir senda por los valles. Es un misterio que no debe, absolutamente, ser conocido.

[…] Este Libro es una cosa verdaderamente muy secreta; no debes permitir que las gentes de condición inferior lo conozcan en cualquier lugar donde estés y no permitas que lo conozcan los habladores ni ninguna otra persona, excepto tú y tu verdadero amigo íntimo”.

En este fragmento del Libro de los Muertos se presenta esta obra, cuyo cometido es mostrar el secreto de los dominios de la Muerte (el territorio ultraterreno llamado Duat) y el misterio que supone ese Más Allá; con una finalidad, que el alma del muerto pueda atravesar el pasaje descrito mediante elementos de un paisaje terrestre transformados en metáfora: sendas de valles y montañas, accidentes abruptos, lugares calmados, que bien podrían entenderse como una alegoría de la vida misma.

En un primer momento, se articula una admonición clara; y la palabra pronunciada cobra pleno sentido en este texto escrito con una evidente voluntad de oralidad. Todo aquello que aquí se diga es un misterio y como tal debe mantenerse oculto. Un misterio es un aspecto arcano de un sistema religioso que se transmite mediante un proceso iniciático en el que se informa y se da a conocer el secreto y sus claves. Más allá del sentido religioso o trascendental que pueda tener la palabra misterio, es necesario fijar la atención en el hecho de que el secreto, base de lo mistérico, es una forma de mantener el poder. ¿Quiénes son aquellos que disponen de tal poder? Puesto que nos encontramos ante un canal de comunicación escrita, el código empleado está en posesión exclusivamente de los escribas y, de un modo especial, de la casta privilegiada de los sacerdotes. Esta admonición está dejando muy claro que estos conocimientos no deben llegar a las gentes de condición inferior. Este es un rasgo característico de un sistema social organizado desde una jerarquía piramidal que ejerce un férreo control sobre las bases no privilegiadas en cuyo poder se encuentra, desde un punto de vista simbólico, incluso, la posibilidad de negar la posesión de un alma en aquellos que no están adscritos al grupo que se considera a sí mismo como superior. Tampoco debe ser transmitido a aquellos que no sean capaces de controlar su lengua; de hecho, hay que recordar que el silencio, en muchas culturas, es uno de los votos más importantes entre la casta sacerdotal y en las escuelas de misterios. Respecto a esta cuestión, el fragmento contiene una posible salvedad que no deja de ser sugerente: la verdad debe llegar sólo al que lea el texto (y que, por lo tanto, está capacitado y autorizado) y, como mucho, a su amigo íntimo. ¿Quién es este? No cabe considerarlo como un compañero, un hermano del grupo iniciado en los misterios, pues, al fin y al cabo, comparte unos mismos conocimientos. En este sentido es posible una interpretación, que, en realidad, supone mantener el secreto, pues se refiere al amigo más íntimo, tanto que es uno mismo; el diálogo desde lo más profundo que no exige ni la ruptura del silencio ni la pronunciación de lo arcano en un diálogo que puede escuchar el viento; ese es la propia alma que, en el sistema antroposófico egipcio, tiene su propia esencia inmortal (siempre y cuando no sea devorado por Ammyt).

(Segundo texto del Libro de los Muertos, en traducción de Federico Lara Peinado)

“-¡Dime mi nombre! -demanda la barca.
-<La pierna de Isis, la esposa de Osiris, que Re, el Dios Sol, cortó con un cuchillo para que le trajese la barca de la noche> es tu nombre.
-¡Dime mi nombre!- demanda el barquero.
-<El que reposa> es tu nombre.
[…]
-¡Dime mi nombre! -demanda el río-, si quieres navegar sobre mí.
-<Los que contemplan> es tu nombre.
[…]
-¡Salve, oh, vosotros, cuya naturaleza es perfecta, Señores de las cosas que vivís y sois eternos para siempre!”

Este texto es un sortilegio, una fórmula mágica que hay que utilizar para conseguir una barca que ayude a cruzar la frontera acuática más allá de la cual se encuentra el territorio de la inmortalidad. Este símbolo, de una evidente carga religiosa y posteriormente literaria, se encuentra presente en otras culturas; recordemos al respecto el río Leteo y al barquero Caronte.

En este fragmento se hace evidente la importancia de la oralidad, expresada en forma de diálogo caracterizado por la recurrencia. Este ritmo es uno de los rasgos de la fórmula mágica y de un sistema tradicional de enseñanza en el que la repetición de la palabra es un recurso didáctico fundamental.

El alma del muerto, después de haber pasado la prueba de la balanza, llega ante una barca, totalmente necesaria para cruzar una frontera acuática que marca el límite del mundo de los muertos. A partir de aquí, el alma del fallecido, su cuerpo doble, ha de mostrar una serie de conocimientos marcados en el mapa de ultratumba que es el Libro de los Muertos. Así se le plantean una serie de preguntas supuestamente sencillas acerca de la esencia del nombre de la barca, el barquero y el río. Estas interpelaciones misteriosas de las que depende la salvación ontológica también se encuentran en un mito clásico griego como es el de Edipo enfrentado a la Esfinge. El alma tiene que demostrar que conoce la respuesta a las cuestiones misteriosas para así alcanzar su objetivo, que es la salvación y la inmortalidad. Las respuestas, en apariencia sin sentido, van más allá de la lógica; corresponden, mejor, a lo paradójico, puesto que nos encontramos en la inefabilidad del territorio místico, en su sentido mistérico, de la transcendencia de ultratumba.

Osiris

¿Por qué la barca, el barquero y el río preguntan sus respectivos nombres? Básicamente porque el nombre es la esencia de la cosa, transmitida desde el secreto de un sistema alegórico conocido sólo por el iniciado en los misterios que transmite el Libro de los Muertos. Así, el alma responde con una serie de afirmaciones que, en realidad, muestran la posesión del conocimiento secreto.

La última intervención, por otra parte, ambiguamente atribuida -aunque se supone pronunciada por el alma- hace referencia a unos seres de naturaleza perfecta que viven eternamente. Tales palabras bien podrían ser interpretadas como un conjuro final que acaba concediendo el paso hacia la salvación.

¿Realmente nos encontramos ante textos literarios? En su origen, desde luego, no; pues trata de un asunto tan transcendental como es la vida eterna; la pervivencia del alma. En este sentido no hemos de olvidar que entre la materia que pertenece a los estudios literarios caben los textos religiosos como acercamiento, más allá de las creencias, a un mundo maravilloso y ficticio expresado mediante los recursos de la lírica y la épica.

Osiris

Para comprender la historia del dios Osiris hay que partir de la confluencia de este con otras divinidades. Plutarco (c. 46-120 d.C.) en sus Obras morales y de costumbres, en el tratado “Sobre Isis y Osiris” trata su genealogía. Según la cosmogonía egipcia, en el origen está Atum, el Dios Creador, origen de Shu (el Aliento Vital) que separa a Nut (la Diosa del Cielo) y Geb (el Dios de la Tierra). Ambos son hermanos y mantienen una relación que genera a Osiris (masculino), Seth (masculino) e Isis (principio femenino). Además, de Geb y Nut y de Shu también proceden Tot, relacionado con la luna, Dios de la sabiduría, la magia y la escritura; Ra, Dios del Sol, y su esposa Ma’at (la Verdad, la Justicia y el Equilibrio).

Osiris, en la mitología egipcia, es uno de los dioses centrales; es el responsable del desarrollo de la agricultura y de la religión. Como rey fue quien dirigió la civilización de Egipto en sus inicios. 

Seth, por envidia, asesina a su hermano Osiris y arroja su cadáver, metido en un sarcófago, al Nilo. Isis, que además de hermana es esposa de Osiris, recupera el sarcófago. Seth descuartiza el cadáver en catorce pedazos y los esparce por el país. Isis los recupera y los une y, después, de su esposo concibe a Horus, el cual vengaría la muerte de su padre.

En este mito de Osiris nos encontramos con cuatro dioses fundamentales del panteón egipcio: Osiris, Seth, Isis y Horus. Tres de ellos son hermanos; esta relación también está presente en los dioses de la mitología griega. De igual manera, esta animadversión entre hermanos que acaba en el fratricidio también la encontramos en otras narraciones como la veterotestamentaria de Caín y Abel; o la romana de Rómulo y Remo. La presencia de un hijo póstumo que vengará a su padre llega a convertirse en un motivo folclórico que, en caso de la literatura española tradicional medieval y romanceril, se encuentra reflejado en la historia de Mudarra, medio hermano de los Siete Infantes de Lara.

El descuartizamiento de Osiris, como divinidad del hecho religioso, es la dispersión de la Verdad Absoluta, del Uno de la Creación; para llegar a esa verdad primigenia se hace necesaria la indagación en las fuentes del saber, desperdigado como los trozos de su cuerpo. Según algunas versiones del mito del asesinato de Osiris, Isis, en el proceso de reunir las partes desmembradas fue ayudada por la magia de su hermana Neftis, divinidad del Hogar y, en ocasiones, representada como esposa de Seth y madre de Anubis, guardián de las tumbas, relacionado con la vida de ultratumba y patrón de los embalsamadores.

La presencia del Nilo está relacionada con el hecho de que Osiris, como divinidad de la agricultura, representa la capacidad del río Nilo para dar la vida, cuando se desborda en su crecida anual; así, el cuerpo del Dios entra a formar parte de la tierra, es el limo fértil. Por lo que respecta al sarcófago en el que Seth deposita el cadáver de su hermano Osiris, es la nave que conduce a la inmortalidad del más allá, vencedora de la muerte como proceso iniciático; así está representada en la mitología bíblica con la figura de Moisés, cuya relación con lo egipcio es evidente, y llegará hasta los libros de caballerías en el Doncel del Mar que acabará siendo Amadís de Gaula. El recuerdo de aquel suceso mítico, el sarcófago, que custodia los restos momificados, y la barca que habrá de ser utilizada por el alma según el itinerario marcado en el Libro de los Muertos.

Desde un punto de vista simbólico, es interesante tomar en consideración cuestiones como las que siguen. Seth es el Dios del Desierto, de la potencia de la tierra, entendida como una fuerza ctónica, opuesta a la fertilidad del agua, representada en el Nilo, que también es Osiris, en su feracidad y victoria ante la esterilidad de las arenas. Isis, que es una divinidad de lo celestial, dispone de otra fuerza de fecundidad que es la de la maternidad, como madre del propio Osiris en su renacimiento, y de Horus, representado como un halcón, solar y celestial a la vez, Dios de los guerreros por su ímpetu vengador.

Durante el primer milenio antes de nuestra era, Osiris llegó a ser considerado como un dios funerario y juez de las almas; aunque en un principio -y aquí están los motivos de la envidia de Seth-, estuvo asociado a las crecidas del Nilo y, como tal, para el pueblo se trata de un dios beneficioso, origen de la fertilidad de las riberas del Nilo.

Texto de Mircea Eliade acerca del Libro de los Muertos egipcio 

(Historia de las creencias y las ideas religiosas I. De la Edad de Piedra a los misterios de Eleusis. Paidós. Barcelona. 1999; p 155).

Uno de los capítulos más importantes del Libro de los Muertos, el 125, está consagrado al juicio del alma en la gran sala llamada de las <Dos Ma’at>.

El corazón del muerto es colocado en uno de los platillos de la balanza; en el otro hay una pluma o un ojo, símbolo de la Ma’at. Durante la operación, el muerto recita una plegaria, suplicando a su corazón que no testifique en su contra. Luego debe pronunciar una declaración de inocencia, impropiamente llamada <confesión negativa>.

NO HE COMETIDO INIQUIDAD CONTRA LOS HOMBRES…
NO HE BLASFEMADO CONTRA DIOS.
NO HE EXPOLIADO A UN POBRE…
NO HE MATADO…
NO HE CAUSADO DOLOR A NADIE.
NO HE DISMINUIDO LAS RENTAS DE ALIMENTOS DE LOS TEMPLOS…
SOY PURO. SOY PURO. SOY PURO. SOY PURO.
El muerto se dirige a los cuarenta y dos dioses que forman el tribunal
SALUD A VOSOTROS, DIOSES PRESENTES.
OS CONOZCO Y CONOZCO VUESTROS NOMBRES.
NO CAERÉ BAJO VUESTROS GOLPES.
NO DIRÉIS QUE SOY UN MALVADO A ESTE DIOS CUYO CORTEJO FORMÁIS…
VOSOTROS DIRÉIS QUE MA’AT ESTÁ CONMIGO,
EN PRESENCIA DEL SEÑOR UNIVERSAL,
PORQUE YO HE PRACTICADO MA’AT EN EGIPTO.
Y luego, pronuncia su propio elogio.
HE AGRADADO AL DIOS CON TODO LO QUE ÉL AMA.
HE DADO PAN AL HAMBRIENTO, AGUA AL SEDIENTO, VESTIDO AL DESNUDO, UNA BARCA AL QUE CARECÍA DE ELLA…
SALVADME, PUES, Y PROTEGEDME.
NO DEIS NINGÚN INFORME CONTRARIO A MÍ EN PRESENCIA DEL GRAN DIOS.
Finalmente se vuelve hacia Osiris
OH, DIOS QUE SE MANTIENE ELEVADO SOBRE SU SOPORTE… PROTÉGEME CONTRA ESTOS MENSAJEROS QUE SIEMBRAN EL DESCONTENTO Y SUSCITAN LOS ENOJOS…
PORQUE HE PRACTICADO MA’AT, POR RESPETO AL SEÑOR DE MA’AT.
¡SOY PURO!

El muerto es sometido luego a un interrogatorio de carácter iniciático. Ha de acreditar que conoce los nombres secretos de las distintas partes de la puerta y el umbral, del portero de la sala y de los dioses.

Representación de un faraón del Antiguo Egipto

Esta plegaria hace referencia a la moral general y también muestra el interés en dejar bien claro que se han respetado las obligaciones para con la jerarquía sacerdotal, que no podría sobrevivir sin el respeto, o el miedo, de los fieles, tanto en la cultura egipcia como en cualquier otra teocracia.

En estas palabras se considera el corazón como la representación, la esencia, del ser; por lo tanto, prima el sentimiento y no tanto el pensamiento que, además, ha perdido su asidero, que es el cerebro, extraído durante el proceso de embalsamamiento. Así pues, dado que el corazón es el único órgano interno que permanece en el cuerpo fallecido y juzgado, su verbalización es desde la verdad que habla desde el pecho, no desde la mirada racional de la existencia.

Como ocurre en muchos textos rituales, la repetición es una confirmación que pretende acompañar, o dar visos, a la verdad (recordemos la oración cristiana del Señor mío, Jesucristo, como manifestación verbal de la contrición en la liturgia). De ahí ese “Soy puro. Soy puro. Soy puro. Soy puro”.

Cuando, posteriormente, el muerto se dirige a los cuarenta y dos dioses que forman el tribunal, en sus palabras, adquiere cierta importancia, el conocimiento, la memorización, intelectual, pues es necesario citar los nombres divinos; aunque el yo no es el pensamiento de su cerebro (donde radica la capacidad de la memoria), sino el corazón, órgano de la sinceridad pura.

Así pues, el muerto tiene que demostrar, desde la moral y el intelecto, por un alma individual simbolizada en el corazón, que tanto ética como moralmente ha tenido un comportamiento respetuoso y que, por otra parte, conoce el mundo de los dioses, para cuyo fin, el Libro de los Muertos cobra una significación especial.

Después de una confesión desde el respeto a las interdicciones, el muerto pronuncia palabras de elogio, un panegírico, en defensa de sí mismo.

Osiris va a individualizarse entre los demás dioses, por eso, el fallecido se vuelve hacia él. Osiris está separado de los otros en una ubicación que muestra, a las claras, su supremacía. Desde estas jerarquías piramidales va a realizarse, con el paso de los siglos, la visión del mundo de lo absoluto en el monoteísmo.

Es posible que uno de los detalles que hacen especialmente hermoso este fragmento, acercándolo a la expresión lírica, más allá de lo ritual, es ese voluntarismo en la ratificación de un yo que individualiza al ser en el territorio trascendental del ultramundo, frente a otras visiones religiosas que disuelven toda personalidad espiritual en un magma de lo absoluto.

Ma’at

El muerto, después de su autodefensa, va a ser sometido a un interrogatorio iniciático, para el cual la formación contenida en el Libro de los Muertos es una fuente de conocimiento básico, pues las respuestas no pueden basarse ni en la experiencia personal, ni en las sugerencias del corazón y las creencias, sino en el aprendizaje de un código complejo que asienta sus bases en un simbolismo secreto, mediante el cual se tiene que acreditar que son conocidos los nombres secretos de distintos elementos presentes en el paisaje de ultratumba como la puerta, el umbral, el portero de la sala y los dioses, tal y como se ha leído en un texto anterior; por lo tanto, la fe no es suficiente.

La Ma’at es el fundamento del cosmos y de la vida que puede llegar a ser conocida por cada individuo; también es el principio de la Justicia y de la Verdad; un reflejo de lo Absoluto. El concepto de Ma’at (o Maat) en la cultura religiosa egipcia equivale al fundamento del cosmos y de la vida, la energía que representa la materialización de lo Absoluto. Como tal, como símbolo, implica la realización de lo transcendente en la vida y del principio de justicia, verdad y belleza, entendida como armonía cósmica. Maat podía ser presentada como una diosa hija de Ra, el dios solar, equivalente, por lo tanto, al principio de areté, o virtud como justicia, del mundo helénico. Maat es representada como una divinidad antropomorfa femenina, de pie o sentada; sobre su cabeza, sujeta vertical por una cinta, una pluma de avestruz, porta en sus manos el cetro uas (was), una vara recta en cuyo extremo figura la cabeza de un animal fabuloso, y el anj o llave de la vida, una cruz ansada o egipcia.

La supervivencia como BA y la supervivencia en la tumba son complementarias, texto de Alan Gardiner (1935) 

(En Historia de las creencias y de las ideas religiosas IV. Las religiones en sus textos. Mircea Eliade. Ediciones Cristiandad. Madrid. 1980)

“Tú entrarás y saldrás, mientras se alegrará tu corazón, con el favor del Señor de los Dioses, y en virtud de tu funeral propicio después de una venerable ancianidad, una vez llegado el momento, tomando tu lugar en el ataúd y reposando en tierra sobre la meseta de Occidente. Tú te volverás Ba viviente, que en verdad tendrá fuerza para obtener pan y agua y aire, y tomarás la forma de una garza o una golondrina, de un halcón o un avetoro, siempre que lo desees.

Cruzarás en la barca y no retornarás, navegarás sobre las aguas de la inundación, y tu vida se mantendrá joven. Tu Ba no se apartará de tu cuerpo y tu Ba llegará a ser divino junto con los muertos bienaventurados. Los Bas perfectos te hablarán, y tú serás su igual entre ellos al recibir lo que se ofrece en la tierra. Tendrás poder sobre el agua, respirarás el aire, y te hartarás con los deseos de tu corazón. Se te darán tus ojos para ver, y tus oídos para oír, tu boca hablará y tus pies caminarán. Se te moverán los brazos y tus hombros, tu carne estará firme, tus músculos estarán ágiles y tú exultarás en todos tus miembros. Examinarás tu cuerpo y lo hallarás completo y sano, y ninguna enfermedad se te apegará. Tu verdadero corazón estará contigo, sí, tendrás tu primer corazón. Subirás al cielo y penetrarás en el mundo inferior bajo todas las formas que quieras”.

Fresco del Antiguo Egipto

El Ba es el ser humano entendido como vivo y animado después de su muerto, una imagen del alma individualizada. ¿Cuáles son las capacidades del Ba? Entre ellas podemos ver reflejadas las características del alma individual humana, tal y como se refleja en la cultura religiosa egipcia. Ante todo hay que tomar en consideración que mantiene su individualidad. Puede moverse a voluntad, subir al cielo, permanecer en la tierra y penetrar en el mundo inferior, es decir, por los tres territorios de la realidad y del más allá. Se alimenta y respira. Puede presentar la forma de un ave. Manifiesta un poder especial sobre las aguas y, sobre todo, mantiene sus capacidades sensoriales.

Cuando consigue salvarse en el juicio presidido por Osiris, el señor de los dioses, su estado es de máxima alegría, pues recibe el favor de lo divino. De hecho, entra a formar parte del grupo de los bienaventurados, como un igual. Mantiene la forma perfecta de la eterna juventud, que es la que corresponde al alma en su plenitud de luz; en forma de carne firme, músculos ágiles y cuerpo completo y sano. De ahí, ese interés de la cultura egipcia por mantener el cuerpo físico momificado, como una garantía de lo carnalidad inmortal. 

Es interesante fijar nuestra atención en que para el Ba es posible cumplir los deseos del corazón; este órgano que se mantenía en el interior del cuerpo momificado, puede identificarse con la consciencia, la voluntad y el pensamiento que, para otras culturas, se radica en el cerebro. Tanto era así que la parte humana y física de la persona pesada en el juicio de la balanza era, precisamente, el corazón.

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